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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Sonó el teléfono en el departamento de aquel médico joven. De mala gana levantó la bocina: eran las 9 de la noche, y estaba viendo una película cómodamente apoltronado en el sillón de brazos de la sala, al tiempo que disfrutaba de una cena de pizza con cerveza. "Sí, dígame -empieza a hablar el joven médico-. Entiendo, pero no puedo ir a su casa... Usted bien sabe que no acostumbro hacer visitas domiciliarias... Ese dolor intensísimo en el pecho, ese dolor de cabeza y el mareo no indican nada grave. Pueden deberse a una simple indigestión... Tome cualquier pastilla antiácida y vaya mañana a mi consultorio... Le digo que no puedo ir: son ya las 9 de la noche; los médicos tenemos también derecho a descansar... Bueno, está bien. Sólo porque me lo suplica usted llorando iré a su casa... Pero quiero decirle que ésta es la última vez, mamá"... Una pobre mujer pedía limosna en la calle. Regresó a su casa a las 11 de la noche, calada de la cabeza a los pies por la inmisericorde lluvia bajo la cual había estado. Llevaba sólo unos mendrugos que alguien por compasión le dio. Su hijo adolescente la esperaba. "Hijo mío -le dice la mujer con gemebundo acento-. Estuve pidiendo todo el día y sólo pude conseguir estos dos pedazos de pan. Son para ti los dos; cómelos, aunque me quede yo con hambre". El muchacho devora con avidez los panes y luego dice: "No llore usted, mamá. Cuando crezca trabajaré con ganas, me labraré un porvenir, triunfaré, tendré dinero... Y entonces todo lo que le den de limosna será solamente para usted"... Los dos cuentecillos que he narrado, queridos cuatro lectores míos, tienen un tema común: el de la madre maltratada. Vienen a colación las tales historietas para ilustrar un triste comentario. Mi oficio de juglar me lleva por todos los rumbos cardinales y ordinales de este país amado. En estos días lo veo desde la ventanilla del avión, y he aquí que la patria entera está pintada con el color de la esperanza. (NOTA: Nuestro amable colaborador alude al verde). Es un deslumbramiento ese verdor. La tierra es muy agradecida, y corresponde al regalo de la lluvia con una acción de gracias hecha de hierbas y de flores. Aun los desiertos del duro norte se cubren con el gozo erizado de la biznaga, el cactus y el nopal, con la flor rosa del humildísimo cenizo y con el amarillo Van Gogh de los huizaches. Canta la tierra en verde mayo -en verde mayor- después que cae la lluvia; casi podemos escuchar en ella la Sinfonía Pastoral. Quién sabe por qué nosotros, los humanos, somos tan ingratos: si estamos hechos de tierra deberíamos tener su misma gratitud. A cambio maltratamos a esa madre común, la tierra; la llenamos con toda suerte de basuras y deshechos; enturbiamos sus aguas; envenenamos su aire; arrasamos sus bosques y sus selvas... Y eso es como herir el rostro mismo de Dios, pues la naturaleza es su modo de mostrarse. En México no tenemos conciencia de lo que debemos a nuestra madre tierra: respeto, cuidado y -sobre todo- amor. Por eso hacemos de este edén verdecido un sucio muladar... (POST SCRIPTUM. También hay otras turbiedades. Siento un poco de conmiseración y pena al ver la mezquina estolidez aldeana -de plazuela- de quienes pierden las buenas maneras de la inteligencia y caen en la bajura del insulto y la descalificación simplona contra aquellos que no comparten sus ideas, dicho mejor, sus dogmas obsoletos. Las filiaciones partidistas lesionan la imparcialidad y el espíritu objetivo que debe tener el periodista, anulan en él la libertad de juicio y le amenguan el decoro personal)... FIN.

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