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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Malsino, hombre desafortunado, perdió el empleo que tenía. Inútilmente buscó otro; no lo pudo hallar. Contaba con 50 años de edad, y en el mercado de trabajo -fea expresión según la cual la persona humana y su labor son una mercancía- un hombre ya no vale si pasa de 40. Bien pronto se agotaron los exiguos ahorros del hogar. Don Malsino andaba lleno de angustia; lo poseía grandísima aflicción. ¿De dónde iba a sacar para cubrir los gastos de la casa? Su esposa lo tranquilizó. Las esposas, ya se sabe, son diestras en resolver problemas que los hombres no conocerían si no tuvieran esposa. Le dijo: "No te angusties, Malsino. Mira: cuando soltera, en casa de mis padres, aprendí a hacer unos helados muy sabrosos. Sé hacer helados de fresa, de vainilla, de chocolate, de nuez, de guanábana y melón. Haré esos helados; tú saldrás a venderlos en la calle y así podremos hacer frente a esta difícil situación". No le gustó la idea a don Malsino. Temía que sus antiguos compañeros de la empresa lo fueran a ver metido a vendedor callejero. Pero fue tanta la insistencia de su esposa y -sobre todo- la cosa se puso tan difícil, que al fin se decidió. Alquiló un carrito con campanillas; se caló un gorrito blanco, y vestido con camisa, pantalón y zapatos del mismo albo color salió a la calle a vender los helados que su mujer confeccionó. Pero le fue muy mal. Por principio de cuentas rehuyó las calles concurridas; temía toparse con amigos o conocidos. Anduvo por calles excusadas, donde casi no había gente. Luego ni siquiera voceaba bien su mercancía. Decía con voz feble algo que sonaba como "Laos, laos", de modo que los posibles clientes ni siquiera se enteraban de cuál era el producto que ofrecía. Volvió a su casa a las 11 de la noche: traía 10 pesos de un solo helado que vendió. Los días subsecuentes le fue peor: no vendió nada. Por fin le dijo su mujer: "Esto no puede continuar así , Malsino. Mañana yo misma saldré a vender los helados". Salió, en efecto, la señora. Volvió a las 3 de la madrugada. Traía 10 mil pesos. Don Malsino se quedó estupefacto. Le preguntó a su mujer lleno de asombro: "¿Diez mil pesos de helado?". Responde ella, gemebunda: "¡De lado, de frente, en todas formas, lo importante era afrontar la situación!"... Ciertamente el problema del desempleo se ha agravado, pese a lo que digan las voces oficiales. Cada día crece el número de mexicanos que sufren esa especie de enfermedad que es la falta de trabajo. Para colmo existe en México una curiosa parajoda, grado el más extremo de la paradoja: urge la creación de empleos, pero cuando alguien quiere establecer una fuente de trabajo cae sobre él, igual que plaga de langostas, una infinita caterva de inspectores y empleados municipales, estatales, federales y de organismos descentralizados que exigen mil permisos, 2 mil autorizaciones, 3 mil requisitos, 4 mil trámites y 5 mil papeles, de modo que se necesita un ejército de gestores para cumplir todas esas obligaciones y satisfacer todas esas demandas. No hemos podido sacudirnos ese formalismo burocrático que pone estorbos a veces invencibles a toda iniciativa. Parece que en cada inversionista o empresario ve el Gobierno a un enemigo en vez de mirar en él un valioso colaborador en la tarea de buscar el bien de México. Urge una reforma administrativa que facilite la creación de empleos eliminando todas esas trabas. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado... Babalucas llegó a una tienda de mascotas. Le dice al encargado: "Quiero un perro pequeño". Propone el de la tienda: "¿Pequinés?". "Pa? mi ?amá" -responde el badulaque... (Otro cuento como éste y mis cuatro lectores quedarán reducidos cuando mucho a tres)... FIN.

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