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De política y cosas peores

Armando camorra

Decía un maduro playboy: ?Hace tiempo se me acabó el sex appeal. Ahora estoy en la edad del cheque appeal?... El director del circo entró en su camper y halló a su esposa en trance de fornicio con el enano de la compañía. Antes de que el empresario pudiera articular palabra le dice la mujer: ?Recuerda, Ringlo: hace días te avisé que te tenía una pequeña sorpresa?... Esta misma semana contaré aquí ?El Chiste más Rojo en lo que Va del Año?. Prefiero incurrir en el enojo de la señora Tridua, presidenta de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, antes que menoscabar la libertad de expresión. La libertad, lo he dicho siempre, ha de ser libre... Era el tiempo del régimen priista. Largo tiempo fue aquél: duró 70 años. La mayor parte de nuestra vida -hablo de mi generación- la vivimos bajo ese prolongado régimen, y se diría que no hemos acabado aún de acostumbrarnos a su terminación. Claro que no decimos suspirando: ?¡Ay qué tiempos, señor don Simón!?, como decían nuestros abuelos tras la terminación del porfiriato, pero a veces extrañamos el orden de los pasados tiempos, aquella ?disciplina? tan distinta del sonido y la furia de esta época de transición democrática. Hay quienes se asustan al ver el actual caos. (Y lo que te rondaré, morena, dicen los españoles para significar que todavía falta más por ver). Algunos afirman que estábamos mejor cuando estábamos peor. Yo no comparto ese criterio. Creo que lo peor que nos habría podido suceder es que se prolongara más el predominio de un solo partido. ?Ahora padecemos el de todos?, acotará alguien. Y no andará muy desencaminado. Lo que sucede es que estamos atravesando por las enfermedades propias de la transición. Así como en la infancia de la criatura humana hay paperas, varicela y sarampión, también en la niñez democrática deba quizás haber abusos de partidos, ineptitudes de gobernantes sin oficio y riesgos de populismo demagógico antes de que arribemos al calmoso mar del pleno ejercicio democrático. Ilustro estas deshilvanadas, inanes reflexiones con una anécdota ocurrida en aquel tiempo de hegemonía priista. Peroraba en asamblea pública el regidor segundo del Ayuntamiento de un pequeño pueblo. ?Les pido su apoyo, compañeros -dijo a la concurrencia-. Se los pido porque apoyar al segundo regidor es apoyar al primero. Apoyar al primer regidor es apoyar al Cabildo. Apoyar al Cabildo es apoyar al alcalde. Apoyar al alcalde es apoyar al señor gobernador. Apoyar al señor gobernador es apoyar a los diputados y los senadores. Y apoyar a los diputados y los senadores es apoyar al señor presidente de la República?. Hizo una pausa el regidor y luego concluyó: ?Porque todos los antes mencionados, señoras y señores, formamos una sola mafia?. Quitando la dureza de ese término lo cierto es que el munícipe no andaba muy alejado de la verdad. El PRI -y con él todo el país- era una estructura vertical cuya firme solidez se fincaba en el acatamiento a la voluntad de un solo hombre: el presidente en turno. ¡Cómo han cambiado las cosas! Ahora al presidente en turno ya nadie le hace caso -lo cual también está muy mal-, y aquella estructura de antes ya no es vertical ni horizontal ni diagonal ni nada: ya ni siquiera estructura es. Al general Irineo Rauda, veterano de la Revolución, alguien le preguntó en cierta ocasión por qué hubo tantas facciones revolucionarias: maderistas, carrancistas, obregonistas, callistas, villistas, zapatistas, delahuertistas, orozquistas... Explicó el hirsuto mílite: ?Éranos los mesmos, nomás que andábanos devididos?. Vemos hoy los dimes y diretes de la Gordillo y el Madrazo y no podemos menos que pensar: ??0ra andan devididos, pero son los mesmos?... FIN.

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