La historia de México tiene episodios desconocidos y de final inesperado. Allá por 1816 llegó a cierto pueblito de Oaxaca un sacerdote llamado Juan Francisco de Gómez. Cuando predicaba en la iglesia notaba que un indito se bebía sus palabras. Si el señor cura hablaba con la gente en la sacristía, lo mismo que si acudía a la tertulia diaria en la botica con los notables del lugar, ahí estaba el indito, oyéndolo con atención, sin perder una sola de su frases. Un día don Juan Francisco ya no se pudo contener y le preguntó al indito: "¿Por qué me oyes con tanta atención, niño? ¿Por qué me sigues a donde voy, y escuchas mis palabras como si quisieras grabártelas en la memoria?". Replica con timidez el pastorcito: "Es que cuido las ovejas de mi tío, señor cura, y no puedo ir a la escuela. Oyéndolo a usted aprendo muchas cosas. Quiero llegar a ser un hombre educado, pues amo a mi patria y anhelo servirla y engrandecerla con mi esfuerzo". "Entiendo -dice muy conmovido el eclesiástico-. ¿Cuál es tu nombre, niño?". Responde el pequeñuelo: "Me llamo Benito". "¿Benito qué?" -inquiere el sacerdote. Y responde el pastorcito: "Benito Pérez González". Ya lo ven mis cuatro lectores: la historia de México tiene episodios desconocidos y de final inesperado... La AFI, Agencia Federal de Investigación, merece reconocimiento por la exitosa investigación y las acciones que condujeron a la captura de algunos de los integrantes de la banda que secuestró a Rubén Omar Romano, el director técnico del Cruz Azul. Algún amargoso dirá que lo único que hicieron los agentes de esa corporación fue cumplir su deber, pero -la verdad sea dicha- estamos tan habituados a las ineficiencias y corrupciones policiacas, y a la correspondiente impunidad de los maleantes, que un resultado así nos sorprende y suscita en nosotros el aplauso. Lo sucedido servirá quizá para disuadir a otros delincuentes de cometer secuestros, habida cuenta de las dificultades que para los propios secuestradores reporta ese delito y de las graves penas que la legislación impone a los que en él incurren... Don Algón, salaz ejecutivo, advirtió la cara de inquietud que puso su linda secretaria al oírlo decir algo por teléfono. Inmediatamente cubrió la bocina con la mano y le aclaró: "No se preocupe, señorita Rosibel: cuando dije que la cosa está muy floja me refería únicamente a las ventas"... El director de un zoológico quiso adquirir una pareja de jabalíes, y le dictó una carta a su secretaria para pedirlos a un proveedor. Cuando en el curso del dictado llegó al nombre del animal dudó si el plural de la palabra "jabalí" es "jabalís" o "jabalíes". Dictó entonces: "No puede haber un zoológico que no tenga un jabalí. Mándeme dos"... El paciente le dice con emoción a su siquiatra: "¡Gracias por haberme curado de mi delirio de grandeza, doctor! ¡A partir de hoy le pertenece la mitad de mi reino!"... Astatrasio Garrajarra iba por la calle en pluscuamperfecto estado de ebriedad. Gritaba como salvaje o brigadista, y lanzaba vivas estentóreos. Un policía lo detuvo. "¿A qué esos gritos, amigo?" -le pregunta. "Oliciaf -tartajea el temulento-, ando festejando la Independencia". Le indica el guardián del orden público: "La fiesta de la Independencia pasó ya hace unos días". "La mía es hoy -replica feliz el beodo-. Mi mujer se acaba de ir con otro"... Un fuereño se presentó ante don Poseidón, labriego acomodado, y le pidió la mano de su hija Dulcilí. "No puedo acceder a su solicitud -le manifiesta el genitor-. Su pasado es muy dudoso". "Es cierto -reconoce el forastero-. Pero tenga usted en cuenta, señor mío, que si no me caso con su hija mi futuro va a ser más dudoso todavía"... Lady Guinivére le pregunta a su marido, sir Lancelot: "¿Qué hay de cierto en el rumor de que anoche perdiste en el póquer la llave de mi cinturón de castidad?"... FIN.
