No sé si hablar de "la reaparición en escena" de Carlos Salinas de Gortari pues -la verdad sea dicha- nunca ha salido de ella. Sufre el ex Presidente una insana concupiscencia, el apetito de poder, y no se resigna a estar tras bambalinas. La nueva incursión que ahora realiza no puede ser más inoportuna. A los ojos del común de la gente Salinas de Gortari es una especie de encarnación del mal, y ni todas las fundaciones del mundo bastarían para reivindicar su imagen. Los extraños movimientos que ahora hace dañan a su partido y añaden un clavo más, y grande, al ataúd en que eventualmente puede quedar sepultada la aspiración del PRI a la Presidencia. Salinas, desde luego, tiene todo el derecho a ir a venir, y a decir lo que quiera. Además la enorme fortuna que labró le da lo suficiente para comprarse su deseo y pagar a quienes lo acompañen. Pero el nombre Salinas de Gortari se volvió sinónimo de corrupción, de acciones turbias, pues al parecer la educación para el poder y la riqueza que sus portadores recibieron no fue acompañada por una correlativa formación moral y de valores que los llevara a ejercitar su inteligencia y su preparación en acciones de bien para la comunidad. Formaron ellos parte de aquella "familia revolucionaria" de tristísima recordación, cuyos miembros constituyeron una casta para la cual la ley era letra muerta y sepultada, y que gozaba de todas las pregorrativas y todas las impunidades. Cambiaron los tiempos, y el viento de la fortuna se volvió contra ese clan. Entonces conocieron sus miembros el sufrimiento y el dolor. Pero el recuerdo de su poderío no se ha extinguido aún en Carlos Salinas de Gortari, el miembro principal de la familia, y tal se diría que vuelve por la revancha y busca lavar su nombre de todas las máculas que han caído sobre él. Difícil será que consiga eso. A pesar de las buenas acciones de su administración se grabó más en la conciencia pública la historia de su corrupción y sus excesos de poder. Si en otros tiempos viviéramos Salinas tendría que hacer pública confesión de sus culpas, y arrepentirse de ellas, como los reyes del medioevo. Pero no vivimos en esa edad, y tampoco en aquella de los griegos, que inventaron una muy sabia institución, el ostracismo, destierro político que servía para alejar de la comunidad a aquellos de quienes podían derivar males para ella. Resignémonos, pues, a este nuevo mal, uno de los muchos que ensombrecen hoy la vida pública de México... El abogado defensor le dice a su cliente acusado de homicidio: "Te tengo dos noticias, una mala y una buena". "¿Cuál es la mala?" -pregunta con ansiedad el reo. Responde el abogado: "La muestra de tu sangre coincidió absolutamente con la sangre encontrada en las ropas de la víctima". "¡Funesta nueva, sino aciago! -exclama el preso, que por esos días estaba leyendo "La Ilíada" en la traducción del Padre Errandonea-. Y la buena noticia ¿cuál es?". "Te bajó el colesterol"... Un soldado norteamericano destacado en la embajada de su país en Inglaterra tuvo unos días de vacaciones y se encontró en Las Vegas con su esposa. Después de una noche de amor frenético dormían los dos cuando un ebrio que se equivocó de puerta dio en ella grandes golpes. "¡Tu marido!" -exclama asustado el militar, medio dormido. "No seas tonto -lo tranquiliza ella, también adormilada-. Está en Inglaterra"... Un granjero tenía un toro ya muy viejo, y en premio a sus servicios lo dejó estar entre las vacas. Un día el granjero llevó al toro semental a que cumpliera su quehacer. Al ver al joven toro el viejo empezó a bufar y a rascar el suelo con las patas. "¿Para qué haces eso? -le pregunta una de las vaquitas-. De cualquier modo no podrías competir con él". "Ya lo sé -contesta el veterano-. Pero por lo menos puedo darle a entender que no soy vaca"... FIN.