Doña Pascuala Ciria envenenó a su esposo. Pido disculpas a mis cuatro lectores por darles la noticia así, tan de improviso, pero igualmente súbita fue la muerte del infeliz consorte. Surgieron dudas sobre su repentino finamiento, y la familia del difunto pidió que se hiciera la autopsia del cadáver. El médico forense encontró en el cuerpo restos de cianuro como para envenenar a un regimiento. No había duda: doña Pascuala había envenenado a su marido. El conglomerado social por poco se desconglera, si me es permitida esa expresión: la señora Ciria era portaestandarte de la Cofradía de Damas y principal jurado en la exposición floral. El juez le preguntó por qué había cometido aquel terrible crimen. Replicó doña Pascuala: "El infeliz ya me tenía harta, su señoría. Por eso lo envenené: no iba a divorciarme de él como una hereje"... Jorge Pedraza Salinas, mi presidente en la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, suele contar con galanura los dichos y hechos de la tía Melchora, figura entrañable de ese bello lugar de Nuevo León que es Los Herreras. Un compadre de doña Melchora le dijo en broma cierto día: "Oiga, comadre. He hecho un acuerdo con su esposo, mi compadre: cambiaremos de mujeres. Mi vieja se va a ir con el marido de usté, y usté se va a venir conmigo. ¿Cómo ve?". Respondió sin dudar la tía Melchora. "Pos a usté le iría bien con el cambio, compadre, pero ¿qué gano yo cambiando cabrón por cabrón?". No sé por qué rara asociación de ideas esa anécdota me hizo recordar a Madrazo y Montiel. Cualquiera de los dos puede ganar la nominación presidencial del PRI, pero ¿qué ganamos nosotros cambiando uno por otro? Quedaríamos en la misma circunstancia de la tía Melchora. Mejor haría el PRI en buscar un tercero en discordia, que ciertamente no sería ese desconocido señor que completó la tercia, sino otro -u otra- priista con buena imagen y sin el desgaste que esta confrontación arrabalera ha causado en Montiel y Madrazo. Gente valiosa tiene el PRI. Si los priistas poseen buen sentido, si conservan un resto de instinto de conservación, harán a un lado a estos dos seguros perdedores y buscarán alguien que muy probablemente podría ser ganador. Con los dos supracitados personajes nos dejarían la opción que le quedó a la tía Melchora... Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más frígida del mundo. Comparado con ella un iceberg del Antártico es un ignívomo volcán en erupción. Cierta noche, después de varios años de no probar las dulzuras de himeneo, el esposo de doña Frigidia le pidió a su gélida consorte el cumplimiento de la función matrimonial. "Después de todo -le dijo suplicante- hoy es mi cumpleaños. Éste sería el mejor regalo que me podrías hacer". "¡Ay, Frustracio! -responde ella con expresión mortificada-. ¿Por qué cada año me tienes qué pedir lo mismo este día? ¿Nada más en sexo piensas?"... El furioso papá de la muchacha increpa al irresponsable novio de su hija: "¡Oiga usted! ¿Por qué trae a Susiflor a las 6 de la mañana?". Responde con cinismo el perillán: "Es que entro a trabajar a las 7"... Dos gallinitas pasaron frente a una rosticería y vieron los pollos desplumados puestos ya en las varillas para ser asados. Ve aquello una de las gallinitas y le dice a la otra con tono de reprobación: "¡Caramba, Cocorina! ¿Cuándo acabará esta ola de pornografía?"... Dulcilí, muchacha ingenua, no pudo resistir la untuosa labia de Afrodisio, galán incontinente, y acabó rindiéndole la fortaleza de su doncellez. En pleno trance erótico le pregunta la cándida muchacha a su lúbrico amador: "¿Me amas, Afrodisio?". "¡Caramba! -profiere él con enojo entre acezos, resuellos y jadeos-. ¿Qué diablos tiene qué ver el amor con esto?"... FIN.