Don Senecto y doña Añilia pertenecían ambos a la tercera edad. Habían sido novios de juventud, y se encontraron en la ancianidad. Acordaron verse dos veces en el año, y se citaban en un discreto hotelito de montaña. Encendían la chimenea de la habitación, por aquello del romanticismo, y se tendían luego en el lecho, en piyama los dos, sin hacer otra cosa más que tomarse de la mano, pues más ya no podían a causa de su edad. A los seis meses se reunían otra vez. En una de esas ocasiones le dice don Senecto a doña Añilia: "Nos vemos dentro de medio año, cielo mío, para tomarnos de nuevo de la mano". Responde con ternura doña Añilia: "¡Sexo, sexo! ¿No puedes pensar en otra cosa, picarón?"... Pasado mañana saldrá aquí el vitando cuento llamado "Consunción". Este voquible es sinónimo de agotamiento. Con ambos títulos lo vetaron los diputados, que ninguno tienen para emitir ese ucase prohibitorio. Esperen mis cuatro lectores el chascarrillo mencionado, el cual presenta al mismo tiempo un fuerte contenido de sicalipsis -malicia sexual, erótica o salaz- y elementos de crítica política, rara combinación, y por lo mismo sugestiva... A más de la familia, y del cálido afecto del hogar, son los amigos el mejor premio que la vida otorga. A mí me ha premiado con prodigalidad. En cada lector tengo un amigo, aunque no en cada amigo tenga un lector. Hace unos días recibí en Los Pinos, de manos del Presidente de la República, el reconocimiento que cada año otorga la Confederación Nacional de Cámaras de Comercio, Servicios y Turismo a un ciudadano que se haya destacado en el servicio a su comunidad. Para darme ese premio se tomó en cuenta, según se me dijo, la tarea que cada día realiza la estación cultural de radio que con mi esposa e hijos establecí en Saltillo, la primera radiodifusora de su tipo creada y operada en el país por un ciudadano particular. Esa estación es Radio Concierto, que ahora mis paisanos consideran orgullo de su ciudad. Antes del acto de premiación un elemento del Estado Mayor Presidencial me hizo saber el riguroso protocolo que regiría en la ceremonia: cuántos pasos debería yo dar para llegar a donde estaba el Presidente, a quién saludaría de mano y a quién no, y con cuántas palabras (creo que seis) daría las gracias. Yo rompí el protocolo: cuando se mencionó mi nombre le pedí a mi esposa que me acompañara a recibir el premio, pues -como le dije al Presidente con más palabras que las seis prescritas- ella es realmente la autora de todo lo que soy y he hecho, y merece por tanto los reconocimientos más que yo. "Hizo usted muy bien al venir con esta señora tan linda", me felicitó la señora Marta. Y el Presidente me dijo: "Sigue trabajando, como has hecho siempre, por el bien de México". Ahora puedo decir lo mismo que se dice en esa bella acción de gracias que es la oración llamada por el pueblo "la Magnífica", o sea el Magnificat: "Et unde hoc mihi..?". ¿Por qué esto a mí? Ciertamente no merezco tal reconocimiento, y entonces con mayor motivo lo agradezco más a toda la buena gente que ejercitó en mí su generosidad: Raúl Alejandro Padilla Orozco, Presidente del Consejo Directivo de CONCANACO-SERVYTUR, tan talentoso y carismático; a Jorge Dávila Flores y Karim Saade Charur, excelentes amigos de quienes tanto bien he recibido, y a todas las señoras y señores de la Confederación. Nada he hecho, lo sé, que me haga merecedor de esa presea, pero a partir de este día me esforzaré en ganármela, y como recordatorio de esta formal promesa colocaré la placa recibida frente a mi mesa de escribir a fin de que me esté diciendo de continuo: "No la jodas, has algo para merecerme"... FIN.