El viejito y la viejita se hallaban en el porche de la casa, sentados en sus respectivas mecedoras. De pronto la viejecita se levanta y sin decir palabra empuja violentamente hacia atrás la mecedora de su esposo, de modo que el ancianito cayó de maroma al suelo todo despernancado. Le pregunta lleno de susto a la viejita: "¿Por qué hiciste eso?". Responde ella con rencorosa voz: "Por haberme dado 50 años de mal sexo". Se sientan los dos de nueva cuenta en sus respectivas mecedoras. De pronto el ancianito se levanta y empuja hacia atrás la mecedora donde estaba su mujer, con lo que la pobre vino al suelo con las faldas en la cabeza y las piernas al aire. Como puede la viejecita se levanta, se mal compone la ropa y pregunta luego anonadada: "¿Por qué hiciste tú eso?". Responde el ancianito: "Por conocer la diferencia"... Eran las 3 de la mañana, y sonaron fuertes golpes en la puerta de la casa de Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo. Su esposa asomó por la ventana y vio a tres beodos en la calle. Uno de ellos la pregunta con tartajosa voz: "Perdone usted, mi distinguida: ¿es ésta la casa de Empédocles Etílez?". "Sí" -responde la mujer, con laconismo fruto de su enojo por haber sido despertada a esa hora. Suplica el temulento: "¿Sería tan amable de bajar a decirnos cuál de nosotros tres es Empédocles Etílez?"... Simpliciano, joven sin ciencia de la vida, salió con Pirulina, muchacha diestra en toda suerte de achaques amorosos. Fueron en el coche de él a un romántico paraje. Ahí le dijo Simpliciano: "¿Puedo darte un beso?". Ella no contestó. Inquiere Simpliciano algo amoscado: "¿Qué te pasa? ¿Eres sorda?". Responde Pirulina: "¿Y a ti qué te pasa? ¿Eres paralítico?"... Don Crésido, hombre rico, viajó a Roma con la esperanza de recibir la bendición papal. A tal efecto se compró el traje más caro que pudo encontrar, y luciendo su más fino reloj y sus anillos más costosos se puso en primera fila entre la gente que acudió a la audiencia con el Papa. Disgustado notó don Crésido que a su lado se hallaba un hombre vestido casi con harapos, sucio y maloliente. Cuando pasó el Pontífice ni siquiera vio a don Crésido: se detuvo frente al astroso individuo, e inclinándose hacia él le dijo unas palabras al oído. Eso impresionó mucho al ricachón. ¡Con qué ternura trataba el Santo Padre a los desposeídos! Al salir le dijo al pordiosero: "Te cambio mi ropa por la tuya, y a más de eso te doy mi reloj y mis anillos". El individuo aceptó, y al día siguiente don Crésido, vestido con la ropa del mendigo, se puso otra vez por donde el Papa iba a pasar. Al llegar frente a él se detuvo el Sumo Pontífice y lo miró. Don Crésido tembló de emoción. Se inclinó el Papa sobre don Crésido y le dijo: "Caón ¿no te dije ayer que si quieres venir aquí te bañes?"... En el pueblo de Babalucas prohibieron el water polo. Se estaban ahogando muchos caballos... La señora le pregunta al joyero: "¿Por qué tan caras estas perlas?". Responde el de la tienda: "Son cultivadas, señora. Y la educación cuesta"... La abuelita pasó a mejor vida. En el velorio alguien le preguntó a uno de sus nietos: "¿De qué murió tu abuelita?". "De olvido" -responde con tono melancólico el muchacho. El otro se conmovió al escuchar aquella respuesta llena de poesía. Preguntó, sin embargo: "¿Cómo que de olvido?". Explica el muchacho: "Todas las tardes la sacábamos a la azotea a que tomara el sol, y ayer se nos olvidó meterla en la noche"... Decía una chica: Me encantan esos coches a los que se les descorre el techo. Tienes más espacio para poner las piernas"... (No le entendí)... FIN.