¿Por qué el sundae, ese sabroso helado, lleva el nombre con que lo conocemos? El diccionario de McGraw-Hill dice que la palabra es de origen incierto. Quizá no tanto: conozco una versión según la cual el dueño de la fuente de sodas donde nació el sundae lo llamó al principio "sunday". Sucedió, sin embargo, que algunos ministros evangélicos objetaron la denominación. ¿Cómo era posible que una golosina llevara el nombre del día consagrado al Señor? Para no tener problemas con los ceñudos pastores el autor de la rica combinación de nieves le cambió una letra al nombre, y lo dejó en "sundae". Ahora bien: ¿por qué cuento eso? Porque supuestamente en domingo no deben aparecer aquí historietas pícaras. Si hoy narro la que sigue es sólo a fin de confirmar el apotegma según el cual toda regla admite una excepción. Y va ese cuentecillo... Jehová, ya se sabe, puso en el hombre tentaciones, y en la mujer también, gracias a Dios, y luego se dedicó con empeño a castigarlos por caer en ellas. Todo el Antiguo Testamento está lleno de esas terribles puniciones por las cuales el Creador descargaba su ira, igual que el Júpiter tonante de los griegos, sobre sus descarriados hijos. Uno de esos castigos fue el Diluvio. Noé, santo varón, recibió con oportunidad el aviso de la catástrofe -el propio Yahvé fue su Weather Channel-, y construyó su arca a pesar de los rezongos y refunfuños de su esposa: "Noé, ya deja de perder tiempo en construir ese inútil armatoste y métete en la casa. ¿No ves que va a llover?". Hizo Noé que entrara en la gran nave una pareja de cada especie de animales, y cuando las aguas cubrieron la haz de la Tierra flotó el arca sobre ellas. Mas sucedió que al elefante le vino en gana refocilarse con su robusta hembra, y fueron tales las sacudidas y meneos de ese erótico trance que el arca estuvo a punto de zozobrar. Las demás criaturas, alentadas por el ejemplo paquidérmico, se entregaron también a los deliquios de la coición, y el arca, en vez de ser signo de salvación divina, se convirtió en el Crucero del Amor. Escandalizado por los excesos de aquella acuática orgía Noé recurrió a una medida extrema: requisó todos los instrumentos amorosos de los animales machos, y a cambio les entregó un recibo que canjearían al final de la navegación por la respectiva parte que les había sido confiscada. Andaban todos los machos hoscos y mohínos -"como marrano capado", describe esa actitud el dicho popular-, y entre las hembras se dividían los talantes: algunas estaban pesarosas, mientras otras le agradecían al patriarca aquella inopinada vacación. Una hembrita que se veía muy contenta era la changa, pues de ordinario el mico no la dejaba descansar con sus continuas solicitaciones, y ahora, mal de su grado, tenía que dejarla en paz. Feliz al verlo privado de su herramienta de trabajo la changuita lo hacía objeto de inris oprobiosos. Le meneaba el índice, burlona; le decía: "¡Éjele!"; lo toreaba como a animal mansueto que no tiene ímpetus ya para embestir. Para colmo de males el monito ni siquiera podía recitar aquello de: "¿Por qué, Amor, cuando expiro desarmado de mí te burlas?..", pues no conocía el soneto del tribulado Nigromante. De pronto, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. Ahora era el changuito el que reía, el que andaba jocundo y animado, el que miraba con pícara intención a la monita y le mostraba abierta la palma de la mano para advertirle: "Vas a ver". La changuita, amoscada, le preguntó por fin: "¿Por qué te ríes de mí? ¿Por qué andas contento y jubiloso, si no tienes aquello que era tu ufanía? ¿Por qué me dices: ?Vas a ver??". Responde el changuito con una gran sonrisa: "Es que le cambié mi boleta al asno"... FIN.