Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, se jactó ante sus amigas: "Una vez canté ante el Papa". "¿Cuándo fue eso?" -preguntan ellas con escepticismo. Responde Nalgarina: "Fue hace un año, en el bar Ahúnda. Canté, y al terminar un señor me dijo: ?Linda, si tú eres cantante yo soy el Papa?"... Don Senilio, caballero otoñal, charlaba con Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera. Se hablaba de los pequeños desperfectos que hay que reparar en las casas, y dice con tono festivo don Senilio: "Yo soy un inútil. No sé hacer nada con las manos". "¡Mire! -se entristece la señorita Sinvarón-. ¡Y yo que pensaba invitarlo al cine!"... El niño le cuenta a su mamá: "Hoy aprendí en la escuela que un camello puede trabajar ocho días sin beber". "Eso no es nada -replica la señora-. Tu padre puede beber ocho días sin trabajar"... Decía Babalucas: "Con el dinero que tengo puedo llegar sin problemas hasta el final de mi vida. Claro, si no lo gasto"... Un golfista le cuenta a otro: "Mi mujer me advirtió anoche que si no renuncio al golf me va a dejar". "Qué pena" -dice el amigo. "Sí -responde el golfista con tristeza-. La voy a extrañar"... Una adivina le leía las cartas a doña Macalota. Le anuncia con acento sombrío: "Su marido morirá asesinado". Pregunta ansiosamente la señora: "¿Y cuántos años de cárcel me echarán?"... Ahora voy a contar un cuento en el cual es forzoso el uso de palabras de grueso calibre. Mis cuatro lectores tendrán que disculpar tales voquibles, sin cuyo empleo el relato se desvirtuaría -del latín virtus, "fuerza"-, o sea que perdería todo su vigor... El padre Arsilio, cura rural, recibió aviso de que el señor Obispo iba a visitar su parroquia. Sabía el padre Arsilio que a Su Excelencia le gustaba comer bien, y que el pescado era su platillo preferido. Así, fue con un pescador y le pidió que le mostrara el pescado más grande y más lucido que tuviera. El hombre le mostró uno de excepcional tamaño y robustez. Comenta al mostrárselo: "Batallé mucho para sacar del agua a este cabrón". "¡Por favor, hijo! -se azara el buen sacerdote-. Soy un ministro del Señor; te ruego que moderes tu vocabulario". El pescador se apena, y para disimular su falta dice: "Perdone usted, señor cura, pero ése es el nombre del pescado: se llama ?cabrón?". Replica con asombro el padre Arsilio: "No sabía que existiera un pez con ese nombre, pero si así se llama, apechuguemos". Llevó el padre el pescado a la casa parroquial y le dice al sacristán: "Quítale las escamas al cabrón y llévaselo a la cocinera". El sacristán se sorprende al escuchar esa sonora voz en labios del padre Arsilio, tan moderado siempre en su expresión. El sacerdote ve el desconcierto de su ayudante y le dice: "No pienses mal de mí, hijo: así se llama ese pescado: cabrón". Ya limpio el pescado el padre Arsilio se lo da a la cocinera, una monjita. "Por favor, hermana -le pide-. Prepárele este cabrón a Su Excelencia". "¡Señor cura! -se asusta la religiosa-. ¡Qué vocabulario es ése!". "No se asuste usted, hermana -la tranquiliza don Arsilio-. El pescado se llama así, cabrón. Tal es su nombre". Llegó el Obispo al pueblo, y el padre Arsilio lo invitó a comer, pues casualmente llegó el dignatario a la hora del yantar. La monjita sirve el pescado, y Su Excelencia empieza a comer muy a su sabor. "¡Mmm! -exclama con deleite-. ¡Qué bien sabe!". Le dice muy orgulloso el padre Arsilio: "Compré este cabrón especialmente para Su Excelencia". Acota el sacristán: "Y yo limpié al cabrón". Se apunta la monjita, muy ufana: "Y yo guisé al cabrón". Dice el señor Obispo entonces: "Pues sabe a toda madre el hijo de la chingada"... FIN.