Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. En cierta ocasión planeó un viaje a Tahití, y el sólo pensamiento de ir allá bastó para helar toda la cosecha de ananás de ese año. Fue al cine doña Frigidia a ver "The day after tomorrow", y la capa de hielo que en el film cubre a Nueva York se convirtió en ignífero vórtice de magma. Una vez, en la alta noche, el esposo de doña Frigidia, don Frustracio sintió el natural deseo de la carne. Su esposa ya dormía. La movió un poco para despertarla. Preguntó ella con el enojo natural de una persona que ha sido sacada de su sueño: "¿Qué quieres, tú?". Responde tímidamente don Frustracio: "Quiero hacer el amor". Replica más enojada aún doña Frigidia: "¿Y para eso me despiertas? ¿Qué no sabes dónde están las cosas?"... A mí no me acaba de convencer eso de la tregua navideña que obliga a los candidatos presidenciales a abstenerse de realizar acciones de proselitismo hasta que pase la temporada de las fiestas. Si esa tregua no está prescrita en la legislación electoral se le puede aplicar aquella frase de Samuel Goldwyn: "Un acuerdo verbal no vale ni siquiera lo que el papel en que está escrito". Dos cosas, sin embargo, quiero decir a propósito de la tal tregua. La primera: pienso que Felipe Calderón faltó a ella cuando asistió a una reunión con empresarios jóvenes de Monterrey. En ese sentido López Obrador actuó con mayor prudencia y tino que él. Y la segunda: me gustaría que esta tregua durara hasta el 2 de julio del próximo año... Afrodisio y Libidiano eran amigos. En cierta ocasión estaban juntos en el bar. Afrodisio se veía triste, abatido, cabizbajo. Bebía su copa en silencio, como si una infinita pesadumbre lo agobiara. Acertó a llegar en ese momento Rosilí, muchacha bella y de magnánimo corazón. "¿Qué le pasa a tu amigo? -le pregunta en voz baja a Libidiano-. ¿Por qué se mira así, tan afligido y lleno de congoja?". Contesta Libidiano, también hablando quedo: "Tiene un problema grave. Hace unos meses murió su mamá, y desde entonces mi pobre amigo no puede hacer el amor, pues cada vez que lo intenta se le aparece la imagen de su santa madrecita, y eso lo hace desfallecer. Se le abate el ánimo, y con el ánimo todo lo demás". "¡Desdichado joven! -exclama con tribulado acento Rosilí-. ¡Seguramente amó mucho a su madre!". "Mucho -suspira Libidiano-, y más porque nunca conoció a su padre. La difunta señora fue santa madrecita en muerte, mas no en vida". Pregunta la muchacha: "¿No ha recurrido tu amigo a la ayuda de algún profesional?". "Siquiatras y sicólogos ha visto -responde Libidiano-, de todas las escuelas, desde la freudiana hasta la meditación autocognoscitiva y el análisis transaccional, y ningún tratamiento le ha servido". "¡Desdichado joven!" -vuelve a exclamar la chica, cuyo catálogo de expresiones conmiserativas era más bien modesto. "Se me ocurre -dice entonces Libidiano como si una súbita idea le llegara-, que tú podrías ayudarlo mejor que cualquier especialista. ¿Por qué no lo invitas a tu departamento y le haces el amor? Tus femeninas artes lo ayudarán seguramente a superar el aflictivo trance que ha convertido su vida en un erial". "No conozco bien a Afrodisio -vacila Rosilí-, pero por ser tu amigo me esforzaré en apartar de su mente la triste visión de su señora madre. ¡Desdichado joven!". Luego, volviéndose hacia Afrodisio, le dice: "¿Te gustaría ir conmigo a mi departamento?". "Si me invitas" -responde Afrodisio tristemente. Se levantan los dos y se encaminan hacia la salida. Libidiano alcanza a Afrodisio y le dice al oído: "No se te olvide, caón. La próxima vez a ti te toca representar el papel de buen amigo y a mí el del pobre infeliz que no puede hacer el amor porque se le aparece su santa madrecita"... FIN.