En perfecto estado de ebriedad, Empédocles Etílez llegó trastabillando hasta donde estaba un policía y le dijo con tartajosa voz: ?Perdone usted, oficial: me robaron mi carro. Estoy seguro de que lo tenía en la punta de mi llavero?. ?Presente una denuncia -le indica el policía-. Pero primero abróchese el zipper del pantalón?. El ebrio se revisa y exclama luego desolado: ?¡Ah! ¡También me robaron a mi novia!?... Los animales silvestres no son buenas mascotas. Jamás dejan de ser eso: animales silvestres, y no se adaptan nunca a la vida en la casa de los hombres. Generalmente mueren después de perder la libertad, y su muerte es casi siempre penosa y llena de sufrimientos. Pueden también causar algo más que incomodidades a quien por curiosidad los llevó a su casa. Sé de alguien que adquirió un águila a la orilla de la carretera. Uno de sus hijos, el más pequeño, se acercó demasiado al ave. Tiene ahora en la frente una honda cicatriz que los médicos han dicho que no desaparecerá jamás. No compremos animales silvestres para usarlos de mascotas. No son para eso. Son para vivir en la libertad de la naturaleza y para cumplir la función biológica que la cadena de la vida les fijó. Evitemos que se rompa esa cadena. Cuando atentamos contra la vida de los animales atentamos contra nuestra propia vida... Le dice el gerente del hotel a Himenia Camafría, madura señorita soltera: ?Definitivamente no puede usted sacar eso del hotel?. ?¿Por qué no? -se molesta ella-. Todo mundo se lleva algo de los hoteles: una toalla, un cenicero...?. ?Sí, -reconoce el gerente-. Pero no un botones?... Otro de Empédocles Etílez. Iba manejando bien borracho, y se pasó un semáforo en rojo. Lo alcanzó en su motocicleta un oficial de tránsito y le pregunta: ?¿Qué pasó con el rojo, amigo??. Contesta el ebrio: ?Lo cambié por este grisecito?. El oficial se molesta: ?¿Qué no vio el semáforo??. ?Sí lo vi -replica Empédocles-. Al que no te vi fue a ti?. ?A ver -solicita el agente-. Los papeles?. ?Papeles los que estamos haciendo aquí tú y yo ?responde el beodo-, interrumpiendo el tránsito?. ?Quiero decir que me enseñe sus documentos? -insiste el oficial. ?¿De cuáles quieres? -pregunta Etílez echando mano a un portafolio-. Traigo letras de cambio, cheques, pagarés...?. ?Mire -se enoja ya el oficial-. Le voy a quitar la placa?. ?¡No la ingues" ?se angustia el borrachín-. ¡Voy a una carne asada!?. ?Le estoy diciendo -aclara molesto el agente- que lo voy a llevar al bote?. ?Está bien -acepta Etílez-. Pero tú remas, ¿eh??. ?Acompáñeme? -exige el policía. ?Qué pena -se disculpa el borrachín-. No traje la guitarra?. El oficial, viendo en tan mal estado a Empédocles, se compadece de él y le pregunta su dirección, para llevarlo a su casa. Cuando llegaron el ebrio hacía inútiles esfuerzos por meter la llave. Con la mano subía la llave a lo largo de la puerta, y luego la bajaba, como si la cerradura se moviera. ?Me equivoqué -dice después de largo rato-. No era la cerradura: era una cucaracha?. El agente le pide la llave para abrir él la puerta. Empédocles le entrega algo. ?Oiga -dice el gendarme-. Lo que me dio es un supositorio?. ?¡Ah, jijo! -se procupa el borrachín-. ¿Entonces dónde puse la llave??... FIN.