Amar y perdonar. Tanto la religión como la filosofía nos aconsejan cumplir esas acciones en bien de nuestro prójimo. Yo me pregunto: ¿por qué no cumplirlas igualmente en beneficio de nosotros mismos? Mal puede querer a otro quien no se quiere bien él mismo. Debemos perdonar a los demás, sí, pero debemos también perdonarnos nuestras propias culpas, nuestros errores, nuestras omisiones. Este día, el último del año, es ocasión perfecta para volver la página. Borrón y cuenta nueva. Eso no significa asumir una actitud despreocupada en relación con nuestros actos. De cada uno de ellos somos responsables. Pero no debemos cargar nuestros remordimientos como quien carga una losa funeraria, sino aprender de esos yerros a fin de no volver a cometerlos. Digamos pues: "Te perdono y me perdono". "Te quiero y me quiero". Así nos sentiremos bien con los demás, y también con nosotros mismos. En ese buen ánimo termino el año que se va, y en ese ánimo bueno comienzo el año nuevo. Que durante el 2006 gocemos tú y yo los dones preciosos de la salud, el amor, el trabajo y la paz... Y ahora he aquí "El Chiste más Pelado del Año". Las personas con escrúpulos morales deberían suspender en este punto la lectura... Don Chinguetas era corto de vista. Era también corto de oído. (Y algunas otras cortedades padecía que no son para decirse aquí). Lo de ser medio sordo no le dolía mucho. "Total -solía decir con filosófica resignación-, pa? las pendejadas que oye uno". Pero la debilidad y cansancio de sus ojos sí lo mortificaban, pues muchas cosas hay dignas de mirarse, desde uno de esos crepúsculos que pinta Dios cuando el número de ateos ya va creciendo demasiado, hasta un hermoso par de piernas femeninas, con otras mórbidas redondeces de igual género, también creación divina, pues son imán que atrae al hombre y lo hace perpetuar la especie. Bendito sea el Señor que puso tales cosas en la mujer para llevarnos a ella, y no ganchos o garfios de metal, porque entonces correríamos delante de las mujeres en vez de correr tras ellas. La sabiduría de Dios es infinita, y su bondad también. Pero estoy cortando el hilo de mi relato con digresiones tan obvias como inútiles. Vuelvo a tomar el curso de la historia. Don Chinguetas asistió a una convención, y al llegar al hotel donde se alojaría se enteró de que iba a compartir la habitación con otro de los asistentes, a quien ni siquiera conocía. No se desazonó por eso, pues la edad y la vida lo habían enseñado a ser conforme y adaptable, de modo que fue a su cuarto, acomodó sus cosas, y como era ya un poco tarde se metió en la cama. Después de ver la tele un rato se dispuso a dormir. Se quitó las gruesas gafas con cristal de fondo de botella y se quitó también el aparato que usaba para oír. De sobra está decir que sin esos adminículos ni veía ni oía bien. La cosa no hubiera tenido importancia -don Chinguetas ya se iba a dormir- si no es porque en ese momento hizo su entrada el otro ocupante de la habitación, un hombre joven, de elevada estatura y musculoso. Advirtió el recién llegado que su maduro compañero de cuarto no veía ni oía bien, a juzgar por los anteojos y el aparato para la sordera que vio sobre el buró, y procedió a hacer su propia descripción y a presentarse. "Tengo 30 años -dijo-, mido 1.90 de estatura y peso 145 kilos. Dante Huerta". "¿Cómo dijo?" -preguntó lleno de sobresalto don Chinguetas al tiempo que se ponía apresuradamente su aparato para oír. Repite el mozallón: "Tengo 30 años, mido 1.90 de estatura y peso 145 kilos. Dante Huerta". "¡Ah! -exclama con alivio don Chinguetas-. Dante Huerta... ¡Qué susto me diste, muchacho! Yo oí: ?Date vuelta?"... ¡Feliz año nuevo, queridos cuatro lectores míos!.. FIN.