"Año de nones, año de dones". Opongo el optimismo de esa frase al ominoso augurio de quienes fruncen el entrecejo y todo lo demás para anunciar un variado catálogo de males en este 2005. Los pesimistas profesan una rara forma de optimismo: siempre tienen la certidumbre de que sus vaticinios de catástrofes se van a realizar. Yo, con fe en la vida y en sus infinitas posibilidades, me limito a encender una luz pequeñita de esperanza, mínimo resplandor que sin embargo alcanza para poder mirar tu rostro, lector mío, y ver en él al de mi prójimo, espejo sin el cual no existo yo. ¿Te parece si empezamos el año compartiendo una breve sucesión de cuentecitos de diverso color y tesitura?... Simpliciano, romántico joven candoroso, le dice a Pirulina, su pizpireta pero poco letrada prometida: "Iremos de luna de miel a París, amada mía, pues tengo la ilusión de darte un beso en el Arco del Triunfo". "¡Tontín! -se ríe ella dándole con el codo en las costillas-. ¡Para eso no necesitamos ir hasta París!"... A los pocos meses de casados el marido le dice con desolado acento a su reciente desposada: "No me lo explico, Omisia. Cuando éramos novios te mostrabas apasionada, tentadora, ardiente, en tanto que ahora te noto fría, indiferente, reservada. También antes te maquillabas muy bien, te vestías provocativamente, lucías siempre atractiva; y en cambio hoy andas por la casa con ese viejo piyamón de dubetina y esas gastadas pantuflas de peluche. ¿Por qué ese cambio tan notorio y radical?". Ella responde con otra pregunta: "¿Cuándo has sabido que el pescador le siga dando carnada al pez que ya pescó?"... En la barra de la cantina del pueblo un granjero bebía su copa, solitario. De vez en cuando murmuraba: "Hay cosas que no se pueden explicar". Pedía otra copa, la apuraba y repetía otra vez la extraña frase: "Hay cosas que no se pueden explicar". Intrigado, el cantinero le pregunta: "Dígame, amigo: ¿qué es eso de que hay cosas que no se pueden explicar? Yo pienso que todo en la vida tiene una explicación". "Deme otra copa -pide el granjero con sombrío acento-. Hay cosas que no se pueden explicar". La sirve el tabernero. "Ésta es por cuenta de la casa -ofrece-. Pero acláreme eso de que hay cosas que no se pueden explicar". "Mire usted -empieza a relatar el individuo-. Hoy en la mañana fui a ordeñar la vaca. Ya tenía el balde lleno cuando la vaca le dio una coz con la pata derecha, y derramó la leche. Hay cosas que no se pueden explicar". "Eso me parece muy explicable" -replica el de la taberna. "No he terminado todavía -prosigue el granjero-. Le amarré a la vaca la pata derecha a un poste, y seguí ordeñándola. Había ya llenado el balde otra vez cuando el maldito animal le dio otra coz, ahora con la pata izquierda, y volvió a tirar la leche. Hay cosas que no se pueden explicar". "Tampoco eso me parece inexplicable" -opone el cantinero. "Déjeme continuar -dice el sujeto-. Le amarré a la vaca la pata izquierda a otro poste, y seguí ordeñándola. Tenía ya casi lleno el balde cuando la vaca le dio con la cola y lo hizo caer. Otra vez se tiró toda la leche. Hay cosas que no se pueden explicar". "Tampoco me parece raro eso" -insiste el cantinero. "Voy a terminar -replica el otro-. Le levanté la cola a la vaca para amarrársela, pero no tenía con qué sostenérsela. Me quité el cinturón para atarle la cola con él, y el pantalón se me cayó. Imagine usted la escena: las patas de la vaca amarradas, yo deteniéndole la cola en alto, mi pantalón en los tobillos... Pues bien: en ese preciso instante entró mi esposa. Deme otra copa. Hay cosas que no se pueden explicar"... ¡Muy feliz Año Nuevo, queridos cuatro lectores míos!... FIN.