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DE POLÍTICAS Y COSAS PEORES

Armando Camorra

La esposa le preguntó al marido si quería desayunar. "No" -respondió él con laconismo que los diputados deberían imitar. Insiste la señora: "Puedo prepararte unos huevitos fritos, sunny side up, como te gustan; y unos hot cakes esponjaditos, con su miel de maple, su mantequilla, su mermelada de fresa y sus rebanaditas de tocino, y un cafecito recién hecho". Rechaza nuevamente el hombre, pero ahora más razonadamente. "No, gracias. Es este Viagra que ayer empecé a tomar. Me ha aumentado el apetito sexual, es cierto, pero me ha disminuido el del estómago". Calló la esposa, pero al mediodía volvió a preguntarle a su consorte: "¿Quieres comer algo?". "No" -responde otra vez el tipo con gran economía de lenguaje. Insiste ella: "¿Qué te parece si te hago un consomé al jerez, un filete a la pimienta y de postre los dulces de leche que compré en Saltillo?". Ni un cardenal (italiano, desde luego) habría desechado tal ofrecimiento, sobre todo el de los dulces. Pero otra vez el marido contestó: "No, gracias. Es este Viagra que empecé a tomar ayer. Me aumentó el deseo sexual, sí, pero me ha quitado las ganas de comer". Llegó la noche, y la esposa insistió de nueva cuenta: "¿Quieres cenar?". "No" -replicó una vez más el sujeto. Propone la señora: "Puedo hacerte una ensalada de lechuga romana con aceite balsámico y vinagre de manzana, queso de cabra, finas rodajas de carne de venado y jabalí; con aderezo de almendras, avellanas y piñones; en seguida un filete de esmedregal en salsa de cuitlacoche y flor de calabaza; y de postre una compota de cerezas al coñac". "No -repite una vez más el individuo-. Ya te dije que el Viagra que comencé a tomar me ha aumentado el deseo carnal, pero me ha quitado el apetito". "Está bien -dice entonces la señora-. Pero ¿te importa si yo me levanto a cenar algo? ¡Por causa de ese Viagra que estás tomando me has tenido ya dos días en la cama sin probar bocado!"... Me encantan los libros de viajes y las crónicas de marinería. He releído -libro que no se relee no valió la pena de haberlo leído la primera vez- los diarios del peregrino Walter Starkie, el irlandés juglar, y en mi adolescencia le di la vuelta al Cabo de Hornos con Richard H. Dana y sus "Dos años al pie del mástil". Ahora me deleito con la narración del inenarrable periplo que está haciendo Germán Dehesa, amigo tan admirado y tan querido, por los mares del sur americano. El capítulo que ayer leí, "Cuando fui pingüino, III", tiene tanta belleza y tanta gracia, y al mismo tiempo tal hondura, que merece la calificación que antes se daba a los textos dignos de ser puestos en una antología: "joya del género". Disfrute Germán su viaje en compañía de los suyos, de Adriana especialmente (nadie canta como ella la canción de la paloma que escribió Coqui Navarro), y disfrutemos nosotros el relato de esa aventura marinera... El doctor Duerf, siquiatra, daba terapia de grupo a tres señoras y a sus respectivos hijos, tres niños que se acercaban ya a la pubertad. Les dice el analista a las señoras: "Hay tres grandes obsesiones que los profanos llaman ?vicios?: la del alcohol, la del juego y la del sexo. Usted, señora -le dice a la primera- está poseída por la obsesión del alcohol. Por eso le puso a su hijo el raro nombre de Etelvino, y le dice ?Vino?. Usted, señora -se dirige a la segunda-, tiene la obsesión del juego. Por eso le puso a su hijo el nombre, más raro todavía, de Mocasino, y le dice ?Casino?. Y usted, señora..." se dirige a la tercera. En eso la mujer se levanta aceleradamente, toma de la mano a su hijo y le dice con premura: "¡Vámonos, Agapito!"... FIN.

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