Babalucas fue con el siquiatra: "Todas las noches tengo un sueño -le cuenta-. En él veo una puerta con un letrero. Yo quiero abrir esa puerta, pero por más esfuerzos que hago no consigo abrirla. Empujo y empujo, y la puerta se mantiene firme. Entonces me despierto bañado en sudor frío". "Cómo fue su relación con su mamá?" -inquiere el analista, que pertenecía a la escuela freudiana. "Muy buena -responde Babalucas-. No creo que ella tenga nada que ver con mi sueño". "Dígame usted -pregunta entonces el siquiatra con el tono de quien ha encontrado una pista importante-. ¿Qué dice ese letrero en la puerta que usted empuja sin poderla abrir?". Responde Babalucas: "Dice: ?Jale?"... Tenue es la línea que divide la religión de la magia. Digo eso para no decir de plano que toda religión es en el fondo magia. El hombre, asustado ante el rayo, lo hace venir de un dios cuyas cóleras se pueden aplacar con sacrificios. Don Juan Sandoval Íñiguez, Cardenal de Guadalajara, que tantas valiosas ocasiones de silencio y prudencia suele desperdiciar, calificó de "cosa apocalíptica" a los maremotos que azotaron el sudeste de Asia, y dijo que son un mensaje de Dios. Habrá que preguntar, manifestó, qué es lo que Dios nos quiere decir, pues Él habla a través de acontecimientos como éste. Desde luego debemos deducir que la interpretación oficial de ese mensaje, oculto como el de los oráculos de Delfos, corresponde hacerla a los ministros religiosos, a los sacerdotes. Es ahí donde entramos en los dominios de la magia, que aprovecha un fenómeno natural, de dolorosas consecuencias, pero natural al fin y al cabo, para decir que es consecuencia del pecado, de aberraciones inconcebibles entre las cuales el Cardenal menciona "el derecho a juntarse en fingidos matrimonios". Yo entiendo que la naturaleza tiene leyes -impuestas por el propio Creador, a juicio de quienes afirman la existencia del mundo como efecto de un acto creacionista-, y esas leyes se cumplen ineluctablemente, como efecto de la propia naturaleza. De su cumplimiento depende nuestra existencia. El cumplimiento de las leyes naturales trae consigo males y beneficios por igual: la vida y la muerte son parte de esas leyes. Por efecto de ellas hay maremotos, pero por efecto de ellas existen también el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que nos nutren. Por ellas nuestro planeta es habitable. Nos conmueven tragedias como ésta, que tanta mortandad causó y que puso aflicción y dolor en tanta gente, pero entendemos que estos sucesos son parte de la vida sobre la Tierra. Ante ellos debemos responder con el amor que se vuelve solidaridad hacia quienes sufren, y no con un esoterismo mágico tendiente a aprovechar para fines particulares una desgracia universal... Le dice Dulcilí a Pitoncio: "Temo casarme contigo. Corre fama de que estás superdotado, y yo soy tan frágil de cuerpo que temo hacer el amor contigo". "No te aflija tal inquietud, amada mía -miente el enamorado galán a fin de convencerla-. Nací dotado en forma generosa, es cierto, pero has de saber que hace unos años fui a una playa, y nadando en el mar un tiburón se llevó un pedazo considerable de esa parte. Ahora soy igual que cualquier otro hombre". Fiada en la verdad de esa extraña historia Dulcilí aceptó la proposición matrimonial, y se casó con Pitoncio. La noche de bodas se efectuó el connubio. Acabado el amoroso trance ella lloraba. "¿Por qué esas lágrimas, mi cielo? -pregunta con ternura el mentiroso galán-. ¿Acaso te causé dolor?". "No -gime desconsolada Dulcilí-. Lloro la pérdida del trozo que se llevó el tiburón"... FIN.