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De robos a robos

Javier Fuentes de la Peña

Era un sábado y la mañana estaba como ninguna. Aquel 17 de septiembre era un día ideal para visitar la Ciudad de México. Por las calles se podía circular fluidamente y el cielo claro permitía ver paisajes antes ocultos por la contaminación.

Con el ansia de un turista que tiene sólo un día para conocer sitios remotos, llegamos a Xochimilco. Mis niños estaban contentísimos. A Rodrigo le emocionaba la idea de navegar en una trajinera, y Gerardo no apartaba la mirada del enorme vaso lleno de jícamas que había comprado Paloma, mi esposa.

Una vez realizada la negociación correspondiente, nos trepamos en la trajinera “Chupa Karla”, cuyo nombre fue un negro presagio de lo que después nos iba a ocurrir.

Tan pronto nos incorporamos al canal principal, comenzó un desfile interminable de trajineras justo a un lado de nosotros: “Cervecita fría, joven”, “¿Qué canción le regala a su esposa?”, “¡Tómese la foto del recuerdo!”, “¿Le sirvo unas quesadillitas de sesos?”. Tal era el tráfico que el “gondolieri” sugirió tomar una nueva ruta para llegar más pronto a una laguna que, en sus propias palabras, estaba muy bonita.

Cuando nos encontrábamos navegando por un canal solitario y de triste aspecto debido a la pobreza reflejada en las viviendas, a Rodrigo se le ocurrió decir “¡Pipi, Mami!”. A petición nuestra, el remero se acercó a la orilla para que el niño pudiera hacer lo que tenía que hacer. Para nuestra desgracia, el marinero aprovechó la ocasión para saldar una deuda con un amigo que vivía cerca. Como él no traía dinero, acepté pagarle por adelantado. “En un minuto estoy de vuelta”. Rodrigo había recobrado el color y yo lo iba perdiendo poco a poco, pues pasaba el tiempo y el remero no regresaba. Cinco minutos y nada. Diez minutos y seguíamos abandonados en Xochimilco. La angustia aumentó cuando la tímida corriente comenzó a arrastrar la trajinera. Al ver que me habían timado, un espíritu heroico se apoderó de mí y tomé el remo para alejar a mi familia de todo peligro, pero la metí en uno peor, pues la trajinera se tambaleó violentamente.

Nunca regresó el trajinero. Por suerte, la corriente nos llevó hasta el taller de un carpintero y fue él quien nos hizo el favor de llevarnos al embarcadero. Ahí puse todas las reclamaciones posibles y, por fortuna, me regresaron el dinero.

Dos días después, el despertador me obligó a lanzar la primera mentada del día cuando apenas eran las cuatro de la madrugada. Con cuidado de que Rodrigo no se despertara, lo cargué y me subí al taxi que me llevaría al aeropuerto de la Ciudad de México.

Al llegar al mostrador de Click Mexicana, la fila era larguísima. Los minutos transcurrían, y la cola no avanzaba. La tranquilidad sentida previamente por haber llegado justo una hora antes a la salida del vuelo, fue desapareciendo paulatinamente. La inquietud de todos los que viajábamos a Saltillo despertó a Rodrigo.

De pronto, una señorita nos gritó: “¡Pasajeros a Saltillo, sírvanse formar una nueva fila para su rápida documentación!”. Obedientes nos formamos de nuevo, sin saber que esa cola tampoco avanzaría.

De pronto, ya cuando no hacíamos otra cosa más que ver el reloj, aquella señorita de triste memoria volvió a gritar: “Les informamos que el vuelo a Saltillo se cerró, así es que les ofrecemos un espacio en el vuelo de la tarde”.

La inconformidad general no se hizo esperar. A medida que aumentaba nuestra indignación, crecía también la incapacidad de aquella empleada para darnos una explicación coherente.

Esto suele suceder en los aeropuertos, pero los afectados por el cierre de un vuelo son acaso una o dos personas. Aquel lunes de triste memoria fuimos 16 pasajeros los que no pudimos volar, ya sea por la negligencia de los empleados de Click o por una sobreventa corrupta de los lugares disponibles.

Entre el robo del que fui objeto en Xochimilco, al robo que sufrí por parte de la compañía Click Mexicana, prefiero mil veces el primero. El remero quizás tenía la necesidad apremiante de saldar su deuda. Click Mexicana, por su parte, demostró ser de las compañías que sólo busca el lucro deshonesto sin ofrecer a cambio el servicio por el que cobra.

Quizás algún día vuelva a Xochimilco, sin embargo, estoy seguro que jamás volveré a utilizar los servicios de Click Mexicana, aerolínea que ofrece a sus pasajeros la peor cara de lo que México y los mexicanos queremos dejar de ser.

javier_fuentes@hotmail.com

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