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De trampolín a alberca

Juan de la Borbolla R.

En décadas recientes, algunas corruptas autoridades mexicanas justificaron su amoralidad al hacerse de la vista gorda y obtener lucrosos ingresos ilegales por su inacción frente al terrible flagelo de la narcodelincuencia organizada, bajo el pretexto de que México era solamente trampolín de la droga hacia otros mercados más poderosos: Que el problema estaba en los países ricos altamente consumidores de droga y que por lo mismo el único problema para México estribaba en su vecindad con el país de mayor consumo de estupefacientes en el mundo.

Hoy esa pretendida justificación ya no existe. Hoy el narcomenudeo es una realidad tristísima en nuestra patria; hecho éste que acarrea innumerables consecuencias negativas para el conjunto de la nación.

El problema de las drogas en la sociedad contemporánea no es solamente un problema de mercado en el sentido en el que lo plantean muchos técnicos de la economía, tanto neoliberales como inclusive neosocialistas.

Por ello el dilema sobre si conviene despenalizarla o mantener su tráfico y comercio bajo restricción legal no se circunscribe al hecho de que al ser perseguida su mercantilización, se encarece ese producto de lo cual sacan partido las organizaciones criminales que lo trafican y los políticos corruptos disimuladores.

La droga es usada por muchos niños, jóvenes y menos jóvenes de la sociedad actual buscando evasiones a sus realidades cotidianas al considerar que su ámbito familiar, su capacidad de estudio o de trabajo, su realidad circundante o sus relaciones sociales no son las deseables y por ello buscan huir de esa realidad a través del fácil recurso de drogarse para evadirse de esa situación que no les agrada. Otros drogadictos lo son por esa búsqueda irrefrenable de placer y de sensaciones que el consumismo moderno también nos ha impuesto como meta de vida.

Otros más han caído en ese vicio tratando de paliar los efectos de otro en el que ya han incurrido: el alcoholismo. El problema intrínseco a la drogadicción es que siempre destruye física, psíquica y socialmente al individuo que cae en sus garras y una vez sometido a esa esclavitud baja su rendimiento productivo y crece su conflictividad familiar, laboral y social.

Por otra parte quien cae en garras de este vicio requiere forzosamente de ese estimulante artificial que encuentra en la drogadicción. Eso plantea un círculo vicioso en la persona y en la sociedad que sufre este cáncer de nuestro tiempo en el que la persona se degrada y en su continua degradación provoca la degradación de la sociedad en que está inmerso, por efecto de la merma de la productividad y de su capacidad de relación social positiva, con el acompañamiento del incremento de la violencia y la delincuencia a efectos de hacerse dinero para conseguir droga por parte de quien productivamente es insolvente y por tanto tiene que recurrir a formas antisociales para conseguir ese dinero para esa droga necesaria.

Hoy el narcomenudeo es ya una realidad altamente influyente en la degradación de la calidad de vida de nuestras ciudades.

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