"Yo no fui carismático, sino auténtico": Jack Nicklaus.
Cartagena, España.- Jack Nicklaus (Columbus, Ohio, 1940), el mejor jugador de golf de la historia, parece minúsculo embutido en un impermeable verde. Desciende de un helicóptero y posa su menuda figura en un erial arenoso, en un desierto junto al Mar Menor, en Murcia.
La empresa española Polaris World le ha contratado para diseñar 15 tapetes verdes sobre un perfil que recuerda a las películas en blanco y negro de indios y vaqueros: surcos de tierra agrietada y chaparrales.
Sus ojos azul acuoso emergen sobre las solapas del abrigo. Hace frío. Despliega unos planos y traza garabatos sobre el papel. Después se sienta frente a la grabadora y parece que aumenta de tamaño con cada frase.
Ganador de 18 grandes, el Oso Dorado, comedor compulsivo de ostras, se retiró con 65 años el pasado mes de julio en el Open Británico, en Saint Andrews. Dice que no lo echa de menos. Que ya no era divertido jugar porque ya no era bueno.
Pero los ojos le siguen guiñando con cada recuerdo. El pasado miércoles recibió de manos de Georges Bush, presidente de Estados Unidos, una de las más altas condecoraciones civiles de su país.
¿El golf ya no es lo que era?
— Hace años el juego era 20 por ciento potencia y 80 por ciento colocación y talento, ahora ese porcentaje se ha invertido. Los cinco primeros jugadores del mundo están entre los diez mejores pegadores, pero no figuran ni entre los 100 primeros de los que dejan la bola donde realmente querían que se posara.
¿Eso quiere decir que ya no hay talento?
— No. Eso quiere decir que no les preocupa la dirección de la bola, porque en realidad el Tigre, por ejemplo, es capaz de pegarle recto si quiere. Sencillamente no le compensa. Tienen mayores beneficios primando la fuerza sobre la precisión.
Según usted, ¿renuncian voluntariamente a apuntar al centro de la calle?
— Sí, todos saben hacerlo, pero han llegado al convencimiento de que les es más fácil vencer ganando metros.
En cierto modo, se desvirtúa el juego...
— A mí no me gusta, desde luego. Con esa mentalidad gente como Hogan o Piñero, que eran magníficos jugadores, no hubiesen tenido ninguna oportunidad de hacer nada porque eran pequeñitos y no le pegaban duro a la bola. Antes este no era un juego para tipos grandes, daba igual tu constitución física.
¿Y cuál es la solución? ¿Limitar la tecnología?
— Sí, pero sobre todo la bola, que es lo fundamental. Por mucho que haya palos de grafito, el quid es controlar la pelota. Hasta que no controlemos la bola no se va a solucionar el problema. Sencillamente, hay un fabricante que no quiere aceptar ninguna limitación. Es absurdo que se nieguen, porque Woods seguiría sacando veinte metros a los demás, pero hablaríamos de distancias más racionales.
Pero, usted también era un jugador que marcaba diferencias con la distancia.
— Sí, yo era un buen pegador, tuve esa ventaja, pero ninguno de mis éxitos se debió a ese factor.
Ahora los jugadores son atletas, tienen preparador físico.
— Usted lo ha dicho. El que quiera vivir como en los viejos tiempos y enfocar el juego como antes, beber cervezas y echar barriga, es mejor que diga adiós. Todos los deportes son así y el golf, ahora, también.
¿Se siente distante ya del golf profesional?
— No, no es eso. Simplemente me dedico a otros asuntos.
¿Qué campo echa más de menos, cuál fue el más mítico para usted?
— El más bonito es Pebble Beach, el más difícil Carnoustie, y el más sagrado Saint Andrews.
¿Su golpe más memorable?
— Recuerdo uno con el hierro uno de 238 yardas (215 metros), con mucho viento, que me sirvió para ganar a Hogan el Open de Estados Unidos en 1967.
¿Han cambiado mucho sus rutinas desde que se retiró?
— Ahora vivo más estresado. Antes llegaba cada lunes a un campo y me quedaba una semana. Ahora voy a un país diferente cada veinticuatro horas, vivo más ajetreado. Por otro lado, también tiene su parte positiva: puedo asistir a la comida de los domingos con mis 19 nietos.
¿Echa de menos la tensión de la competición?
— Sí, pero hay una constante en mi vida: querer divertirme. Llegó un momento en que no me divertía jugar como profesional porque no era lo suficientemente bueno para competir.
¿La presión es vital en el golf, la mente?
— Bueno, es importante, pero es positiva. Yo sentía presión y por eso estaba contento, porque era lo suficientemente bueno para controlarla. Yo caminaba por la calle feliz, disfrutando de toda esa tensión, porque sabía que era muy bueno.
Casi todos los jugadores recurren a psicólogos.
— Pobrecitos. Lo siento de verdad, me dan pena.
Algunos dicen que los lunes tras un torneo se sienten como zombies.
— Es lógico que el lunes estés cansado física y mentalmente, pero lo suyo es que te relajes por ahí y ya volverás el miércoles a la rutina. No hay que exagerar.
¿Su victoria más especial?
— Una de las más especiales fue el Masters de 1986. Tenía 46 años y nadie pensaba que fuera posible que ganase, ni los especialistas, ni los aficionados, ni otros jugadores... ni yo. Entonces llevaba sin ganar nada muchos años.
¿Y la despedida en julio en Saint Andrews?
— Muy emotiva, con mi hijo de caddie y en el campo en el que gané dos Británicos. Además me hicieron un billete de curso legal y muchos homenajes.
Las mujeres quieren participar con hombres en el Open...
— Me parece muy bien. Si son capaces de superar las rondas previas es absolutamente justo. Un gran campeón quiere enfrentarse a los mejores, y si entre ellos hay mujeres... Por ejemplo, Michelle Wie coge el palo como un hombre, lo gira en el swing como un hombre, le pega como un hombre, ¿por qué no va a jugar con hombres?
Se retiró hace dos meses, pero lo que todos recordamos es su rivalidad con Gary Player, Tom Watson, Lee Treviño o Arnold Palmer...
— Sobre todo con Palmer (y se ríe un poco, no mucho). Era muy divertido porque todos los que ha citado te ganaban, pero después les ganabas tú a ellos. Personalmente el antagonismo más grande fue con Palmer, pero en el campo los duelos más intensos fueron con Player, que fue quien me ganó más veces, aunque el famoso duelo al sol, cuando perdí en 1977 el Británico en el desempate, fue con Watson.
Ballesteros ha vuelto...
— Seve fue un jugador fabuloso, muy carismático, y básico para que se recuperase la competitividad en la Ryder Cup al incluir a jugadores europeos y no sólo británicos...
¿Cuáles cree que son las verdaderas posibilidades de Sergio García?
— García tiene un problema: es muy joven. Ya ganará algo, desde luego, es un tipo con mucha energía. Es un buen jugador.
Usted fue pionero en usar su imagen para ganar dinero ¿cómo se le ocurrió?
— Yo no era carismático, nunca lo he sido, al contrario, la gente prefería a otros golfistas, como Palmer. Yo lo que aportaba era solidez y confianza para el público. Me dedicaba a hacer las cosas bien, sin importarme si me aceptaban o no, y empecé a tener credibilidad. La gente creía que lo que yo hacía estaría bien, sería útil, auténtico. A veces, los usuarios buscan honestidad, y eso es lo que yo ofrecía.
¿El Tigre lleva 13 grandes, batirá su récord?
— Ahhhhhhh... ¿quién sabe? Desde luego es el único que me puede asustar. Nunca se sabe, el golf es impredecible.
Llega a un pedregal sin referencias y usted ve un campo de golf de 18 hoyos, ¿cómo?
— Bueno, observo la morfología del terreno, imagino los greenes, hago unos garabatos sobre el mapa y ya está hecho el grueso del trabajo.
Usted ahora dedica todo su tiempo al diseño de campos, ¿qué busca?
— No pienso en los profesionales, ellos han superado el campo antes de que tú lo hayas terminado de construir. Yo pienso en el 98 por ciento que no son profesionales. No me gustan los campos, como Augusta, que ahora sólo piensan en la distancia. Aunque a veces diseño tees para profesionales, pero da igual. Se quedarán obsoletos en un mes. Sería un desprecio al jugador medio pensar en los grandes torneos y no en la diversión del aficionado.