Yo amo profundamente a mi marido; solemos comer juntos, en familia y en ese momento hablamos de los sucesos de la mañana o reflexionamos sobre algún tema que nos interese; por la noche platicamos y dormimos juntos muy a gusto, con la conciencia tranquila.
¿Y eso a mí qué me importa?, se preguntará usted. Supongo que nada en lo absoluto, pero si el presidente Fox puede hacer pública su declaración de amor ¿yo por qué no?
Nuestro país es un país bastante machín. De manera que le tiene alergia a las cursilerías en público. Y calificase como cursilería cualquier cosa que tenga que ver con los sentimientos. Así pues, la patente de corso para las cursilerías la tenemos las mujeres, y desde luego se considera un defecto. En México sería muy mal visto, por ejemplo, que una mujer irrumpa en una junta de trabajo y públicamente le diga a su marido que lo ama profundamente.
Muchísimo peor si es la esposa la que está en junta e irrumpe el marido con su declaración de amor.
En este contexto es muy fácil entender por qué la declaración de amor que hiciera el presidente Fox a su esposa, el pasado martes 22, le pareció cursi a un gran sector de la población.
El presidente literalmente dijo: “… hago público mi amor profundo a la señora Marta… Y sí, todos los días hablamos de los problemas, compartimos pensamientos y reflexiones y al final del día terminamos listos para dormir tranquilos, con la conciencia bien tranquila…”.
Ahora bien, valoraciones culturales aparte, me llaman la atención algunas circunstancias alrededor de la declaración de amor. No se trató de una respuesta, a pregunta expresa, durante una entrevista de semblanza, de esas que buscan conocer los pensamientos y sentimientos de la persona entrevistada. No se trató, tampoco, de una respuesta a la conductora de algún programa de entretenimiento en la televisión a propósito del mes del amor. No se trató, igualmente, de una entrevista en una revista femenina de esas que hablan de la moda primavera-verano de 2005, del maquillaje indicado para ir a la playa, del divorcio de Brad Pitt o la boda de Camila Parker. No. Fue una declaración espontánea –so pretexto, aseguró el presidente, de que una señora le comentó que él y su esposa se veían muy enamorados y que siempre era bueno hacer público el amor de las parejas- en una comida para celebrar el 84 aniversario del Club Rotario de la Ciudad de México.
Se trató, pues, de un acto al que asistió con la representación oficial, y nadie le preguntó públicamente nada que le obligara a hablar de su vida, ya no digamos amorosa, ni siquiera personal. ¿A qué venía entonces la declaración de amor?
¿Supondrá que al pueblo de México por sobre todo nos preocupa su relación de pareja? ¿No había algún tema de importancia nacional que mereciera el comentario del señor presidente?
Coincidentemente, un día después de la amorosa declaración se dio a conocer que desde diciembre pasado la Arquidiócesis de México le concedió a Marta Sahagún de Fox, la anulación de su primer matrimonio religioso. Y que conste que según la Iglesia Católica “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. Y que conste que “el hombre” (léase el Tribunal Eclesiástico) “separó” en 2004 a 648 parejas de las 757 que solicitaron la nulidad de su enlace.
Coincidentemente también, ha comenzado a difundirse un comercial televisivo donde la señora Marta, vestida de rosa pastel, promueve su fundación “Vamos México” y aprovecha para hablar de su compromiso con la gente, con los que menos tienen.
¿No será –pregunto- que el presidente está buscando reposicionar a su esposa para que en 2006 sea candidata a algún puesto de elección popular?, ¿la Presidencia, el Gobierno del Distrito Federal, alguna diputación o senaduría? ¿A quién beneficia una declaración de amor que, era fácil suponer, acapararía las críticas y los comentarios en medios nacionales? ¿Tendrá alguna intencionalidad política o buscará distraer la atención de algún tema importante?
Claro, cabe la posibilidad de que simplemente haya sido una de esas inocentes y desafortunadas declaraciones del mandatario y que yo sea una mal pensada de lo peor, o una especie de esquirol del romanticismo. Y nada más para que no se lleve una mala impresión de mí le sugiero que ambiente esta lectura con una bellísima canción de la trova yucateca que dice: “Te amaré toda la vida/ todos los años, los meses y los días/ todas las horas y todos los instantes/ mientras pueda latir mi corazón…”. Pero si la quiere cantar en público, no me hago responsable de las consecuencias.
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