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Definiciones capitalinas/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

En obvia menor medida que la sucesión presidencial también provoca fuerte movimiento político la definición de las candidaturas a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal. En el PRD el trazo de la competencia interna es más nítido y más temprano, pues están en campaña los dos precandidatos inscritos, Marcelo Ebrard y Jesús Ortega, entre los cuales la militancia y los simpatizantes de ese partido decidirán el cuatro de diciembre. En Acción Nacional han mostrado su interés tres aspirantes, externo uno, Demetrio Sodi e internos el senador Jesús Galván y el ex diputado Fernando Pérez Noriega. No se ha definido aun el modo de seleccionar al candidato y se espera que la semana próxima sea emitida la convocatoria respectiva. En el PRI, en fin, hay sólo una aspirante, Beatriz Paredes, a la que no cabe todavía llamar precandidata porque no se ha lanzado la convocatoria, cuyos términos estarán influidos por el resultado de la elección nacional del próximo domingo.

La contienda perredista, muy vehemente como suelen ser los enfrentamientos internos en ese partido, ha adquirido por momentos tintes de rijosidad que se explican porque el resultado puede ser el mismo de la competencia constitucional, dada la implantación que el PRD adquirió en la Ciudad de México y que no parece posible modificar en los próximos meses, salvo por una escisión que no puede excluirse por completo pero no aparece próxima, no obstante las apariencias.

El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas decidió apoyar a Ortega, que obtuvo mediante encuestas la precandidatura del llamado Tucom perredista, Todos Unidos Contra Marcelo. Es la primera victoria que el senador nacido en Aguascalientes obtiene en su vida, pues cuando ha contendido por la presidencia del PRD, lo que ha hecho pertinazmente (contra López Obrador, contra Amalia García, contra Rosario Robles) ha sido derrotado o prefirió negociar a tiempo. Aparte el apoyo que lealmente le prestan quienes contendieron por él en busca de la precandidatura, el diputado Pablo Gómez y el jefe delegacional de Ixtacalco, con licencia, Armando Quintero, Ortega consiguió que Cárdenas dejara de lado los agravios que le ha inferido en el pasado la corriente Nueva Izquierda. Más de una vez, cuando el fundador del PRD resintió las pretensiones de grupos en ese partido por jubilarlo, se refería al combate librado en su contra por la corriente de Ortega. En una doble muestra de su institucionalidad, Cárdenas depuso sus sentimientos personales por impulsar una precandidatura que le parece pertinente y, de paso, dio un mentís a quienes un día sí y otro también lo sitúan fuera de su partido. No obstante la amistad personal y política que lo vincula con Demetrio Sodi, ni por asomo ha apoyado su decisión de marcharse del PRD y buscar una candidatura opositora.

Necesitados los precandidatos perredistas de adosarse a la fuerzas políticas de López Obrador (ambos lo invocan de distintos modos), a la corriente que apoya a Ortega le resulta problemático identificar a Ebrard como el candidato oficial, pues la tacha aparente podría favorecerlo. Por ello esa tendencia perredista ha optado por descalificar al ex secretario de Seguridad Pública y de desarrollo social. Se le reprocha no ser de izquierda y no haberse desvinculado expresamente de Carlos Salinas, en cuyo Gobierno fue secretario del DDF y, durante un brevísimo lapso, subsecretario de Relaciones Exteriores.

En un partido nuevo, especialmente uno que en amplia medida surgió como una escisión del PRI, es impertinente demandar certificados de linaje impoluto. Los priistas que, agrupados en la Corriente Democrática o no, abandonaron el partido oficial, no necesitaron declarar expresamente su desvinculación de las acciones criminales o corruptas cometidas por los Gobiernos priistas. Bastó que rompieran con ese partido para hacer evidente su lejanía con el régimen. A quienes, como Ortega, son perredistas de la primera hora pero antes dirigieron el Partido Socialista de los Trabajadores, se les ha condonado la circunstancia de que ese partido fuera organizado por el presidente Echeverría para contrarrestar el esfuerzo de Heberto Castillo en la integración del Partido Mexicano de los Trabajadores.

Cercano a Manuel Camacho, Ebrard se fue de la cancillería en enero de 1994, cuando aquél pasó a ser comisionado para la paz en Chiapas. Junto a Camacho rompió con el PRI en octubre de 1995 y dos años después, como candidato independiente pero con la cobertura del Partido Verde fue diputado federal (como Adolfo Aguilar Zínser sería senador). Sin ser miembro de esa fracción, Ebrard actuó en consonancia con la del PRD en temas clave como el Fobaproa. Salvo Dolores Padierna, con quien por ese motivo ha mantenido una abierta vinculación política, ningún legislador como Ebrard pugnó por el descubrimiento de las maniobras con que se organizó en perjuicio de la sociedad mexicana el mayor fraude institucional de todos los tiempos.

Como candidato del Partido del Centro Democrático a la jefatura de Gobierno hace cinco años, Ebrard declinó a favor de López Obrador y la votación que con ese gesto aportó fue decisiva para que el PRD retuviera el Gobierno de la Ciudad de México.

A diferencia de Ortega, que no ha pertenecido a la Administración, Ebrard ofrece experiencia en ese campo, como director y secretario de Gobierno bajo Camacho, y con López Obrador secretario de Seguridad Pública y de Desarrollo Social.

Ya veremos los procesos en el PRI y en el PAN.

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