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Derbez en la OEA

Miguel Ángel Granados Chapa

Cuando hoy Luis Ernesto Derbez sea elegido secretario general de la OEA, quedará claro que no fue sólo su volubilidad el factor que lo hizo transitar, en menos de una semana, de su también inesperado interés por la postulación presidencial panista, a la candidatura para encabezar la Organización de Estados Americanos.

El viernes pasado, apenas unas horas antes de la sesión donde hoy el consejo permanente del organismo interamericano elegirá secretario general, se conoció la renuncia del ex presidente de El Salvador, Francisco Flores al empeño en que lo acompañaba el Gobierno de Washington. Aunque no lo hizo de modo explícito, el derechista político salvadoreño buscó transferir el apoyo que había recibido al candidato mexicano. Enmarcó su retiro en una aparente disputa regional, pues contra el aspirante del sur (el ministro chileno del Interior, José Miguel Insulza) estaban contendiendo dos candidatos con intereses centroamericanos, que se neutralizaban en la búsqueda del apoyo comarcano. En diciembre pasado, en efecto, el propio presidente Fox se presentó en Costa Rica en una reunión especializada, de un organismo al que no suele otorgar importancia, a impulsar la entonces reciente postulación de su canciller.

Cuando Derbez anunció, inopinadamente su candidatura a dirigir la OEA, y el Gobierno de México la formalizó el siete de diciembre pasado, Estados Unidos apoyaba a Flores, y no mudó esa posición ante la postulación mexicana. Pero ahora comprendemos que desde entonces en el Departamento de Estado (donde ya se preparaba el relevo del general Colin Powell por la señorita Condoleezza Rice) quedaba clara la inviabilidad de la candidatura salvadoreña, y la necesidad de preparar un relevo. En la OEA ha funcionado de modo sistemático, y especialmente en situaciones críticas, la mayoría de uno. Nunca se ha permitido la Casa Blanca abandonar el control del sistema interamericano, y menos ahora, ante la expansión en el hemisferio de opciones políticas que si bien no contienden con Estados Unidos, se proponen acrecentar el ámbito de las decisiones que favorezcan su propio interés.

La necesidad norteamericana de impulsar una candidatura fuerte, que se resolvió en el desechamiento de la alternativa salvadoreña, se hizo más notoria desde la presentación de la candidatura chilena. Insulza es miembro del Partido Socialista, el mismo al que perteneció Salvador Allende. Y si bien ha formado parte de un Gobierno encabezado por un demócrata cristiano (Eduardo Frei, con quien fue canciller la mayor parte de su sexenio) su filiación política incomoda en Washington. Ya en junio pasado, cuando el Gobierno de Ricardo Lagos (con quien mantiene una relación estrecha) lo postuló formalmente, por primera vez, al puesto que entonces ocupaba el ex presidente de Colombia César Gaviria, el voto y la influencia estadounidense lo atajaron.

Fue elegido en cambio Miguel Ángel Rodríguez, ex presidente de Costa Rica que en octubre cubrió el periodo más breve en la historia de la OEA, que ha durado ya 57 años. El flamante secretario general debió volver a San José, donde la justicia lo reclamaba, y Estados Unidos convino con los gobiernos centroamericanos en mantener la fórmula que había permitido la elección del costarricense: encabezaría la OEA un ex presidente de un país de esa región. Pero la candidatura de Flores nació baldada, por la oposición de Honduras, causada por conflictos vecinales, y la impugnación venezolana, pues Flores se apresuró a apoyar a Pedro Carmona, el dirigente empresarial que hace hoy precisamente tres años, el 11 de abril de 2002, derrocó al presidente constitucional Hugo Chávez, pero sólo permaneció unas horas en el poder. Al presidente hondureño Ricardo Maduro le inquietaba la presencia de Flores al frente de la OEA, pues aunque ambos acordaron emprender la redefinición de sus fronteras en octubre de 2002, El Salvador pretendió en diciembre del año siguiente que la Corte Internacional de La Haya atendiera su reclamación de 78 kilómetros cuadrados en la costa del Golfo de Fonseca.

Aunque formalizó más tarde que sus contendientes su candidatura, Insulza prosperó rápidamente y además de asegurar el apoyo de los países del sur, de modo sobresaliente Brasil y Argentina, dirigió su atención hacia el Caribe. Pequeños y prácticamente recién llegados a la OEA, los 14 países que integran la Caricom (Comunidad del Caribe) están en condiciones de decidir el rumbo de una organización compuesta por 34 miembros, donde son necesarios 18 votos para la designación de secretario general. Aunque la agrupación caribeña no logró una posición común en este punto, que le permitiera votar en bloque, un buen número de países ha sido sensible a la oferta chilena de ofrecer una secretaría general adjunta (de nueva creación) a Suriname, la antigua Guayana holandesa que cumple treinta años como nación independiente.

Derbez no tendría cara con qué permanecer en la cancillería mexicana en el insólito y no próximo caso de que Estados Unidos perdiera su capacidad de modelar directamente el rostro de la OEA. Es cierto que el secretario Julio Frenk aspiró a presidir la Organización Mundial de la Salud y se quedó en su cargo tras la frustración de sus aspiraciones y con ese antecedente el secretario de relaciones exteriores pretendería volver a la normalidad como si nada hubiera pasado. Pero acaso supusiera posible retomar también su aspiración presidencial, súbitamente adoptada y súbitamente abandonada. Y eso estorbaría en el PAN.

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