Hace 15 años, cuando tenía 26, el corazón de Terry Schiavo se detuvo unos instantes durante la noche, suficientes para que el oxígeno dejara de llegar al cerebro causando un extenso daño cerebral. Desde entonces, la señora Shiavo ha vivido artificialmente y después de una larga odisea por los tribunales, su esposo ganó en una corte de Florida el derecho a que fuera desconectada, se le retirara el tubo por el cual se le ha alimentado y permitirle que en un plazo quizás no mayor de 15 días, pudiera finalmente descansar en paz. Los padres de Terry, acusando al esposo de querer asesinar a su hija, se movieron en los pasillos de la política y encontraron en los republicanos que quieren fortalecer su agenda sobre el derecho a vivir aunque ese tipo de vida no sea vida y los demócratas, que tras perder la elección en 2004 quieren correrse al centro del espectro político, oídos y fuerzas ávidas de sacar provecho político de tan triste caso.
En los últimos días, la actividad electorera en el Capitolio ha frenado que Terry Shiavo sea dejada morir con dignidad, como desea su esposo y los tribunales de Florida respaldaron. Los hacedores de leyes en Washington han logrado frenar ese proceso con chicanadas leguleyas criticadas por los abogados más respetados de Estados Unidos, dejándose seducir por los padres de Terry que argumentan que su hija los escucha, que reacciona a sus palabras y a sus olores, aunque los médicos, allá y en cualquier otra parte donde enfrentan ese tipo de situación, sostienen que los movimientos son reflejos mecánicos, no muestras de comprensión como en el caso de Terry, que desde aquella noche de 1990 casi no se mueve ni habla.
Los padres de Terry han encontrado en los legisladores y en un importante sector de la sociedad estadounidense una fuerte base de apoyo en un momento donde dos películas laureadas en la ceremonia de los Oscar, las ganadoras One Million Dollar Baby (Golpes del Destino) y Mar Abierto, la primera ficticia y la segunda basada en un caso real, pusieron sobre la mesa de discusión la eutanasia. En las dos películas, los protagonistas, sin poderse mover, dándose cuenta perfecta de su parálisis total y desesperados por una vida que nunca habrían deseado, optan por morir. Las películas generaron una protesta por los sectores religiosos y más conservadores en Estados Unidos que pedían que no premiara la Academia a esos trabajos que eran un canto a la eutanasia, pero el Oscar le fue entregado a esos dos trabajos, como en años recientes galardonaron a una película canadiense que abordaba el mismo tema Barbarians at the Gate.
La discusión sobre la eutanasia será inacabable. ¿Quién tiene la razón? En términos religiosos, el argumento es que sólo Dios, que dio la vida, la puede quitar. Éticamente hablando, hay una profunda división entre quienes la emplean desde el punto de vista de la fe y quienes lo argumentan desde el punto de vista médico, donde varios países, sin aprobar la muerte asistida, tienen provisiones legales para que en casos donde la muerte, tarde o temprano irreversible, puedan ser desconectados de aquellos aparatos que sólo dan vida artificial. Políticamente, como expresó en el caso de Terry el líder de la mayoría republicana en el Congreso estadounidense, Tom DeLay, “ella tiene derechos constitucionales para vivir y estamos protegiendo ese derecho constitucional y más importante, su derecho constitucional a que nadie pueda decidir su futuro al retirarle el tubo de alimentación y que la dejen morir de hambre durante dos semanas”.
El tema es altamente polémico y sobretodo, extremadamente difícil de comprender en toda su complejidad si no se ha atravesado por una experiencia similar. Nadie que no la haya vivido puede entender el dolor permanente, la angustia y el agotamiento que ello significa. Una persona con alguien querido en esa situación, vive primero en la incertidumbre que cada minuto se renueva, esperando la noticia del fallecimiento. Luego, atravesando el periodo crítico donde la muerte puede venir en cualquier instante, comienza el largo desgaste íntimo -el dolor permanente con los remordimientos de los hubieras que no se podrán corregir-. Empiezan las recriminaciones internas y con el paso de los días, de las semanas, de los meses, uno puede ver con toda claridad cómo la persona querida se está muriendo lentamente, apresurándola a las terapias intensivas en cada recaída y terminando de aceptar que, como diría un tanatólogo, “no se le prolonga la vida, sino la agonía”.
Ver postrada, inmóvil, a una persona querida no se queda sólo en una fotografía donde se ve únicamente la cara que va perdiendo su color, con la piel marchitándose y en ocasiones adoptando líneas cadavéricas. Detrás de ello se encuentran las partes más dolorosas y menos visibles. El cuerpo inerme de esa persona va mostrando los efectos de la inmovilidad. Las escaras son una expresión Terrible de ese proceso, donde la piel se llena de yagas cuya sangre va produciendo hematomas y surcos en el cuerpo, algunos de los cuales no pueden ser curados porque las defensas van siendo derrotadas y comienzan a convertirse en hoyos dentro del mismo cuerpo. Esa persona, inconsciente, expresa dolor, sin que nadie sepa exactamente porqué razones. Esos dolores van creciendo o como en el caso de Terry Schiavo, son imperceptibles porque se encuentra en una vida vegetativa total.
En todo caso, como el de ella misma, las agonías largas cobran su cuota en las familias, que empiezan a recriminarse los orígenes de la enfermedad, que dejan de escucharse, que terminan como rivales y enemigos, quebrándose relaciones que nunca hubieran tenido ese desenlace de no haber existido la enfermedad.
Pero la parte importante es la persona postrada. Si pudiera decidir, ¿optaría por vivir en esas condiciones? Pero al mismo tiempo, ¿puede alguien decidir con absoluta legitimidad qué es lo que más le conviene? La decisión no es nada sencilla, sobretodo si se toman en cuenta todas esas personas que viviendo en situaciones similares a la de los protagonistas de Golpes del Destino y Mar Adentro, afirman que esforzarse por realizar una vida es mejor que optar por la muerte.
Pero no es menos válida la argumentación de aquellos que han vivido la experiencia y que consideran que esa vida no es vida y que la degradación física del cuerpo es inhumano y no es digno de ninguna persona, sobretodo si es alguien muy querido cuyo colapso incesante y sistemático le otorgaría todo, absolutamente todo, el derecho a morir.
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