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Desarrollo Humano/Diálogo

Yamil Darwich

a principios del mes, la Organización de Naciones Unidas (ONU), publicó el informe 2005, sobre el Desarrollo Humano en el mundo. El documento contiene datos, cifras y conclusiones que tan sólo ratifican, ahora con certeza, que el mundo es más injusto que nunca. Leído desde otro punto de vista, coinciden con lo que otros investigadores vaticinaron y luego se confirmó con los hechos: la Sociedad del Conocimiento trae aparejada mayor injusticia en el campo de las oportunidades; cada día que pase “habrá más pobres, cada vez más pobres y menos ricos, cada vez más ricos”.

Las conclusiones del grupo de investigadores de la ONU, son desesperanzadoras; el mundo se propuso objetivos para el Desarrollo en el Milenio y ninguno de ellos será cumplido.

Los más urgentes están claramente definidos: disminuir la pobreza extrema; hacer que disminuyan las muertes infantiles; proveer de educación a mayor número de pobres; reducir las enfermedades entre los niños y forjar una nueva alianza mundial que dé frutos en el año 2015. El resultado hacia 2005, en general, tiene una palabra para definirlo: fracaso. Al respecto, Nelson Mandela hizo una declaración contundente: “la inmensa pobreza y la obscena desigualdad son flagelos tan espantosos en esta época -en la que nos jactamos de impresionantes avances en ciencia, tecnología, industria y acumulación de riquezas- que deben calificarse como males sociales tan graves como la esclavitud o el apartheid”

Las posibilidades de ejercer la libertad verdadera en los países pobres son casi nulas, porque serlo es carecer de oportunidades de desarrollo, de superación, alejarse de los derechos humanos declarados fundamentales y consecuentemente no participar del verdadero concepto de vida libre.

Paulette Dieterlen profesora investigadora del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ha escrito un libro sobre la pobreza y en él declara: “si bien me parece que ser pobre significa no tener determinados recursos económicos, muchas veces también significa carecer de lo que varios autores han denominado la autoestima o el respeto propio” y esa es una denuncia grave.

Otra investigadora, Ondra O’Neill, es más contundente: “la pobreza sitúa a la persona en una situación de vulnerabilidad que le impide la posibilidad de rechazar lo que les ofrecen aquellos que detentan el poder”. Esta sentencia se confirma en la actual organización económica, política y social del mundo, donde los ricos se han apropiado del papel de dueños y consecuentemente beneficiarios del conocimiento, dejando a los pobres como simples trabajadores y productores; una nueva modalidad de esclavitud.

Paradójicamente, algunos ricos de los países pobres se han aliado con los propietarios de ese conocimiento vendiendo en esencia la libertad de sus naciones, intentando de primera intención eludir el papel histórico individual, que los poderosos tratan de imponerles. La industria, el comercio, la prestación de servicios, incluida de educación, ya han empezado a ser entregados y si no lo ve así, piense en quiénes son los verdaderos dueños de los bancos, los auténticos propietarios de las empresas transnacionales o de las universidades corporativas. ¿Estamos conscientes del costo que estamos y seguiremos pagando? Le aseguro que ellos sí, pero no les importa.

La pobreza, como evidencia de desigualdad, invade a la mayor parte del mundo; le comparto algunos datos publicados por la ONU.

Cada minuto mueren 20 niños en el mundo por causa de la pobreza; la esperanza de vida subió dos años a partir de 2003, pero aún así mueren tres millones de menores por enfermedades que tienen que ver con la miseria; además, 130 millones no asisten a la escuela.

A partir de 2003, 460 millones de habitantes de países pobres bajaron su promedio en el índice de desarrollo humano; se pronostica que 10.7 millones de niños no rebasarán los cinco años de edad y que mil millones de seres humanos intentarán subsistir con ingresos menores a un dólar diario. En los últimos dos años, el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida), ha cobrado tres millones de vidas y ha infectado a otros cinco millones de personas.

La estadística es vergonzante; interpretada en acciones cotidianas -las realizadas por muchos de nosotros- significa que la quinta parte de la humanidad no vacila en gastar dos dólares en tomar café en un establecimiento público; en tanto, la quinta parte más pobre, hoy no tiene un dólar para comer.

Otra paradoja representa el resultado de los estudios económicos mundiales que demuestran que: “el bienestar de los pobres no disminuirá el bienestar de los ricos, por el contrario, permitirá construir una prosperidad compartida que fortalecerá nuestra seguridad colectiva”.

Lo invito a que reflexione en esta categórica afirmación y tome en cuenta el alto gasto que representan las medidas tomadas contra el terrorismo, buscando la aparente seguridad, negándonos a reconocer el origen del problema: abuso, hambre e injusticia para los más pobres.

Aún hay más datos para reflexionar: en Zambia, tienen menos posibilidades de llegar a cumplir 30 años que las de un individuo de la Inglaterra de 1840; en Francia, durante la Primera Guerra Mundial, se consideraba el promedio de esperanza de vida en aproximadamente 16 años, actualmente, en Botsawa, enfrentan una caída a 31 años, como consecuencia del Sida; lo más dramático es, según conclusiones del estudio, que “millones de vidas se habrían salvado si la comunidad internacional hubiera actuado de inmediato”.

La tasa de mortalidad infantil está descendiendo a nivel mundial, pero la brecha entre ricos y pobres está aumentando; en la África Subsahariana, se da el 20 por ciento de la natalidad en el mundo y el 44 por ciento de la mortalidad infantil. Sorpréndase: el total de ingresos de los 500 individuos más ricos es superior al de 416 millones de pobres; dos mil 500 millones de personas viven con menos de dos dólares al día y esa cantidad representa el cinco por ciento del ingreso de todo el planeta, en tanto, el diez por ciento más rico acapara el 54 por ciento de las ganancias del mundo.

El problema, -por si quisiéramos solucionarlo- también está dimensionado: para ayudar a mil millones de personas a superar el umbral de pobreza se necesita 300 mil millones de dólares, que representan, tan sólo, el 1.6 por ciento de ingresos de los más ricos; de no encontrar solución, para 2015, morirán otros 4.4 millones de menores, que se sumarán a los ocho millones que fallecerán por no haber contenido el problema; 41 millones fenecerán por causa de hambre y habrá, al menos, 380 millones más de pobres y otros 47 millones de niños quedarán sin escuela.

Por cada dólar que se gasta en presupuesto militar, sólo se destinan 30 centavos para ayuda a los países más pobres y la inversión necesaria para combatir al Sida, equivale a tres días del gasto militar.

Le comparto más datos inmorales: los europeos gastan siete mil millones de euros en perfumes y los americanos el equivalente en dólares, en cirugías plásticas; con ese dinero se podría proveer de agua limpia a dos mil 600 millones de personas y salvar cuatro mil vidas diarias. Estos son datos que nos tienen que mover a la reflexión y a la acción. ¿no le parece?

ydarwich@ual.mx

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