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Desconfianza/Diálogo

Yamil Darwich

Uno de los mayores problemas para los países del tercer mundo es la desconfianza.

Es esa sensación que se percibe al no tener la seguridad del resultado final de las acciones; el temor por el posible incumplimiento de los convenios de las partes; la poca confiabilidad en cuestiones de capacidad, dedicación, esfuerzo, solidaridad de los colaboradores, entre otros ejemplos, que además cuestan al país mucho dinero, más del que nos imaginamos, no sólo por la falta de eficiencia –en sentido del resultado–, también en eficacia –oportunidad y pertinencia de los mismos- que inclusive se reflejan en la pérdida de oportunidades para competir y ganar concursos nacionales y mundiales donde nos miden con ellas para hacer negocios.

Otros efectos se vienen “en cascada”, tienen que ver con apertura de fuentes de trabajo, desarrollo de nuevos productos, posibilidades de competir y colocar en tiempo las mercancías, productividad, relación costo-beneficio, etc., todo expresado en dinero.

La desconfianza genera alza del costo de la producción por eventos y movimientos varios pocas veces contemplados y muchas innecesarios; provoca la ineficiencia en temas tan de moda como “distribución“; incrementa el valor de financiamiento de la operación en distintos sentidos, por ejemplo, los relacionados con seguridad interna y externa, desde vigilancia y cuidados en las medidas en protección industrial, hasta pagos extra por sobrecuotas de seguros.

Si en el sector productivo nos cuesta dinero, reflexionemos a nivel de vida social y familiar: hoy día debemos pagar costos extraordinarios por protección; seguros de todo tipo, desde los sofisticados para cubrir secuestros, pasando por los de perdidas y robos de muebles o inmuebles, hasta seguros de vida. Hay otros muchos que no cuantificamos, por ejemplo los extra pagados en transporte caro -pago de taxis o compra y mantenimiento de segundos o terceros vehículos en casa– tratando de incrementar la seguridad de hijos y familiares cuando están fuera de ella desempeñándose en su vida cotidiana; pago de alarmas instaladas en el hogar o el negocio, sueldos de guardaespaldas -los que sienten necesarios esos servicios- costos agregados en el manejo de tarjetas de crédito que pudieran extraviarse, clonadas o robadas y otros más que usted puede enumerar.

Sobre el tema ha investigado y escrito Francis Fukuyama; uno de sus textos lleva precisamente el título de “Confianza”, donde expone con razonamientos sólidos las diferencias en costos de vida social y laboral entre los países ricos y en vías de desarrollo, ya sabe que en la comparación nos va mal; en los nuestros, incluya un sobreimpuesto para “pago de mordidas”, por ejemplo.

En noviembre, El Siglo de Torreón presentó una encuesta nacional aplicada por la Asociación de Editores de los Estados; los resultados son sorprendentes: los mexicanos desconfiamos casi de todos y todo.

La institución mejor evaluada fue el Ejército Mexicano, con 59.5 por ciento de confianza, un poco más de la mitad. La Iglesia reprobó con un 43.3 por ciento, a lo que seguramente contribuyó el particular gusto de algunos en participar en polémica nacional fuera de su competencia y también, por el descrédito recibido a últimas fechas por las acusaciones de sus aparentes malos manejos de protección a sacerdotes delincuentes.

Los medios de comunicación, por tradición, son de los principales promotores de la gestación de opinión, obtienen un 47.1 por ciento de desconfianza, que se compensan en algo con el 41.6 por ciento de entrevistados aún confiados. Hoy, como nunca, los seudocomunicadores ofenden y hacen daño al buen periodismo mexicano.

En adelante, los niveles de reprobación son aún más preocupantes:

El Instituto Federal Electoral, se supone creado para dar fe a los mexicanos en sus procesos democráticos obtiene 44.4 por ciento de desconfianza, que sumada al 12.2 de “nada” de confianza le da un total de 56.6 de calificación negativa. A lo más, 43 de cada 100 mexicanos creen en él.

Las imágenes de administradores públicos, políticos y partidos son decepcionantes: el presidente de la República tiene un 70.5 por ciento de desconfianza; los gobernadores, en los estados federales encuestados, suman 73.9 por ciento; los presidentes municipales llegan al escandaloso 77.7 por ciento; los diputados y senadores obtienen un 95 por ciento de descrédito y los partidos políticos 88.6 por ciento; dicho en otra forma, once de cada cien ciudadanos aún creen en la función partidista y tan sólo cinco tienen esperanza de que los integrantes del Poder Legislativo cumplan con sus responsabilidades, siendo ellos -o deberían ser- los paladines de la democracia; de paso le comento: para 2006, tienen asignada la cantidad de cuatro mil millones de pesos aplicables en las campañas electorales, un techo de casi 652 millones por grupo, cifra nunca antes gastada –palabra diferente a invertida– que bien serviría para atender necesidades apremiantes como la alimentación o la salud del pueblo.

Estas cantidades de dinero desperdiciado, sumadas a la falta de confianza, nos ayudan a entender el porqué de la desesperanza de muchos mexicanos sobre el anunciado propósito de atender problemas tales como impunidad, corrupción, narcotráfico, inseguridad social, violación de leyes y reglamentos; una posible causa de la pérdida de motivación para el cambio en los usos y costumbres, la inseguridad y poca fe sentida.

Los resultados de la encuesta a preguntas relacionadas con el sistema político nacional son aún más tristes: el 69 por ciento de los encuestados afirmó “preferir una sociedad ordenada, aunque se limiten algunas libertades”; el 53.9 por ciento dijo: “no le importaría que un Gobierno no democrático llegara al poder, si pudiera resolver los problemas económicos”.

En otra pregunta, el 21.5 por ciento aceptó: “me da lo mismo, un Gobierno democrático que uno no democrático” y el 10.6 por ciento “a veces es un Gobierno autoritario preferible a uno democrático”. Usted estará de acuerdo conmigo: deben ser muy bajos los niveles de entusiasmo y fe en aquéllos quienes se permiten pensar en aceptar la pérdida de libertad y la dictadura de un tirano, con tal de mejorar sus condiciones de vida.

Los problemas de inseguridad, pobreza, desempleo, corrupción, narcotráfico, mala educación y poca atención a la salud, son el resultado encadenado de un círculo vicioso. La encuesta refleja el desencanto y el desgaste del ciudadano común y corriente, situación que debemos cambiar a la brevedad.

Buen reto para todos, cada uno en la medida de sus posibilidades; clara visión y advertencia hecha a los políticos que empiezan a administrar en el estado de Coahuila.

A nosotros nos corresponde ayudar a promover el cambio con el ejemplo, atacando nuestras las fallas individuales, muy enraizadas en nuestra sociedad, entre ellas: participar en actos de corrupción o buscar la transa -en el sentido peyorativo– como solución a los problemas. Alguien debe empezar a romper el círculo vicioso y transformarlo en virtuoso, luego, con base al derecho moral ganado con nuestro esfuerzo, exigir a quienes tienen asignadas responsabilidades públicas que cambien, para bien, en su desempeño como nuestros trabajadores, por formar, ellos, parte de instituciones y organismos que fueron creados para servir. ¿no le parece?

ydarwich@ual.mx

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