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Desde hace diez años María vende gorditas

ADRIANA GUADALUPE MIRANDA

EL SIGLO DE TORREÓN

MATAMOROS, COAH.- Son las nueve de la mañana. El viento sopla lentamente y las hojas de los árboles caen suavemente sobre el asfalto.

En una vieja esquina del centro de la ciudad, se puede ver a una viejita recargada en un pequeño carro de supermercado ofreciendo gorditas de horno y pan integral. María Flores Bustamante, es su nombre.

Mientras espanta con una servilleta blanca con flores bordadas de color rojo, las moscas que vuelan alrededor de su rostro lleno de arrugas, platica un poco de su vida.

El día de María comienza a partir de las tres y media de la mañana, tiempo en que comienza a preparar todo lo necesario para hacer sus gorditas y su pan.

Con la ayuda de su esposo alista el horno, el cual fue construido con pequeños bloques de adobe en el patio de su casa.

Mientras su pareja sentimental le prende a la leña y la introduce en aquel horno de adobe, María prepara cada uno de los guisos con los cuales rellena sus gorditas.

La plática con aquella mujer, se ve interrumpida al acercarse una enfermera del centro médico que se encuentra justo a espaldas de la esquina donde, todos los días, María ofrece sus gorditas.

Con una voz firme pero suave, la mujer le dice a una de sus tantas clientas, la variedad de guisos, “todavía traigo de queso, frijolitos, rajas y chicharrón, además tengo pan integral y empanadas rellenas”, dice la comerciante.

Luego de que aquella mujer vestida de blanco se decide, María mete en una pequeña bolsa de plástico todas sus gorditas.

Después de eso, la plática continuó. María, con aquellos ojos negros y con una pequeña sonrisa, comenta que hace más de diez años el deseo de vender comida despertó en ella.

“Nadie me enseñó, yo sola comencé a hacer el pan y las gorditas, son cosas que toda mujer debe de saber”, dijo la mujer, mientras tapaba, nuevamente, las hoyas de las gorditas, “es para que se mantengan calientitas, como acabadas de hacer”, dice.

La sonrisa se fue borrando poco a poco de su rostro, cuando comentó que la necesidad la orilló a vender todos los días, para poder contar por lo menos para comer.

“El negocio me da para por lo menos vivir al día, que es lo más importante, tener para comer”, comentó la mujer antes de marcharse a su hogar, empujando aquel carrito de supermercado, el cual se ha convertido en su fiel compañero en esos últimos diez años.

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