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Deseos básicos

Federico Reyes Heroles

Como en España, se escucha decir con frecuencia. Se trata de una expresión llena de coraje y envidia. Coraje por lo que ocurre adentro, por esa fantástica capacidad de los mexicanos para perder el tiempo. Envidia por que España es ejemplo de que se puede dejar atrás la miseria y caminar consistentemente hacia la prosperidad. Los españoles tuvieron una larga y cruenta dictadura, cerrados al mundo durante décadas, oprimidos por la intolerancia, supieron sin embargo encontrar una salida. Hoy son un próspero miembro de la Unión Europea, apuran ya las medidas que les permitan más éxitos en la competencia, mayor prosperidad. Están en la carrera, compiten. En contraste México pareciera haber perdido el rumbo, el ritmo. Algo aún más grave, pareciera que México ha perdido su capacidad para identificar puntos de acuerdo sobre el largo plazo, los deseos básicos. Ese largo plazo debe unificar en las tragedias que queremos dejar atrás, en lo que debemos desear. Sin largo plazo no hay nación viable. Recordemos.

España comenzó la construcción de su largo plazo hace mucho tiempo. Joaquín Estefanía recuerda ayer en El País cómo fue durante la dictadura franquista que surgió una idea-fuerza: España debía acercarse a Europa. Acercarse en lo político, en lo económico, cerrar la brecha que hacía que el sur de los Pirineos fuera visto como tierra de atraso. Así desde 1959 se firma el primer Plan de Estabilización. Los objetivos hoy todavía nos suenan conocidos: reducir inflación, liberalización comercial y convertibilidad de la peseta. Atrás debía quedar la España de la posguerra, quebrada, amurallada, ocurrió cuando Europa da los primeros pasos hacia el Mercado Común. La estabilización trajo sus resultados: alrededor de 15 años de crecimiento a tasas cercanas al siete por ciento y una reducción considerable de la brecha de ingresos frente a los europeos. Los acuerdos tejidos por los franquistas son el punto de arranque.

Muere Franco. Las postergadas libertades políticas implosionan. Llegan los conocidos Pactos de la Moncloa de 1977. Todos los partidos, desde los franquistas hasta los comunistas, acceden al documento que, con frecuencia se olvida, es un nuevo esfuerzo por homologar la economía española con la europea. Mayor control de la inflación, todavía alta, reformas laboral, fiscal y energética. Suena conocido. La idea-fuerza vuelve a imponerse: los españoles ratifican sin ambages que desean la prosperidad europea. En 1982 el PSOE llega al poder. La agenda de la izquierda sufre un severo aggiornamento; surge así el tercer apuntalamiento hacia la responsabilidad fiscal y la modernidad: el Programa a Medio Plazo. Los socialistas se hacen fiscalmente responsables, el manejo ortodoxo de la economía, como bien lo señala Joaquín Estefanía, lleva la discusión a otro nivel. A los socialistas les toca de alguna forma cosechar los frutos de la estabilización. Las tasas de crecimiento de la economía española se vuelven la envidia de muchos en el mundo. Sin embargo no era suficiente. Acercarse a Europa era la consigna y Europa con un mercado integrado caminaba rápido. Después de largas discusiones, el 12 de junio de 1985, el Gobierno socialista firma el tratado de adhesión a la Comunidad Económica Europea. Crecer, buscar consistentemente la prosperidad se impone como proyecto unificador de la nación Española.

De allá para acá la historia es bastante conocida. El mirar a los ojos a los europeos trae un efecto modernizador de los “comportamientos” como lo denomina el historiador Ángel Viñas en el suplemento conmemorativo de El País, 12 junio, 2005. Los españoles hacen suyos los retos del mercado común: productividad al centro del debate. En enero del 86 el comercio internacional representaba el 27 por ciento, hoy el 61. El balance entre 1985 y el 2002 presentado por El País se lee en resumen así: los salarios se duplicaron; la productividad por hora creció cinco puntos; la agricultura y la industria redujeron su participación en la economía, que no quiere decir producir menos, pero si aceptar el impulso del nuevo motor: los servicios, que hoy representan el 66 por ciento. En veinte años la renta per capita pasó de cuatro mil 360 dólares a poco más de 22 mil. Cómo no tener envidia de la buena.

Habrá quien diga que la explicación es incompleta sin los casi 80 mil millones de euros por ayudas y compensaciones. Sin embargo hay países, como lo aclara el propio Felipe González, que proporcionalmente han recibido más, Grecia por ejemplo, y no salen. Se trata de una cifra equivalente a nuestras exportaciones petroleras de cinco años y, sin embargo, no salimos. Otro factor sin duda de gran impacto y del que se habla poco: en 20 años de mercado común la población española solo aumentó en dos millones. Las lecciones son claras. España accedió a la prosperidad porque apostó a la modernidad, modernidad fiscal en la que todos pagan los impuestos debidos, modernidad laboral en la cual la productividad se impone, modernidad en los comportamientos que suponen una verdadera revolución educativa y de disposición frente al trabajo y la riqueza. Pero quizá el mayor mérito es que en medio siglo los españoles, por arriba de diferencias partidarias muy extremas, han mantenido sus deseos básicos.

Cuando la envidia nos toque, pensemos en que ellos sí supieron poner un piso a su nuevo nacionalismo: todos a pagar impuestos. Ellos sí supieron aprovechar los dineros que recibieron para sembrar infraestructura y así cosechar productividad. Ellos sí supieron que la apertura no podía ser a medias y que los intereses gremiales o de grupo no podían sobreponerse a los intereses de la nación. Veinte años después ven los frutos. Hace 20 años México estaba en una situación ventajosa frente a España. Con todas sus oscuridades, pero el predominio priista no es comparable con la dictadura. Las finanzas públicas eran un desorden monumental que nos llevó tres lustros arreglar pero también petróleo. En la planta productiva había verdaderos hoyos negros, como las acereras, y algunos, pocos, sectores de punta. Hace 20 años México tenía 25 millones menos de habitantes. Los españoles nos ganaron en profundidad y seriedad de las reformas. Pero sobre todo España resolvió un dilema interno del cual nosotros ni siquiera hablamos. La búsqueda de la prosperidad se convirtió en una idea-fuerza a nivel nacional. Nada, ni siquiera las diferencias ideológicas más acendradas, podían ser invocadas para justificar la permanencia del hambre y la injusticia. México carece de ese acuerdo inicial.

¿Qué vamos a hacer con los recursos naturales que tenemos enterrados mientras millones de mexicanos migran y decenas de millones padecen hambre? ¿Qué actitud vamos a adoptar frente a la mayor potencia del mundo y nuestro principal socio comercial? ¿Nacionalismo trasnochado o pragmatismo? ¿Mayor integración o sueños bolivarianos? Esa es la mayor diferencia: los españoles han estado unidos en sus deseos básicos que los mexicanos ni siquiera nos atrevemos a formular.

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