José Fernández Santillán, sociólogo y educador, publicó un libro de consulta titulado “El despertar de la sociedad civil”, que se refiere al fenómeno mundial que se da con el derrumbe de los sistemas totalitarios de Gobierno y que se remarcó en la Europa Oriental, en el último cuarto del siglo anterior.
Los europeos, particularmente los ciudadanos de los llamados países socialistas, usaron la fuerza del poder social, que se adquiere a través de las organizaciones intermedias y similares, al sentir que debían esforzarse, aún más, por alcanzar la verdadera libertad humana, esa que algunos autores llaman “de la modernidad” y que tiene cuatro grandes cápites: la defensa y el ejercicio de los derechos individuales; las posibilidades de reunirse libremente; poder organizarse en grupos y asociaciones conforme a gustos afines e intereses y gozar de prensa libre.
La teoría política, impuesta por el comunismo, ya no satisfacía a las mayorías, que buscaban posibilidades de ejercer sus derechos de realización humana, ante la convicción de que lo aprendido como “mejores formas de vida” a través del sistema educativo no era efectivo.
Hasta entonces les habían inculcado en las escuelas que el sistema político y de vida occidental eran relajantes y debilitantes del espíritu, deterioraban la calidad humana y hasta la destruían al ser generadora del egoísmo e individualismo de la odiada burguesía; hoy vemos la vida superficial de occidente concluyendo que tenían algo de razón. Desde luego que poco se discutía sobre el tema de la libertad de la modernidad.
La propuesta de justicia social era simple: ejercer el poder total por medio de la fuerza del Estado, con el apoyo de los militares para fortalecerse y administrar los bienes comunes. Recuerde usted que la caída del zarismo y su corte, tuvo como antecedente pobreza y hambruna, hecho que favoreció la atención del pueblo al discurso político, que les ofrecía mejores formas de vida.
Desgraciadamente el planteamiento teórico resultó utópico: los líderes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que reunían a todos los países de la región, no consideraron el efecto que produce en el ser humano el poder desmedido: la corrupción, no sólo en la administración de los bienes nacionales, sino la más profunda y grave, la ideología. Los seres dominados por la autoridad, los propios ciudadanos, empezaron a organizarse por distintos medios y en diferentes formas, haciendo que brotara la reacción de la sociedad civil.
El mecanismo había sido un tanto complicado pero lógico: el poder para administrar al Estado requirió de centralizar las propiedades y los bienes generados con la industriosa actitud de los trabajadores, que de paso habían sacrificado muchas de las ganancias propias del trabajo humano en aras del crecimiento y desarrollo nacional.
Para lograr el objetivo utilizaron la autoridad y conforme a las enseñanzas debieron valerse del poder, fortaleciendo a los militares y organizaciones policíacas a fin de que mantuvieran orden y control.
El componente humano hizo lo propio y pasado el tiempo aparecieron nuevos grupos de privilegiados que no compartían el sacrificio y el esfuerzo del resto de los pobladores de la Unión Soviética. Formaban parte de la nueva casta social que suplía a aquélla contra la que habían luchado, que igual a sus antecesores abusaba del poder, convertida en la nueva élite: la constituida por las clases política y militar dominante.
El paso siguiente fue natural: el abuso del poder, apoyándose en el ejercicio del autoritarismo que a su vez requirió de la enérgica imposición “del orden” a través de la fuerza, creándose el medio de cultivo para la reorganización social, orientada a la defensa de los derechos individuales.
Los últimos períodos de poder político del Buró, de la hasta entonces organizada URSS, se caracterizaron por una lucha interna de las fracciones políticas, tratando de debilitar y en algunos casos apoderarse o al menos participar en la toma de decisiones de la cúpula; la autoridad tenía bajo su control todo el poder en una manera distinta, moderna, de totalitarismo: la dictadura “ del pueblo”.
Poco a poco las personas empezaron a perder el temor, acicateados por sus propias necesidades humanas, hasta llegar a enfrentar a la figura de autoridad.
Así, en Polonia, inició la resistencia organizada, que maduró en el grupo de rebeldía “Solidaridad”; en años anteriores rebeliones similares ya habían sido sofocadas por la fuerza militar en Checoslovaquia en 1968 y Hungría en 1956, pero ahora los tiempos eran otros, con situaciones de política y economía internacional diferentes.
En Hungría el medio fue distinto: un periódico, “El Vocero”, organizado por el catedrático universitario János Kis, motivó a la reorganización de la sociedad civil, que fortalecida buscó la preciada libertad de la modernidad.
En Checoslovaquia el grupo de rock “La Gente Plástica del Universo”, empezó a cantar letras de protesta; desde luego que fueron reprimidos, pero el hecho sólo sirvió para inspirar a intelectuales y artistas que terminaron formando una organización civil llamada “Carta 77”, año del despertar a la socialdemocracia.
La historia de la Alemania oriental ya la conocemos, por haber visto los noticieros mundiales con escenas de la caída del Muro de Berlín y el encuentro de los alemanes de Este y Oeste, que entre abrazos, risas y llantos de alegría se reunieron como lo que eran: un solo pueblo.
Dialogo con usted sobre esta experiencia del mundo porque en México ya observamos manifestaciones de desagrado de las organizaciones y grupos sociales intermedios; ejemplo de ellos es el Manifiesto Lagunero, que lleva implícita la anotación de desconfianza y asienta compromisos concretos, evidentes preparativos de argumentación ante el posible mal desempeño de los gobernantes.
El documento es signado por representantes de grupos apartidistas y bien organizados, que buscan alcanzar los beneficios que promete la democracia y una mayor equidad en la relación entre sus aportaciones al Estado y lo que de él reciben. Es un especial llamado de los laguneros a los candidatos de la política estatal.
El próximo domingo participaremos en las elecciones estatales y con el Manifiesto Lagunero quedan por escrito los compromisos del que sea gobernador del Estado de Coahuila. Los ciudadanos ya empiezan a prepararse, más organizadamente, para exigir se respeten sus derechos y eso no puede dejarse pasar desapercibido. Quien gane, sea quien sea, deberá usar el intelecto y aprender “en cabeza ajena”. A nosotros nos corresponde atender nuestras obligaciones y acudir a votar. ¿Está usted consciente y dispuesto?
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