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Despiden monegascos al príncipe Rainiero

Rainiero III falleció el pasado 06 de abril a los 81 años.

Mónaco, (EFE).- La sobriedad y la emoción contenida han marcado los funerales de Estado de Rainiero III de Mónaco, en una solemne y protocolaria ceremonia cargada de tristeza, que contó con la presencia de reyes, príncipes y líderes políticos de varios continentes.

El semblante grave de su hijo y sucesor, Alberto II, reflejaba el sentimiento de todo su pueblo, poco dado a exteriorizar sus emociones, mientras las princesas Carolina y Estefanía mostraban el dolor en sus rostros y de sus ojos emanaba una inmensa tristeza.

Los tres tuvieron que contener varias veces el llanto, que Estefanía reprimió como pudo al final de la ceremonia, al igual que Alberto cuando fue leída una oración a petición de Rainiero -"protege a nuestro príncipe"- que simbolizaba el relevo de padre a hijo.

La desaparición de Rainiero, fallecido el pasado día 6 a los 81 años, deja "huérfanos" a los monegascos que gobernó durante más de 55 años, como indicó en su homilía el arzobispo de Mónaco, Bernard Barsi, pero sobre todo a Alberto, Carolina y Estefanía, que ya habían pedido a su madre, la actriz Grace Kelly, en 1982.

Su único consuelo es que, en palabras de monseñor Barsi, Rainiero y su amada esposa, a la que el soberano lloró sin contención en sus funerales y a la que nunca olvidó, "unidos aquí abajo en la plenitud de la fidelidad conyugal ya están reunidos en la plenitud del amor de Dios".

En su homilía, el arzobispo de Mónaco elogió las cualidades políticas, pero también humanas de Rainiero III, que supo crear "profundos vínculos con su pueblo" y que "además de un soberano era un amigo y un miembro de nuestra familia".

Tras convertir el Estado de opereta que heredó de su abuelo en un próspero país mundialmente conocido, gracias a sus habilidades económicas y al "glamour" de su mítica esposa, se había vuelto en los últimos años un hombre enormemente familiar al que le gustaba jugar con sus nietos.

Sólo tres de ellos, los hijos mayores de Carolina -Andrea, Charlotte y Pierre Casiraghi- participaron hoy en la ceremonia, en la que encendieron los cirios que rodeaban el féretro del difunto, junto a los dos hijos del príncipe Ernesto de Hannover.

El actual esposo de la primogénita de los Grimaldi, hospitalizado por una pancreatitis aguda, fue el gran ausente, como la hija de ambos, Alexandra, y los tres hijos de Estefanía, Pauline, Louis y Camille, a quienes su madre siempre ha tenido alejados de los paparazzi, de los que ella se ha sentido víctima tantas veces.

Entre los invitados destacaba el rey de España, don Juan Carlos, "buen amigo" de Rainiero según sus propias palabras, que ocupó el puesto central de la primera fila, flanqueado por el presidente francés, Jacques Chirac -con el que dialogó repetidamente- y su esposa Bernadette, además de por los reyes de Suecia, Carlos Gustavo y Silvia.

El rey de los belgas, Alberto, y la reina de Noruega, Sonia, así como los presidentes de Irlanda y Eslovenia también ocuparon puestos de honor entre los ilustres invitados.

En total, 61 delegaciones internacionales, que incluyen a nueve jefes de Estado, quisieron rendir un último tributo a Rainiero, mientras los monegascos acudieron en mucho menor número del esperado -algunas decenas frente a los 3.000 previstos- para presenciar la salida del cortejo fúnebre del Palacio de los Grimaldi, que recorrió a pie los 200 metros que lo separan de la Catedral.

El paso del féretro con los restos de Rainiero, portado a hombros por diez carabineros, como él mismo deseaba, por la puerta de honor del Palacio fue uno de los momentos más emotivos de la jornada.

Previamente, seis miembros del Palacio habían trasladado el cuerpo desde la capilla palatina, donde estuvo expuesto en los últimos días, al patio de honor, donde recibió el silencioso homenaje de todo el personal palaciego con rosas blancas y rojas, los colores de Mónaco.

Los monegascos finalmente decidieron seguir atentamente por televisión los actos de despedida de su "padre" y "patrón", que han estado rodeados por unas draconianas medidas de seguridad, sin precedentes en Mónaco.

La habitualmente animada Mónaco era hoy una "ciudad fantasma", ya que todos los edificios públicos y establecimientos permanecían cerrados y apenas se veía a gente por las calles, salvo a los numerosos agentes de las fuerzas del orden y periodistas que cubren el evento. EFE

mr/al/cd

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