El atentado del 11 de septiembre y la “guerra contra el terrorismo” han abierto una nueva situación internacional caracterizada por: el aumento de la agresividad y el guerrerismo imperialista, los realineamientos entre las grandes potencias y entre éstas y los países semicoloniales, una crisis estructural de la economía mundial y una mayor tensión y polarización entre las clases.
La situación actual significa una ruptura del equilibrio inestable de los años noventa. En este período EU recompuso relativamente su hegemonía frente a los imperialismos competidores y avanzó en su dominio económico y político -acompañado en esto por sus socios europeos y japoneses- sobre los países de la periferia, incluso en la llamada “segunda periferia” como demuestra el avance de la restauración capitalista en los países de Europa del este, la ex URSS y China. La caída de la URSS abrió un espacio de maniobra mayor para el imperialismo norteamericano en particular, que permitió extender las fronteras del capital a nuevas áreas geográficas (la llamada “globalización”) y profundizar la ofensiva neoliberal sobre todo el mundo.
Sin embargo, si durante los primeros años de la década se generó la ilusión de un avance “armónico y pacífico” de su dominio, con el paso del tiempo se fueron acumulando una serie de contradicciones y fuerzas antagónicas que, una a una, fueron saliendo a la superficie en los últimos años del siglo pasado: la crisis del sudeste asiático del 97 y las sucesivas crisis de los llamados “mercados emergentes” que hundieron a la mayoría de los países de la periferia; el surgimiento y el desarrollo del movimiento anticapitalista en los países centrales después de la “batalla de Seattle” a fines de 1999; el fracaso y la resistencia a los planes neoliberales en América Latina que se aceleraron a partir del año 2000; el estallido de la segunda Intifada en Palestina y el creciente antinorteamericanismo en Oriente Medio y el conjunto del mundo islámico; el importante rechazo de la burocracia restauracionista rusa y china y de los gobiernos imperialistas europeos a los primeros seis meses del Gobierno de Bush; el fin del crecimiento de la economía norteamericana que arrastró a la economía mundial en su conjunto a la recesión.
En este marco, el atentado del 11/9 actuó como catalizador y acelerador de todos estos elementos que se vinieron acumulando en la situación mundial señalando la ruptura del equilibrio inestable de la década pasada.
A su vez el atentado puso en evidencia la mayor vulnerabilidad histórica de los EU El mayor dominio económico, político y militar del imperialismo sobre los pueblos del mundo significa una creciente penetración de todas las contradicciones y malestares de nuestro planeta en los cimientos del capital norteamericano.
Una muestra elocuente de esto es que el imperialismo no puede impedir que el estallido de conflictos regionales o de guerras civiles en zonas o estados tan alejados de su territorio, como Afganistán, afecten a su seguridad interna.
En estas condiciones el “aislacionismo”, que era una opción en los años de su ascenso como potencia mundial, es no sólo inadecuado sino impensable por sus enormes compromisos externos. Una muestra indiscutible de esto es el giro en la política exterior de Bush. Éste, que en los inicios de su presidencia preparaba el “gran repliegue” concentrándose en los puntos del planeta considerados vitales para su interés nacional, se ha convertido en cuestión de cuatro meses en el adalid de un “nuevo intervencionismo”: la presencia del ejército norteamericano en el mundo es probablemente la más importante desde la Segunda Guerra Mundial, extendiendo sus tentáculos en más de 140 países.
La respuesta del imperialismo norteamericano a esta situación inédita ha sido una mayor agresividad tanto en su política exterior como interior, con el objetivo de recomponer la imagen de su poder imperial. El objetivo, utilizando su abrumadora superioridad militar, es hacer una demostración de fuerza contundente que le permita contener los elementos de inestabilidad e imponer un nuevo control social interno y un nuevo esquema de seguridad internacional. ¿Podrá el imperialismo norteamericano, en el próximo período, lograr estos objetivos? O por el contrario ¿fracasará en traducir su supremacía militar en un poder político equivalente? La respuesta a estos interrogantes determinará si en el próximo período EU podrá avanzar en un mayor dominio sobre el mundo que prolongue su hegemonía o de no conseguirlo, pegue un salto en su declinación histórica iniciada a comienzos de los años setenta.
En la prosecución de este objetivo, es decir la reafirmación de su poderío, EU utiliza todos los enormes recursos políticos y militares a su alcance, superando todos los límites que se le interpongan en este camino. A esta lógica subordina todos los demás aspectos de su guerra contra el terrorismo: las objeciones de la alianza internacional que lo respalda o la aprehensión de los países musulmanes en el plano externo o las garantías constitucionales a las libertades democráticas y las atribuciones de los distintos poderes del Estado, en el plano interno.
Este es el contenido real de la llamada “Doctrina Bush”: una enorme concentración de poder en el ejecutivo para desarrollar un nuevo “unilateralismo” en la escena internacional. Esto es lo que se ve en la forma de conducir la guerra, donde las principales decisiones militares y políticas, incluso hasta en el nivel táctico, son tomadas exclusivamente y sin la menor consulta por Washington. Otra muestra es el retiro de EU del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM) para acelerar su polémico sistema nacional de defensa espacial, a fin del año pasado.
Más recientemente, la Casa Blanca ha revelado planes para almacenar, no destruir, más de 4000 cabezas nucleares que deberían haber sido desmanteladas bajo los acuerdos de desarme desarrollados entre Rusia y EU Esta decisión que busca asegurar la superioridad estratégica de EU en el largo plazo, ha significado un nuevo desplante a su más fervoroso aliado en la campaña antiterrorista, el Gobierno de Putin, liquidando todo vestigio del status de superpotencia de Rusia.
En este marco, el “multilateralismo” posterior al 11/9 no es más que la cobertura de este contenido o más precisamente un “multilateralismo a la carta” como lo llaman algunos analistas.
En relación con los países semicoloniales, el dominio que Washington ejerce se ha profundizado. El ultimátum de Bush –“están con nosotros o con el terrorismo”- disminuye el margen de maniobra de estos países, obligándolos a un alineamiento casi absoluto con los EU si no quieren sufrir su represalia diplomática y/o militar. A diferencia de la coalición contra Irak, que contó con la colaboración entusiasta de las potencias petroleras del Golfo, Egipto y Turquía y países tan lejanos del centro de los acontecimientos como Argentina, EU utiliza hoy el chantaje o la extorsión política, diplomática, económica y hasta militar en algunos casos, para vencer las reticencias de estos países.
Es que en el año 91, el desmoronamiento de la URSS le permitió a Washington recubrir su dominio con ciertas dosis de consenso que se expresó en que los países de la periferia se abrazaran al “Consenso de Washington”. Hoy, el agravamiento de las condiciones económicas y sociales como consecuencia de la mayor penetración imperialista en la última década en la periferia hace que el alineamiento con Washington sea más un resultado de la presión que una opción estratégica.