El esperado inicio de las acciones electorales del PRI coahuilense está en una pausa pasajera, suspensa en un ritmo de cámara lenta. Aunque los precandidatos dicen estar listos y en el arrancadero, los últimos días primaverales se sienten soporíferos, y no es por el clima atmosférico; es que la dirección nacional del partido no ha publicado la convocatoria para la selección interna del candidato, como si al que le tocara disparar el sonoro balazo para el arranque de los competidores se le hubiera entrampado el arma de fuego. Sobreviene el nerviosismo y nadie sabe a qué atenerse. Los aspirantes se mueven en círculos concéntricos y acusaciones cruzadas con la excitación de salir a tiempo, correr la ruta en tiempo y llegar a tiempo a la meta, pero...
La carrera electoral de 2005 se anuncia así como la más abierta y controvertida en la era democrática de Coahuila; si bien no existen muchos precedentes para comparar. Si los lectores hacen memoria ésta apenas va a ser la segunda elección interna del PRI en Coahuila; hasta ahora el único partido que obligaba a sus precandidatos a puestos de elección popular a participar en un proceso de votación abierta, no sólo ante la propia militancia, sino ante quienes quisieran y gustaran expresar su preferencia electoral en las urnas priistas.
De 1929 a 1999 el PRI mantuvo enquistada en su lema programático la palabra ‘democracia’ adjunta a la frase ‘justicia social’ Los dirigentes a todo nivel sostenían que en el PRI existía una verdadera democracia, pero no se hacía presente en las elecciones. A saltos surgían aisladas expresiones de la fuerza de voluntad ciudadana para exigir la democracia, pero siempre pudo más la voluntad y la fuerza de quienes se decían líderes morales del PRI, a saber los presidentes de la República en turno.
El hecho es que en 1999 devino un inaplazable imperativo categórico para que el PRI organizara sus eventos electorales internos en procesos democráticos. Así se hicieron en Coahuila y desde entonces el actual gobernador, Enrique Martínez y Martínez, comprometió su voluntad porque tal ejercicio electoral prevaleciera; y esto es, ni más ni menos, en lo que ahora estamos.
La experiencia de hace seis años resultó estimulante aunque no todos los precandidatos perseveraron en la lucha electoral interna. Participaron tres: Jesús María Ramón Valdés, Braulio Fernández Aguirre Jr. y Enrique Martínez y Martínez, quienes hicieron campaña al interior del PRI y compitieron vigorosamente por la postulación, lo que dio al procedimiento una cierta tersura, pues no surgieron descalificaciones graves hacia el gobernador ni entre los aspirantes, ni se puso en duda la imparcialidad de los jueces del proceso electoral partidista, como ahora. A la hora de la verdad, cuando se computaron los votos y se anunciaron los resultados, el gobernador del estado, Rogelio Montemayor Seguy, guardó el equilibrio y la compostura democrática debida, a pesar de haber sido adversos al aspirante que le simpatizaba, Jesús María Ramón Valdés.
El actual proceso interno del PRI está lleno ahora de signos preocupantes, tangibles desde que los nombres de los actuales precandidatos empezaron a aparecer ante la opinión pública. Las descalificaciones hacia algunos de los aspirantes del PRI, no solamente proceden de otros precandidatos o de sus partidarios, sino de los partidos de la oposición, quienes saben que en la medida que puedan lesionar desde ahora la credibilidad de los hombres fuertes del PRI, igual se les va a allanar la difícil y enorme tarea de ganar las elecciones constitucionales.
Esta actitud entre partidos constituye una táctica guerrera comprensible y hasta cierto punto aceptable, pero no sucede lo mismo con quienes atacan desde y hacia el interior de la propia casa. La ambición política no debería rebasar las cotas de la mínima consideración que deberían guardar entre sí los compañeros de un mismo partido, y mucho menos llegar al extremo de pronunciar señalamientos que acusen de parcialidad a quien, por su actual cargo de gobernador, procura mantener una respetuosa distancia frente al proceso interno del PRI.
La modorra sensible en estos días de precampaña electoral pasará pronto y esperamos que no se vaya a convertir en una hiperactividad dañina a la estabilidad de Coahuila. El PRI necesita un liderazgo fuerte no comprometido; requiere un mínimo sentimiento de solidaridad entre los precandidatos y demanda mucha sensibilidad en su dirección, conducción de buen estilo y una amplia prospectiva política que reduzca las pasiones en los grupos, aminore los efectos negativos de la competencia y mantenga la sólida unidad de su membresía. Ojalá...