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Día del Maestro y la Maestra

Cecilia Lavalle

¿En qué momento dejaron de ser lo que fueron? ¿Cuándo se les comenzó a percibir de otra manera? ¿En qué minuto comenzamos a generalizar los descalificativos? ¿En qué segundo las y los maestros se bajaron del pedestal en el que alguna vez la sociedad les colocó?

Las personas mayores, que actualmente oscilan entre los 60 y 80 años de edad o más, casi sin excepción hablan de sus maestros y maestras con un enorme respeto. En general les recuerdan con cariño y con frecuencia señalan tal o cual lección de vida como una de las que forjaron su carácter o su destino.

De igual manera, docentes de otras épocas, hablan de su trabajo como una misión de altísimo valor. Platican de una labor que frecuentemente no sabía de horarios, ni de “puentes”, ni de juntas sindicales en días hábiles. Cuentan de la enorme responsabilidad que implicaba ser una de las personas de mayor respeto en una comunidad.

Y cuando uno, una les oye, no puede menos que preguntarse ¿y qué pasó?, ¿en qué momento les perdimos?

Porque nadie puede negar que hoy en día la fama colectiva del docente es otra bien diferente a la que reportan nuestros padres, madres, abuelos. Actualmente las y los maestros tienen fama de ser flojos, desobligados, de practicar la política del mínimo esfuerzo. Tienen fama de ser el gremio que menos trabaja en nuestro país.

Por lo menos dos meses de vacaciones al año y una cantidad variable de días inhábiles a los que, eso sí invariablemente, le suman un día más en lo que popularmente se conoce como “ puentes”; y eso sin contar con las juntas sindicales, celebradas en días y horas hábiles. Tienen fama también de ser un gremio que se quedó atrasado años-luz en conocimientos, en aplicación de tecnologías, en estrategias de educación. Tienen mala fama, pues.

Por supuesto, no todos ni todas las docentes responden a ese bajísimo perfil. Pero pareciera que son las excepciones. Pareciera que son mucho menos que las y los otros. Pareciera que, en todo caso, no son suficientes para marcar la diferencia.

Porque no suele hablarse mal de uno o tres o diez maestros/as. Suele hablarse mal del magisterio, así en plural, así en general. Suelen tener poca simpatía sus plantones, mítines y demandas en busca de mejores salarios. Suele hablarse mal de su sindicato, el más poderoso –por lo menos en número- de América Latina. Suele tenérsele miedo a ese sindicato, pero no respeto. ¿Qué pasó?, vuelvo a preguntar, ¿dónde nos perdimos?

Este 15 de mayo se celebra en nuestro país el Día del Maestro y la Maestra. Sin duda seremos testigos de marchas y mítines en busca de mejoras salariales además de otras peticiones que pueden ir desde lo racional y justo hasta lo absurdo e ilegal. De hecho ahora mismo ya hay marchas y plantones en Chiapas y Yucatán. Seremos testigos, también, de discursos inflamados alabando la labor docente y señalando que sin educación un pueblo no avanza, que la educación es el pilar del desarrollo, que, en fin, la educación es la llave del paraíso.

Y no entiendo cómo vamos a lograr conciliar mejor educación con el magisterio que tenemos. El problema, me decía un amigo, es el sindicato, es un nido de intereses creados y de corrupción que en nada ayuda a los esfuerzos educativos de nuestro país.

El problema, me decía un maestro, es que los salarios son bajísimos, y un maestro tiene que trabajar doble o triple o en otra cosa para completar su ingreso. El problema, me decía una maestra, es que el Gobierno dice una cosa pero nos trata como profesionistas de segunda, y en el sindicato o te alineas o te friegan.

El problema puede ser todo eso y mucho más que eso. Lo doloroso es que en medio estamos las madres y padres de familia, viendo cómo se dilapidan los talentos de nuestros hijos e hijas; atestiguando cómo las lecciones del mínimo esfuerzo son las que más calan; escuchando cómo han dejado de ser figuras de ejemplo y admiración para pasar a ser de burla y reprobación y deseando, anhelando que algo cambie y pronto.

Porque en estos momentos el país necesita como nunca buenos maestros y maestras, necesita como nunca que se siembren valores de rectitud, de honestidad, de servicio, de respeto, de tolerancia, de lealtad; de entrega; y necesita que vuelvan a ser las personas más respetadas y queridas en una comunidad.

A esos buenos maestros, a esas buenas maestras que hoy son garbanzos de a libra, les abrazo con enorme respeto y gratitud. México les necesita. No desfallezcan, por favor. Sigan marcando la diferencia.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

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