El próximo domingo festejaremos el “Día del Padre”, fecha en que se reconoce a la “otra mitad” del matrimonio, parte de la pareja que unida forma y da soporte a la familia.
Al parecer hemos confundido lo que es el amor, particularmente los occidentales que vivimos dependiendo más de la atención a nuestros sentidos, que nos engañan con el apoyo de la mercadotecnia de consumo, haciéndonos creer en necesidades materiales y desgraciadamente ayudándonos a descuidar el espíritu.
Curiosamente, en el mundo occidental del presente siglo, hay mayor calidad de vida “civilizada”, mejor alimentación y hasta exagerado goce de las comodidades derivadas de la tecnociencia; paradójicamente hoy en día somos menos felices que nuestros abuelos o que los orientales, que tienen mermadas las posibilidades de atender al cuerpo y sus necesidades elementales, –por simples razones de pobreza material– pero que en contraparte han sabido cultivar el espíritu.
Existe un texto “El libro de los secretos” que me regaló don José Revuelta Maza, que trata sobre lo que somos y hacia dónde vamos o deberíamos de ir, conforme a la filosofía tántrica. Incluye 112 tantras, ejercicios y reflexiones, que nos ayudan a romper con los grandes paradigmas que nos hemos construido como prisión del alma.
Si Wilhelm Wundt, padre de la psicología moderna sentó las bases del estudio metodológico que nos ayudó a describir el “condicionamiento” –experimentos de Pavlov y su perro– y Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, dio bases para el despegue del conocimiento sobre la mente humana y aplicarlo en el psicoanálisis llegando a decir que: “no hay posibilidades para que el hombre sea feliz”, en contraposición aparece un pensador indio, Osho, quien ha llegado a occidente para enseñarnos lo que dice la filosofía oriental, que afirma la igual importancia del cuerpo y espíritu, y del amor verdadero que requiere devoción, que permite que al darse aparezca el estado de éxtasis.
No tengo la menor duda que el verdadero padre se entrega con devoción y ver el éxito de los hijos, le lleva al éxtasis. Como mera curiosidad, haga conciencia que las raíces etimológicas de la palabra “ex” es fuera y de “estatus” estado, que se refieren al sentimiento de los enamorados al entregarse; “estar fuera de ellos mismos”, concepto que contraviene el sentido materialista y práctico de las teorías de los cientificistas de nuestro hemisferio.
A unos nos ha ido mal en ese sentido espiritual y a los otros, los orientales, no tanto.
De ese amor que trasciende, el autor hindú hace uso inteligente para confrontarlo con el sentimiento opuesto, al que llama egoísmo, que está construido por “ego”, el yo, e “ismo”, que se refiere a condición estado, peculiaridad. ¿Qué interesante verdad?
Le recuerdo que en este mundo occidental en que vivimos o padecemos, hemos tratado de analizar de distintas maneras ese sentimiento de amor: algunos científicos, como Watson y Crick, al llegar a descubrir los secretos microscópicos del cuerpo humano, aseguraron que el fenómeno era simple, que nos animaba a luchar por sobrevivir y reproducirnos, código incluido en la célula y nada más; otros estudiosos de la psique humana, como Skinner, –otro pilar de la psicología– lo define como una simple ilusión de nuestra mente y también hubo otros científicos más atrevidos, que ufanos y empapados del materialismo científico, anunciaron haber descubierto que tan sólo se trataba del efecto de una sustancia química, la difeniletilamina.
Sin embargo, para otros pensantes, el amor es la fuerza que mueve al mundo, representado por Eros, un angelito que con su arco y flechas anda pinchando a los seres humanos, haciendo que: “dos se hagan uno y en el intento fracasen, en tanto que permite a dos mitades encontrarse, enamorándose... en devoción... en éxtasis”.
Algunos filósofos orientales aseguran que el amor va más allá de la simple atracción animal y dicen que la actividad sexual es sólo una acción corporal que ciertamente permite la fecundación, pero que tiene efectos más profundos, aunque de nuevo aparece la cultura occidental sofisticada que niega el fin por sí mismo y trata el asunto con palabras tales como: satisfacción, liberación de energía, placer y felicidad. Los seguidores del Método –eso quiere decir tantra– también afirman que ese sentimiento se convierte en devoción, cosa del espíritu, de dar y no de recibir, de cuidar y no de ser atendido.
Bien dicho cuando se habla de la función vital de la mujer como madre, pero igual de bien haremos cuando reconozcamos que en “el apareamiento” se requiere del varón, del padre.
Si el amor está representado por el darse, no podemos olvidar que el padre dedica buena parte de su vida a producir y generar para distribuir –entregándose con la vocación– ayudado por la esposa. También, claro está, en participar en educar y cuidar a los integrantes del clan.
Cierto que hay muchos “fecundadores” que sólo se ocupan de participar y ayudar a la propagación de la especie, “machos” que a veces ni siquiera aportan a la familia en términos materiales; sin embargo, no olvidemos que también los hay, en mayor cantidad, aquellos que logran hacer desaparecer el ego para entregarse en la crianza de los hijos, sabiendo que el “yo” va implícito en su genética transmitida a la descendencia y con ello persistir.
Tradicionalmente el Día del Padre es festejado como una fiesta menor, que puede pasar semipercibida, olvidando que provenimos en un 50 por ciento del papá, aún de esos casos, de quienes pudiéramos creer no merecen mayor reconocimiento.
Le recuerdo que 23 de los 46 cromosomas son de ellos, sin los cuales no hubiéramos existido, ni usted ni yo, aunque seguramente habría otro ser, de pareja distinta y con otra carga genética.
Lo invito a que este año pensemos más a fondo en los papás y los abuelos, tomando como principio lo realizado el anterior al hacerles el festejo, que reconociendo y agradeciéndoles a ellos se fortalecen sus lazos afectivos con él y la misma unión familiar, ya que finalmente junto a la mamá, forman la base de la unidad estructural y funcional de nuestra sociedad.
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