El gasto de 110 millones de pesos mensuales que hace la Cámara de Diputados para cubrir los viajes de 440 legisladores, resulta ofensivo para el pueblo de México, por la cantidad descomunal y por la ineficiencia y desfachatez de la mayoría de los beneficiados.
Mientras que un obrero diariamente deja alrededor del 25 por ciento (unos diez pesos) de su salario mínimo (45 pesos en promedio) en transportación (camiones, Metro o microbuses) para llegar a su lugar de trabajo, un diputado federal que percibe un sueldo de casi 70 mil pesos mensuales (unos dos mil 300 pesos diarios) y más 50 mil pesos mensuales para “asistencia legislativa y atención ciudadana”, recibe gratuitamente cuatro boletos de viaje redondo en avión, equivalentes a 24 mil pesos, para que acuda a laborar.
Aún así, muchos legisladores no asisten a las sesiones de la Cámara, o llegan tarde. Pero si un obrero se ausenta injustificadamente de su puesto o entra repetidamente después de la hora establecida, simplemente es corrido.
Ahora bien, los hombres y mujeres que sí ocupan sus curules tienen un rendimiento laboral insatisfactorio, toda vez que su trabajo consiste en ponerse de acuerdo y sacar adelante suficientes reformas y leyes que el país necesita y que la sociedad demanda, lo cual no sucede. No obstante, la suerte de los diputados no es la misma que la del obrero que seguramente sería despedido si su desempeño no fuera el exigido por sus jefes.
Si a los legisladores el pueblo les da un muy buen sueldo, les cubre sus gastos por viajes, les da jugosas bonificaciones y ni así cumplen con su trabajo, y pese a esto puede continuar en su puesto, algo en la República no anda bien y esta situación resulta ofensiva para todos los mexicanos que día a día se parten el alma para poder mantener a su familia con un raquítico salario.