Si bien el desierto es abrasador, en verdad también nos puede llegar a abrazar, envolver, subyugar, con sus paisajes y horizontes inauditos -a momento enigmáticos- y hasta con sus espejismos.
Me refiero en este caso a las cálidas tierras de Arizona, tan amigables, aunque también puedan ser tan hostiles, pues su extenso desierto lamentablemente año con año cobra vidas de decenas de mexicanos que intentan cruzarlo en pos de trabajo y un nivel de vida que nuestros gobernantes no han sido capaces de ofrecerles. Y qué decir incluso de quienes logran llegar y conseguir un duro -y las más de las veces rudo- trabajo para enviar unos cuantos dólares a sus familias aquí en México, aun cuando por lo general vivan desencantados de ese “sueño americano” que suele amanecer en pesadilla.
Pero en esta ocasión quiero destacar un aspecto grato: lo que experimenté en un viaje muy reciente a Yuma, una de las ciudades de ese estado, a donde arribé vía Mexicali, lo cual me permitió apreciar un inmenso y maravilloso sol, nubes de hermosas tonalidades y largas filas de cactus impregnados de una particular belleza.
De entrada me sorprendió que un pueblo tan pequeño, al menos por lo que se refiere a su población -no más de cien mil habitantes, mayoritariamente de ascendencia mexicana-, contara con un gran centro cultural que se erigió apenas hace un par de años, con instalaciones amplias, funcionales y vistosas.
En contraste con esta modernidad, aún existe un bello y deslumbrante teatro construido en 1920, que funcionó muchos años como el cine del pueblo y que después fue restaurado y ahora es un magno escenario de múltiples actividades culturales.
Además, Yuma cuenta con algunos museos, como el histórico de esa ciudad y otro que se instaló en el recinto de lo que fuera la prisión donde estuvo detenido Ricardo Flores Magón, precursor de la Revolución Mexicana y perseguido político del régimen de Porfirio Díaz.
Se trata de una comunidad abocada a la actividad agrícola, básicamente a la siembra de algodón, lechuga, brócoli y frutas del desierto, entre otros productos, por donde paradójicamente cruza el gran río Colorado, que con sus aguas ha convertido en fértiles a las tierras desérticas.
Nuestra visita, de tan sólo un fin de semana, obedeció a la amable invitación que nos hiciera el Consejo de Cultura de esa ciudad en el marco de la Semana de la Hispanidad, que se impulsó a lo largo de la Unión Americana en reconocimiento implícito al hecho de que esta comunidad constituye la primera minoría de la población estadounidense.
Ahí tuve oportunidad de dar una conferencia titulada: “Manzanas, mensajes de paz y derechos humanos” y exponer una muestra representativa de mi obra plástica, apenas el sábado pasado, con una nutrida asistencia y un público muy conmovido y sediento de entrar en contacto con expresiones del arte contemporáneo de México. La inauguración corrió a cargo del cónsul de México en Yuma, Hugo René Oliva, diplomático con patente sensibilidad social y vocación de servicio, que lleva a cabo una relevante labor en defensa de nuestros connacionales. Tanto el cónsul Oliva como su amable esposa nos brindaron a mi compañero Alejandro y a mí múltiples atenciones, apoyo y orientación.
Debo mencionar la brillante conferencia que dio Alejandro Ordorica en torno a la poesía mexicana, con especial énfasis en la luminosa época prehispánica y los poetas de “Flor y canto náhuatl”, así como la presentación de su libro de poesía recientemente premiado, Inmediaciones del delirio.
También estuvieron presentes el cónsul de Caléxico, el director del Instituto de Cultura de Sonora y autoridades del ámbito cultural de Baja California.
Me resultó igualmente alentador conocer a un par de mujeres tan activas y capaces como excelentes promotoras culturales: Virginia Reyes, directora del Consejo de Cultura de Yuma, y su asistente ejecutiva, Lourdes Jáuregui, ambas muy comprometidas con nuestra cultura.
En fin, un rico intercambio con la comunidad mexicano-estadounidense, que siempre resulta sabia y enriquecedora, me permitió comprobar una vez más que la cultura es la mejor forma de que los pueblos se acerquen, conozcan, comprendan, respeten e intercambien, con beneficios recíprocos en todos los órdenes.
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