El tema recurrente, cuando menos de todos los que integran los factores reales del poder -es decir, Gobierno, partidos políticos, iglesia, empresarios privados, intereses empresariales internacionales, Ejército y medios de comunicación- es la sucesión presidencial, entre otras razones por lo incierta que se presenta. Tan escabroso es el asunto que el presidente Fox lo único que sabe -como declaró en España- es que en 2006 lo vamos a extrañar y tiene razón, porque los periodistas, caricaturistas y humoristas difícilmente encontrarán una cantera tan rica para desfogar la ironía mordaz, la maledicencia y a veces hasta la diatriba, encontrando por respuesta a veces el enojo pasajero, pero casi siempre -debemos reconocerlo- una inagotable tolerancia.
El asunto es mucho más que una ocurrencia: se trata de definir el proyecto de nación y la conducción política de la República en el futuro próximo. Lo que ha prevalecido hasta ahora es el fuego amigo, la guerra sucia, el escándalo de nota roja y la calumnia, la denuncia, el amarillismo, como signos de una sociedad donde el tejido social se está destruyendo y la mediocracia reina por doquier.
En este panorama, el Estado de México juega un papel primordial, porque abarca casi 12 por ciento de los distritos electorales del país, por su vecindad con el Distrito Federal y por su enorme importancia comercial, industrial y de servicios múltiples. Pero el mapa político de esta entidad federativa, que fuera una enorme reserva de votos para el PRI, se ha transformado y han surgido fuerzas emergentes que consolidan posibilidades reales de ganar la elección para gobernador.
El PAN, que tanto ha decaído en muchas regiones del país, ha crecido en el Estado de México, donde el corredor urbano se ha pintado de azul y las expectativas de la reacción son sólidas. Rubén Mendoza Ayala, de extracción y formación priista, ha crecido al interior el blanquiazul porque ha superado todos los obstáculos internos y externos que se han opuesto a su candidatura. El torpe intento del gobernador Arturo Montiel para eliminarlo de la contienda electoral a través de su descalificación por el Instituto Electoral del Estado de México (para nadie es un secreto que la mayoría de los institutos electorales estatales está dominada por los gobernadores respectivos) no ha hecho sino reposicionar al candidato panista, que de por sí ya lideraba los sondeos de intención de voto, ante el electorado mexiquense.
Si a lo anterior sumamos el descrédito en el que ha caído la candidata perredista Yeidckol Polevnsky (o Citlali Ibáñez, ya que hasta el momento de escribir estas líneas no hemos recibido una explicación de su parte ante lo que parece una gravísima suplantación de identidad), podemos deducir que el candidato del PAN tiene altas probabilidades de ganar la gubernatura del Estado que Arturo Montiel quiso convertir en plataforma de despegue para sus aspiraciones presidenciales.
Sin embrago, en caso del probable triunfo panista, éstas se verían totalmente frustradas e incluso podrían revertirse contra el actual gobernador mexiquense como una espada de Damocles -de la justicia o de la injusticia- que cortaría dramáticamente su cabeza, enviándolo al infierno no sólo del olvido sino de la persecución.
En suma, el fuego amigo que disparan los panistas contra su candidato a presidente del partido, Espino, se repite en el débil grupo Tucom, que patalea frente al manejo de un PRI copado de cabo a rabo por la presencia e innegable habilidad política de Roberto Madrazo.
Lo grave de todo esto es que los ciudadanos estamos al margen, la sociedad no participa, los grupos cupulares del poder están de espaldas al pueblo, la democracia es ficticia; lo que hay es simulación, manipulación, falta de ética, pero sobre todo, por encima de todo, ausencia de patriotismo.
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