Como si se tratara de una mesa del billar, el Imperio juega partidas de carambola sobre el tapete vede del escenario latinoamericano, para lograr efectos que se inician en un país y terminan en otro, o se inician en un acontecimiento aparentemente desligado de otro, pero cuyos efectos son siempre de tres bandas. El taco que utiliza este jugador enigmático generalmente es la CIA, pues con ese garrote pega a diestra y siniestra provocando efectos cuya tendencia siempre es asegurar su dominio económico y político.
El juego siempre es sucio y puede identificarse en las siniestras actividades de Henry Lane Wilson, quien provocó el asesinato de Madero y Pino Suárez en los albores de la Revolución Mexicana, en la guerra sucia de Bahía de Cochinos promovida por Kennedy y desde luego en la caída de gobiernos que no se plegaron a los designios imperiales, para imponer gobiernos dictatoriales, primero, y ahora gobiernos supuestamente “democráticos”, casi siempre abanderados del neoliberalismo a ultranza.
Bien decía John Foster Dulles: “Los Estados Unidos no tienen amigos, tienen intereses”.
Después de la Guerra fría, la caída del Muro de Berlín y el retroceso grave de los países que conformaron la Unión Soviética —los cuales se desmembraron y empobrecieron—, al parecer la CIA dejó de tener objetivos estratégicos fundamentales. Sin embargo, deben estar muy preocupados frente al Gobierno de Hugo Chávez y los nuevos fenómenos latinoamericanos que surgen con Lula en Brasil, Kirshner en Argentina y ahora los acontecimientos recientes de Ecuador y Bolivia. Esto explica el informe de una agencia de inteligencia que prevé ingobernabilidad en la región, especialmente en Haití, Bolivia, Ecuador y México.
¿Por qué México? La respuesta está en que el encargo del Imperio al Sr. Fox (ex gerente de una trasnacional refresquera, nunca hay que olvidarlo) se maneja en dos vertientes: uno, mantener la política neoliberal y la estabilidad macroeconómica (en este aspecto, Fox no se equivocó al dejarle manos libres al todopoderoso Gil Díaz); y dos, mantener la gobernabilidad “democrática” y la continuidad del modelo neoliberal, para lo cual se requiere permitir el libre juego de los partidos políticos, siempre y cuando sus dirigentes no cuestionen la eficacia del modelo.
Pero surgió un prietito en el arroz: Manuel Andrés López Obrador, quien resultó verdaderamente invencible y derrotó por nocaut —al menos técnico— a los tres Poderes de la Unión.
Con el apoyo inconsciente de Fox, AMLO se convirtió en un precandidato a la Presidencia con altas probabilidades de vencer en la contienda electoral y, en consecuencia, de ganar la elección, para darle un giro de 180 grados al esquema globalizador neoliberal.
Quizá por eso la CIA informó sobre la probable ingobernabilidad, pues seguramente los grandes intereses transnacionales no están muy contentos con el escenario de un posible presidente contrario al plan macroeconómico que se nos ha impuesto, como camisa de fuerza, desde hace más de dos décadas.
La gran pregunta que surge en este momento es: ¿cuál será la actitud de las más siniestras fuerzas del Imperio, frente a ese escenario que rebasa su pronóstico?
Para muestra basta un botón: no pasaron ni 24 horas desde que Fox le dio vuelta a la página del desafuero, para que el candidato mexicano a secretario general de la OEA, Luis Ernesto Derbez, fuera defenestrado de forma impertinente y grosera por el Departamento de Estado, que no sólo negó su acción, sino que se sintió orgulloso de la misma, al menos aparentemente, porque el ganador pertenece al bloque de naciones que no aceptan indiscriminadamente los lineamientos del Big Brother.
Este es el principio de una guerra sucia. ¿Qué seguirá?
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