Mientras las campañas electorales van y vienen dentro de la borrasca de insultos y descalificaciones, por lo general carentes de ideas y de proyectos de nación por parte de los señores candidatos, las mujeres seguimos trabajando, aportando y proponiendo.
Por eso ahora me emociona compartir algunas reflexiones en torno al papel de la mujer en la sociedad moderna, justo en los momentos en que se gesta un singular parteaguas histórico, ya que desde los más recónditos rincones del país sumamos esfuerzos para labrar juntas nuestro destino y, significativamente, el de México.
Muchas, muchísimas mujeres le imprimen día a día pasión, responsabilidad y talento a su quehacer, además de sumar a su arduo trabajo una conducta positiva, lo que origina ideas tanto en los terrenos de lo económico y lo político como en los ámbitos cultural y social, y genera un resultado armónico, inteligente, vigoroso y refinado.
Y con tantas razones y realidades me identifico, pues a fin de cuentas la tarea del artista es colaborar al engrandecimiento de una nación que contempla el futuro, a veces con angustia, pero sin perder la esperanza.
También me conmueve recordar las vicisitudes por las que tenemos que atravesar las mujeres, y al mismo tiempo nuestro anhelo de perfeccionamiento, ya como madres, ya como profesionistas, pero en todo caso como un gran activo de la sociedad en la que vivimos.
Por lo demás, quiero hacer otra confesión: no creo en el feminismo de confrontación porque pienso que ni siquiera corresponde a nuestra naturaleza. Durante todo el siglo XX luchamos por la igualdad y logramos grandes avances en ese terreno, y con motivo del advenimiento del nuevo milenio puedo afirmar que las próximas décadas serán de grandes consolidaciones de la causa femenina gracias a lo que hemos ido construyendo. Y para ello no se requerirá de pelea alguna, ni siquiera pensar ya en la superioridad de un sexo sobre el otro.
Si estuvimos empeñadas en buscar la igualdad es porque sabíamos que al obtenerla podríamos compartir un mundo en paz, pues dentro de nuestros atributos, con perdón de Melchor Ocampo y su famosa epístola, más allá de la compasión, la perspicacia y la ternura, deben incluirse el talento, la firmeza, la conciliación, la valentía y la capacidad. Baste con traer a colación el ejemplo de la guerra, que repudiamos intrínsecamente y también porque es un recurso de fuerza y violencia, así como un pretexto para algunos que siguen evocando el predominio masculino.
Estamos influyendo cada vez con mayor certeza en la conducción de la sociedad, que no deberá llamarse poder ni dominio, sino compromiso en un plano de igualdad de hombres y mujeres compartiendo su existencia.
Al igual nos corresponde entender que el balance del mundo de hoy es bastante desconsolador y está sellado por la capacidad destructiva que ha desplazado al poder del amor humano. Semejante situación se deja sentir en todos los ámbitos, pongamos como ejemplo el ecológico: en aras del poder y el lucro se ha permitido la desaparición de una abrumadora cantidad de áreas boscosas y hay un inmenso número de especies en peligro de extinción, al tiempo que se incrementa el pavoroso poder del armamento y las hambrunas se extienden por casi todo el orbe. De existir un equilibrio entre los géneros, estoy segura, habría también armonía entre la actividad humana y la naturaleza, que sin duda contribuiría a tener aire limpio, aguas cristalinas, fauna y flora espléndidos, como antaño.
En nuestro país existen millones de personas que viven en la extrema pobreza, mientras algunos de nuestros empresarios aspiran a aparecer en las listas de Forbes entre los cien hombres más adinerados del mundo, lo cual es vergonzoso para un país pobre y aún gobernado por una mayoría masculina. Y con ello no me refiero a las mujeres en cargos públicos, sino a que muchas de las decisiones fundamentales son erróneas y siguen siendo exclusivamente de varones, situación que debe cambiar.
Ya es hora de que repartamos la responsabilidad de la nación y sus frutos. Que los bancos vuelvan a ser instrumento de la sociedad y no sus verdugos, lugares de depósito y no fuente de poder ilimitado y riqueza mal habida. Que el campo vuelva a producir alimentos y no enervantes y el petróleo se convierta en apoyo para el progreso del país y no en la caja chica del grupo en el poder, mucho menos en instrumento para el sometimiento a los amos de la globalización. En fin, muchas otras transformaciones, como construir mejores escuelas y universidades y educar a nuestros hijos en amorosa devoción a la patria y a la civilización humana.
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