Es tan vertiginoso el ritmo de la política mexicana de nuestros días que el desafuero de López Obrador pareciera haber quedado atrás; pero no, la vorágine prosigue y se extiende cada vez más.
Por una parte, los detractores del aún jefe de Gobierno, que ahora se aglutinan en el PRIAN (esa especie de Frankenstein surgido de la unión coyuntural del PRI y el PAN), lo critican todo, comenzando por la concentración popular en el Zócalo previa a la votación en la Cámara de Diputados, que según dicen estuvo marcada por el acarreo, la presión a empleados y grupos clientelares, y el derroche de recursos, incluidos algunos de origen público.
Por otro lado, se sabe que un grupo de diputados está preparando una nueva demanda, además de que se cuestiona ya al secretario de Gobierno capitalino por negar información sobre la asociación civil “No nos vamos a dejar”, que ha sufragado costosas campañas de propaganda en la televisión, así como fuertes erogaciones en apoyo a la movilización.
Y por si algo faltaba en ese caudal de críticas y ataques, los detractores del “Peje” alegan que los discursos de éste son típicos de un provocador pueblerino que denuesta a todos, e incluso dicen que cuando mencionó que los diputados “no eran representantes populares” ni su tribuna era “la más alta de la patria”, ridiculizó a la propia bancada del PRD. Su última ocurrencia es que los propios estatutos del PRD registrados en el IFE cancelarían la participación del tabasqueño en 2006 si fuera inculpado por un juez, tanto por el caso de El Encino como por muchos otros que ya le están armando o fabricando.
Por otra parte, los seguidores de López Obrador que coinciden sumisamente con él argumentan que todo es un operativo de Estado orquestado por el inepto Fox para desaparecer al “Peje” de las boletas electorales en las próximas elecciones presidenciales, y así beneficiar a su candidato Santiago Creel. Asimismo, que el Poder Judicial está sometido al presidente de la República y al PRIAN, y que hay desproporción -es decir injusticia- en los asuntos de AMLO respecto a otros casos -ésos sí escandalosos- como el Pemexgate, los Amigos de Fox, el gasto desmedido del secretario de Gobernación en las pasadas elecciones para jefe de Gobierno, las turbias finanzas de Vamos México, la colusión del gobernador panista de Morelos con la delincuencia organizada y otras gravísimas irregularidades que empiezan a conocerse y no tardarán en aparecer en las principales columnas periodísticas del país.
También hay posiciones intermedias que no han “comprado boleto” de uno u otro bando o posición ideológica, que han elevado su voz y criticado a ambas partes por la incapacidad política para negociar, la falta de mesura y la obcecación en impedir acuerdos políticos que finiquiten las hostilidades y establezcan criterios equitativos para garantizar la estabilidad de la nación, sobre todo en el ámbito económico y financiero, pues si las disputas alcanzaran esta esfera se revertirían negativamente sobre la población en su conjunto.
Independientemente de lo anterior, las tres grandes corrientes que se han mencionado exponen tanto argumentos válidos como falacias, pues nadie tiene la verdad absoluta, como tampoco hay quien químicamente bueno y puro o totalmente malo, salvo grandes seres de luz que se cuentan con los dedos de la mano en la historia de la humanidad.
Seguramente en los próximos días surgirá un nuevo torrente de acusaciones, ya que las opiniones y posiciones de los grupos antagónicos se han ido polarizando. Por fortuna la sociedad mexicana (que confió será en última instancia la que convoque a la razón, la justicia y la conciliación) todavía se mantiene ajena a la turbulencia política. Mucho nos ha costado en términos de lucha y vidas humanas (y no se diga en lo económico, pues con los recursos destinados al IFE ya hubiéramos podido iniciar nuestra propia carrera espacial) la incipiente e imperfecta democracia electoral que vivimos, como para que descarrilemos y volvamos a tiempos oscuros de poderes informales nefastos, violencia, atraso y fundamentalismos inaceptables, sean de cualquier signo.
Por ello, fortalezcamos nuestras instituciones y asegurémonos de que actúen con libertad, independencia e imparcialidad, a la vez que ensanchemos la vía democrática, que significa libre competencia política, tolerancia y soberanía popular como el único sendero que realmente plantea horizontes promisorios para la prosperidad económica y social de México.
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