Dublín.- Encaminados a los centenarios de nuestras independencias, orgullosos de nuestros difíciles partos nacionales, con múltiples héroes a los cuales rendimos tributo sistemático, herederos, eso decimos por lo menos, de una tradición indígena e ibérica sin igual, América Latina sigue siendo más un capricho lingüístico y cultural que un proyecto serio de desarrollo.
Enrique Iglesias, conocedor profundo de nuestras realidades, ahora con la encomienda de dar continuidad a las Cumbres de Iberoamérica, lanza desde Salamanca un grito de advertencia. El llamado cae en el vacío. Orgullosos como estamos de nosotros mismos, poco tenemos que aprender del mundo. Mucho de ignorancia y algo de soberbia conforman el fatídico elixir que nos mantiene en una ensoñación mortal.
Las preguntas están allí ¿qué lugar va ocupar América Latina en esta nueva era de sorpresas marcadas por la productividad? Los pretextos y excusas nos ahogan. Primero fue el ogro del imperio español. Nos saquearon, gritamos a los cuatro vientos, se llevaron nuestro oro, nuestra plata, nos dieron espejitos para llevarse nuestras riquezas. Eso explica nuestro retraso en el mundo.
Nada decimos por cierto de la brutal diferencia entre el desarrollo cultural y científico de lo que llamamos viejo continente y las expresiones que reinaban en nuestros territorios. Conservadores y liberales, centralistas y federalistas, Bolívar como la gran referencia del proyecto unificador que todavía no llega. Así nacieron la mayoría de las naciones, copiando, sin admitirlo, las formas de organización política de la Europa ilustrada y de Estados Unidos, tratando de instalar órdenes legales de arriba hacia abajo.
Así nacieron repúblicas sin ciudadanos, países sin sociedad. Los cascarones vacíos de respaldo social siguen siendo referencia obligada de nuestra esquizofrenia: por un lado las magníficas constituciones y por el otro la incontrolable realidad social. Llegamos al Siglo XXI con interminables resquemores y odios. ¿Una Latinoamérica unida, dónde?
Brasil se piensa siempre el nuevo imperio y ve a México como traidor que mira al norte; Venezuela anda demasiado ocupada con su guerra antiimperial. Colombia lucha denodadamente por mantener su integridad. Bolivia sueña con mucho trabajo en una gobernabilidad mínima. Argentina se devora a sí misma, ejercicio en el cual ya tiene tradición. México suda frío ante la institucionalización de una parálisis democrática. Perú deambula con una democracia tan débil que no sirve para gobernar. A toda el área la invaden los escándalos de corrupción.
Es por ello que Iglesias lanza su advertencia: o Latinoamérica se monta en el nuevo mundo o pasará a ser un territorio marginal. Hace cuatro décadas se pensaba a América Latina como un tercer nivel de desarrollo con alta potencialidad. Japón despuntaba ya pero todavía era promesa. China dormía el sueño comunista. El resto de Asia daba tumbos entre dictaduras feroces, alto crecimiento demográfico, ensimismamiento y atraso. La India era vista como el cabuz del desarrollo. De África ni qué hablar. En esa embriaguez pareciera que nos hemos quedado los latinoamericanos. Hoy el mundo es otro. De entrada lo poblacional: para el año 2050 el 60 por ciento de los habitantes del planeta radicará en Asia, alrededor de un 23 por ciento en África y sólo ocho por ciento en Europa, toda América dará abrigo a solo el diez por ciento de la población mundial. Europa y América, incluida la latina, se empequeñecen frente al mundo. Sólo Brasil superará los 200 millones. De acuerdo con el FMI las economías emergentes de Asia, la comunidad de Estados Independientes, los países emergentes de Europa, Oriente Medio e incluso África crecen más rápido que los países de Latinoamérica.
De las diez primeras economías del mundo ninguna es latinoamericana. Según Goldman Sachs para el año 2050 en el G-6, de Latinoamérica, sólo Brasil entraría básicamente por el peso de su población, eso de lograr un crecimiento alto. Además de Estados Unidos y Japón allí estarán Rusia, India y China.
De acuerdo a Naciones Unidas en grados de alfabetización ninguna nación latinoamericana ocupa un lugar en los primeros 50 sitiales. Tampoco en lo que a investigación se refiere. De acuerdo al Banco Mundial al medir la cercanía con la economía del conocimiento el país latinoamericano que aparece en primer lugar es Chile, posición 38, después viene México en el 54 y Brasil en el 57.
En tecnología, de acuerdo al Foro de Davos, de nuevo Chile aparece en el lugar 35, pero Brasil en el 46 y finalmente México en el 60. Argentina ocupa el 76, Perú el sitial 90; Nicaragua en el 103. ¿Que será de naciones como Guatemala en esa incontenible carrera?
En globalización de ATKearney de nuevo Chile en el lugar 35, pero después de Uganda, México en el 42 por debajo de Túnez, Botswana, Ucrania, Marruecos y Senegal. En rigidez laboral de nuevo sólo Chile libra el escollo en el lugar 41 de 145. En competitividad de Davos de nuevo Chile en el 23, México en el 55, Brasil en el 65 y Argentina en el 62.
En incremento de productividad laboral anual hasta 2002 de acuerdo a la OIT, sólo Chile rebasa el cuatro por ciento anual, Brasil no llega al dos por ciento y México está en el uno por ciento. En imparcialidad de las cortes de acuerdo con Instituto Fraser, Chile de nuevo en el 43, pero no es halagüeño estar por debajo de Bostwana, Sudáfrica o Namibia. Después viene Uruguay por debajo de Ghana, Sierra Leona e Irán. Costa Rica y Brasil en el 59 y México en el penoso 78, por debajo de Togo.
Confiados en nuestro destino anunciado los latinoamericanos aparecemos ya sistemáticamente por debajo de los países desarrollados tradicionales, de los “Tigres Asiáticos”, de las nuevas economías que se integraron a la Unión Europea y ahora en algunos indicadores por debajo de varios países africanos. Queda claro que Chile puede ser el primer y único país desarrollado de la América Latina en la primera mitad de siglo.
También es claro que Brasil está llamado a ocupar un lugar importante en el concierto internacional, pero todo indica que será más por su dimensión poblacional que por la calidad de vida o modernidad que pueda lograr. La paradoja latinoamericana sigue allí. Los recursos no faltan, para ejemplos están Argentina, Brasil, Venezuela o México. Y sin embargo no salimos. El grado de integración nacional es muy superior al de otras naciones y sin embargo de poco ha servido.
La inestabilidad política no desaparece en la región. América Latina sigue siendo campeona en desigualdad, el atraso técnico y científico frente a los esfuerzos de la Unión Europea, Asia, la India como paradigma, son dramáticos. Pareciera que, de nuevo llegaremos tarde a la cita con el progreso. De allí el dolor de Iglesias, dolor del que ni siquiera hicimos eco.
P.D. De seguir con esta intensidad en la reconstrucción del Sureste la CFE merecerá nuestro más amplio reconocimiento.