EL IMPARCIAL-AEE
EMPALME, SONORA.- Lágrimas brotan de repente, agacha su cabeza y se tapa los ojos con una mano; llora desesperada, con las ?tripas echas bola? porque su hijo no está con ella. Su esposo la arropa de reojo con una mirada triste.
El dos de abril doña Esperanza Mota Martínez y don Alfredo Jiménez Hernández recibieron una de las noticias más devastadoras de su vida: su hijo, reportero de El Imparcial, está desaparecido.
El muchacho robusto de 25 años al que le apasiona escribir sobre asuntos de seguridad pública, las bandas de narcotraficantes que azotan al Estado, los funcionarios corruptos que hacen tratos con delincuentes, de pronto ya no está.
Cuando hablan de Alfredo Jiménez Mota, aunque tienen más de 100 días que no lo ven, sus padres lo hacen seguros de que está vivo y de que pronto volverá a casa.
Mientras prepara la comida de medio día, doña Esperanza siente la presencia de su hijo justo en la puerta de la cocina, un cuarto de aproximadamente cuatro por cuatro metros con techo de lámina y vigas de madera, le ha pasado un par de veces, pero cuando lo busca, no lo encuentra.
?Siento yo la presencia de él, y volteo y no hay nadie?, señala.
Esa sensación, le hace pensar que Alfredo pronto estará de vuelta; esa esperanza la alimenta también don Alfredo, que últimamente ha tenido también la corazonada, ?ese algo? que le dice que su hijo pronto aparecerá.
?Es extraño, yo nunca lo he visto muerto?, comenta el padre de familia. ?Yo nunca me lo imagino muerto, las personas que digan que está muerto, ¿pues dónde está para que digan que está muerto??, lo secunda doña Esperanza mientras llora.
Alfredo es para ella, más que un hijo, un amigo al que puede contarle sus problemas, alguien con quien puede desahogar sus penas y compartir sus alegrías, un compañero fiel.
?A veces cuando íbamos por la calle, con chicas ?manotas? que tiene me agarraba de aquí del cuello y me hacía para acá y para allá, y me decía: ?amá te he dicho que no tomes tanto?, cuenta doña Esperanza, que no puede evitar sonreír.
Alfredo le viene a la memoria y su cara se ilumina, sus ojos enmarcados por las ojeras brillan, los labios se expanden de gusto mientras recuerda las bromas, los buenos momentos, aquéllos que se viven en familia y son parte de la vida cotidiana, del trato entre una madre y su hijo, entre una madre y su mejor amigo.
?Y luego en la noche cuando dormía aquí, se acostaba para que yo le echara sus cobijas?, recuerda contenta. De pronto la realidad parece invadirla y el rostro se vuelve triste, las lágrimas opacan su mirada, estalla en llanto: Alfredo no está, no lo ha visto en meses, no le ha dado uno de esos fuertes abrazos.
En los últimos días, al menos dos veces ha sentido su presencia en la casa, por coincidencia mientras prepara la comida, y es que una de las cosas que más disfruta doña Esperanza, es cocinar para su hijo; pero han pasado más de tres meses desde la última vez que lo hizo. Cuatro días antes de su desaparición le preparó un par de huevos estrellados acompañados con dos o tres salchichas, varias rodajas fritas de queso fresco y seis rebanadas de pan tostado junto con un vaso grande de licuado de papaya.
?Es muy comelón?, dice mientras sonríe, pero con los ojos todavía rebosantes de lágrimas.
?Le gusta mucho cenar salchichas en rodajas y papas picadas en cuadritos, eso sí, con tortillas de harina?, añade.
Sentada en la misma silla mecedora blanca, ubicada en la sala de la casa, en la que a Alfredo le gustaba posarse después de comer para que ella le rascara los pies, las piernas, la espalda, la cabeza, y lo ?chipileara?; doña Esperanza confiesa que al igual que su esposo, Alfredo Jiménez Hernández, estos días ha tenido más fuerte que nunca la sensación de que su hijo pronto llegará.
?No quiero pensar que esté muerto... yo siento que está vivo?, asegura con el rostro dibujado de angustia y los dedos de las manos entrelazados.
Las lágrimas le mojan las mejillas, le enrojecen los ojos, se siente impotente, desesperada, no sabe dónde está su hijo Alfredo.
?A lo mejor al rato va a llegar?
Desde que Alfredo desapareció, los días parecen haberse vuelto más largos para la familia Jiménez Mota, especialmente para su mamá doña Esperanza, que a veces llora a escondidas para que su hija Leticia no la vea, no quiere preocuparla.
?Mi hija lo ha soñado mucho y dice que llega... que siempre lo ha soñado vivo?, comenta con voz calmada.
Pero cuenta que de repente, cuando cocina o está en el baño, como un golpe llega la tristeza y le da con todo, se desespera, siente que el estómago se tensa, y ante la incertidumbre su única salida es estallar en llanto.
A pesar del dolor sabe que debe mantenerse serena, entera, saludable, fortachona para recibir a Alfredo cuando regrese, tiene que aguantar cada día que pasa y él no está.
Últimamente, cuando todos ya se acostaron, cuando sus vecinos duermen plácidamente, ella prefiere planchar la ropa o hacer cualquier otra labor en la casa, según dice, para ?hacer tiempo?.
?A lo mejor al rato va a llegar?, se consuela a sí misma, luego le dan unas ganas enormes de llorar, y el estómago se le hace bola de la desesperación, de la impotencia, de las ganas de salir corriendo a buscarlo.
Y sin nada más que pueda hacer, más que rezar y pedirle a Dios y la Virgen que esté bien, no le queda otra cosa que sólo ir a la cama y esperar que el día que amanezca sea mejor.