Juan Pablo II es sin duda el personaje más importante del siglo XX.
Además de promover un avance impresionante de la Iglesia Católica, intervino en asuntos trascendentales para el mundo como la caída del comunismo en la Unión Soviética y en Centroamérica.
Al ser designado nuevo sucesor de Cristo en octubre de 1978, nadie imaginaría que un polaco de 58 años de nombre Karol Wojtyla se convertiría en el Papa más productivo y el tercero en cuanto a la duración de su Pontificado.
Publicó 14 encíclicas, beatificó a más de mil 350 personas, canonizó a casi 500, recorrió más de 130 países y designó a más de 200 cardenales además de miles de obispos.
Fue un hombre organizado y laborioso que cuidaba todos los detalles para cumplir con más efectividad su enorme responsabilidad. Antes de sus complicaciones de salud, Juan Pablo II trabajaba sin descanso al menos 14 horas diarias. En una ocasión recibió a varios obispos para cenar y uno de ellos le comentó que lo veía un poco cansado.
Sereno, el Santo Padre contestaría: “Si el Papa no estuviera cansado a estas horas significaría que no ha cumplido cabalmente con su deber”. Hay dos legados fundamentales que deben destacarse en la vida de Juan Pablo II. El primero es su labor apostólica y evangélica por demás impresionante.
El segundo es su ejemplo como ser humano al sobreponerse una y otra vez a las adversidades externas y personales, incluyendo un atentado, varias operaciones y enfermedades que con todo y su gravedad no le impidieron seguir adelante con su labor, siempre con optimismo y esperanza. A finales de los setenta la Iglesia Católica y en general el mundo atravesaban por una crisis moral y religiosa sin precedentes.
Sacerdotes que se rebelaban contra sus superiores; obispos que ignoraban la voz de El Vaticano; grupos religiosos que abogaban por un cambio radical del catolicismo en asuntos tan delicados como el aborto, el control natal, el divorcio, el matrimonio de los clérigos y otros tópicos que mantenían confundidos a los feligreses. En materia política sacerdotes que simpatizaban con las teorías de la liberación abrazaron al socialismo y muchos de ellos promovieron abiertamente el marxismo en una extraña contradicción.
Al mismo tiempo el capitalismo y el comunismo tomaban posiciones radicales dentro de un mundo agobiado por las guerras civiles que tanto sufrimiento llevaron a regiones como Centroamérica, el Medio Oriente y algunos países de África.
La posición firme de Juan Pablo II a favor de la paz, de los derechos humanos y de nunca justificar la violencia fue clave para que en muchas regiones del mundo cesaran las hostilidades y el encono.
El Papa estuvo en tiempos críticos en zonas de conflicto como El Salvador, Nicaragua, Honduras, en la antigua Yugoslavia, Cuba y de no ser por su minada salud seguramente habría viajado a Afganistán e Irak.
Su mensaje a favor de los oprimidos fue firme y permanente así como su defensa a favor de los valores del cristianismo y de la Iglesia Católica.
Como jefe de la Iglesia fue modernizador, un comunicador impresionante, líder implacable, diplomático de altos vuelos y un religioso tolerante, siempre dispuesto a escuchar.
Juan Pablo II devolvió a la Iglesia buena parte de sus valores que entre los sesenta y setenta se habían extraviado ante los cambios sociales que vivía el mundo. Hay quienes hubieran deseado que Karol Wojtyla diera rienda suelta al libertinaje y rompiera con valores y costumbres que fueron claramente establecidos desde el inicio de esta Iglesia por el mismo Jesucristo.
Sin embargo, Juan Pablo II hizo todo lo contrario y fue precisamente su firmeza y la claridad del rumbo adoptado lo que permitió a la Iglesia Católica retomar su camino, crecer y convertirse hoy en día en la religión con el mayor número de miembros en todo el mundo.
El segundo gran legado de Juan Pablo fue su fortaleza humana. Desde muy pequeño sufrió las adversidades de la vida: el comunismo en su natal Polonia, las carencias económicas y su orfandad de madre a los nueve años de edad.
Caminó siempre en medio de tempestades lo que al paso de los años redundó en un ser humano luchador, optimista, humilde, virtuoso e incluso de notable condición física.
Desde su juventud destacó en múltiples facetas. Fue deportista, actor, declamador, poeta, escritor, filósofo, teólogo, políglota y amante de la música. Su sencillez y claridad de pensamiento lo llevaron a lo largo de su Pontificado a conectar fácilmente con los jóvenes a quienes invitaba a practicar con alegría y fe las enseñanzas de Jesucristo.
En Cuba recordamos cómo fueron los jóvenes quienes más se acercaron a sus eventos y quienes con más atención siguieron su mensaje.
Lo mismo ocurrió durante sus visitas a México en donde las juventudes lo aclamaban en cada recorrido y celebración a la que asistía. Será difícil olvidar a Juan Pablo II, especialmente esa paz, amor y calidez impresionantes que irradiaba.
Vaya nuestro adiós fraternal al Papa amigo, al viajero incansable, al hombre que asumió y cumplió con pasión y firmeza el trabajo encomendado por Dios.
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