Abrió los brazos, avanzó mirando la pelota, flexionando una pierna hacia atrás, la golpeó con furia. Vestía un traje ojo de perdiz, de dos botones, cuya chaqueta no se desabrochó. En la breve carrera torció el tronco de su cuerpo, olvidado aquel accidente en su columna vertebral, el balón salió hacia su destino que era una portería, levantando una polvareda. No llegó a entrar. Era el presidente Vicente Fox quien no acaba de sorprendernos con su buen talante. Se hallaba en un Centro de Tratamiento para Varones donde se encuentran internados menores infractores, lo que se conoce como un centro tutelar. El cancerbero, un interno atrapado al momento de asaltar a un taxista, con una estancia de tres años, que por un momento pareció diputado de la Oposición deteniendo una iniciativa presidencial.
El penal estaba arreglado para dejar que se luciera el émulo de “Pata Bendita”, mote con el que era conocido el futbolista chileno Oswaldo Castro, lo que no fue obstáculo para que el jovenzuelo impidiera el grito de gol que se quedó atorado en la garganta del equipo presidencial. No acabó ahí la cosa. Poco después se tomó la foto del recuerdo con los adolescentes.
Un atrevido muchacho, “El Roñas” parado detrás del presidente le puso una mano encima de la cabeza, con la palma hacia abajo, recogidos el anular, el largo y el índice, mientras estiraba el meñique y el pulgar en lo que comúnmente los chavos le llaman cuernos. Una falta absoluta de respeto a la investidura del Ejecutivo pero un hermoso gesto que acerca al ciudadano presidente al verdadero pueblo, al de abajo, al pueblo que sufre las estrecheces de una economía que lo atosiga empujándolo a delinquir, en un ejemplo que reciben a cada momento, -a propósito ¿donde estará Arturo Montiel?-, o enviándolos a sufrir las humillaciones en una patria que no es la suya, emigrando por que no hay de otra mas que la de salir del hoyo a como se pueda. No había en el ánimo del joven, creo, más incentivo que el de hacer una travesura sin medir consecuencias.
La patada la dio con la cabeza baja, dejando que el guardameta supiera por qué lado iba a “chutar” sin tomarse la molestia de engañarlo. Ese es Vicente Fox Quesada. Así actúa en los asuntos políticos. Es fácil advertir lo que va a hacer y deja ver por qué lo hace. En el campo donde se juega balompié el imberbe cuidametas advierte fácilmente hacia dónde iba a patear, en el campo de la política sus adversarios saben de antemano qué rumbo van a tomar sus remedos de complots.
Es transparente por cualquier lado que usted lo vea. No cabe duda que es un hombre bueno, al que la política es un traje que le quedó demasiado grande. Es el Malvado Carabel, novela de Wenceslao Fernández Flores, en que el personaje no puede hacer cosas indebidas porque no nació para eso. La política de estos tiempos requiere que la persona se comporte con cierta perversidad, digamos con “mala leche”. No está en la naturaleza de Fox, qué se le va a hacer.
A eso agréguele usted que trae el santo de espalda y se dará cuenta porque falló un penalti que estaba amañado. La única manera era que sus guardias de corps hubieran amarrado al portero. Quizá si hubiera asistido a un centro de invidentes, quizá. Le pasó en Tlaxcala, en el Estado de México, en Nayarit, en la elección interna del PAN para escoger candidato a la Presidencia, él o su señora habían mostrado su preferencia, obteniendo un rotundo fracaso. Igual le ha pasado con los deslices verbales en sus intervenciones delante de un micrófono.
Volviendo al tiro de penalti en el reclusorio juvenil, cabe anotar que los guardaespaldas del Estado Mayor le indicaron al portero que se tirara a la izquierda para que la de gajos llegara a las redes por la derecha. Obvio, el presidente no puede negar la cruz de su parroquia pues siempre tira hacia la derecha. En fin, una anécdota para las páginas deportivas sin más trascendencia que demostrar el lado humano de un hombre fuera de lugar, dicho en el argot futbolero, está en “off side”.
