Durante todo este año vienen y seguirán celebrándose los primeros cuatrocientos años de la más grande de las novelas modernas. Su autor es don Miguel de Cervantes Saavedra, de cuya vida y personalidad se sabe mucho menos de lo que se quisiera, y desde luego, muchísimo menos de lo que se sabe de su personaje.
En su juventud fue de viaje a Italia. Allí entró al servicio de un cardenal; sufrió la mutilación de su mano izquierda en la batalla naval de Lepanto que causó la destrucción del poderío naval turco en el Mediterráneo. Más adelante sirvió en Corfú y en Túnez. Cuando regresaba a España con su hermano Rodrigo en busca de un ascenso fue capturado por piratas berberiscos y retenido en Argel en espera de rescate. Se pagó el de su hermano, pero como a él le encontraron unos papeles que no supieron de qué se trataban lo supusieron importante y le aumentaron el valor del rescate, lo que en la realidad le significó cinco años más de prisión, que fue el tiempo que sus familiares tardaron en reunir el dinero necesario para pagarlo.
En 1587 Felipe II lo empleó para requisar pertrechos para la Armada que un año después ésta utilizaría para atacar a Inglaterra. Luego tuvo un empleo civil durante diez años, pero las cuentas se le embrollaban cada vez más y terminó en la cárcel. El propio rey puso debajo de su nombre una nota que recomendaba no volver a emplearlo.
Después de la publicación de la primera parte de Don Quijote, Cervantes volvió a estar en problemas. Resulta que un hombre libertino que pudo haber tenido relaciones con una hija ilegítima de Cervantes fue hallado muerto de una puñalada a la puerta de su casa. Por ello Cervantes y su familia fueron encarcelados, y a él le costó trabajo probar su inocencia.
En 1615 una misión diplomática francesa que fue a Madrid se asombró de que el autor de Don Quijote fuera “viejo, soldado, caballero y pobre”. Al año siguiente y en el espacio de quince días, él y Shakespeare murieron. Gracias a Don Quijote, Cervantes alcanzó a conocer la fama, pero no el dinero.
