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El azote de Dios

Gilberto Serna

Esa coincidencia entre la pérdida de popularidad y el surgimiento de voces que hablan de que se producirán atentados terroristas, a los ojos de quienes estamos lejos del círculo de influencia del inquilino de la Casa Blanca, simplemente se nos antoja sospechosa. En efecto, hay una relación entre el sentir que la silla se le tambalea y los anuncios que hacen las autoridades, que tal o cual ciudad de Estados Unidos va a ser blanco de partisanos internacionales; cada día que pasa es muy cuestionable que vaya a ocurrir un percance atribuible a las fuerzas del mal. Más bien es de pensarse que es una malévola estrategia dirigida a distraer a los ciudadanos para que se olviden de protestar por el mal Gobierno. No se olvide, hay una guerra en curso en la que no van a derrotar al enemigo, no obstante su supremacía bélica, la cual se inició a base de mentiras sobre lo deletéreo de su armamento, así como por los errores que ha cometido el propio presidente Bush durante el curso de su segundo mandato que acaba de coronar con su deficiente respuesta a los embates de la naturaleza en Nueva Orleans.

Lo que sucedió en Madrid y en Londres, no hace mucho, ha dado lugar a que sean creíbles las alarmas que de una manera u otra surgen en la Unión Americana, primero en Los Ángeles y ahora en Nueva York creando una psicosis que permite que el pueblo de Estados Unidos apoye a quien consideran puede defenderlos. En eso reside la fuerza de un presidente que ha demostrado no temblarle la mano para sembrar la muerte y el terror en naciones indefensas que han resentido los ataques masivos de sus tropas. Sin que las demás naciones se atrevan a disentir de los bárbaros procedimientos, que sólo se equiparan a los del que se jactaba que donde su caballo pisaba no volvía a nacer la hierba, llamado el Azote de Dios. La verdad que la conciencia está haciendo mella en los senadores republicanos que acaban de votar 90 contra nueve para que cesen los castigos o trato cruel, inhumano o degradante contra los detenidos en la guerra contra el terrorismo.

En la frontera que compartimos con Estados Unidos, de aquel lado, se ha levantado un muro con el propósito de impedir que migrantes indocumentados de aquí o de más al sur de nuestro continente, logren colarse a su territorio. Lo que ocurrió con motivo de los huracanes que azotaron las costas que dan al Golfo de México trajo como consecuencia que los alienígenas buscaran refugio en nuestro país. El mismo fenómeno podría producirse a lo largo de la frontera si hubiera, como constantemente se pronostica, un ataque con armas biológicas. Los primeros a los que se vería saltar como conejos sería a los que persiguen a los mexicanos que se cruzan por sus tierras y no se tientan el corazón para dispararles. No obstante esperemos confiados en que no suceda. Más, tanto se anuncia que ahí viene el lobo que parece lo están llamando, por lo que no dudamos un día pudiera aparecer con cara de Osama. Dice Bush que Estados Unidos y sus aliados han desactivado diez complots de Al Qaeda en años recientes, tres de ellos en Estados Unidos. Sin ofrecer mayores detalles, por lo que bien podría pensarse que, al igual que las armas de destrucción masiva que no existieron nunca, lo que se supo después de la invasión a Irak, hay base para no creérsele ni tantito así.

Hay algo que no acabo de entender si no es a la luz de lo acontecido en la Alemania de los años treintas y de los cuarentas del siglo pasado. Una multitud levantando el brazo, rígidos los dedos de la mano, aclamando a su líder sin percatarse de que idolatraban al gran seductor, amo del engaño y la mentira, capaz de ordenar la destrucción de ciudades enteras. Si usted pone un ridículo bigotillo debajo de su nariz y un flequillo de su pelo sobre la frente, hallará un parecido impresionante. Aquél los hechizaba con voz chillona hablando de la grandeza del pueblo alemán, mientras rubricaba sus letales estridencias con el puño cerrado y movimientos enérgicos del brazo. El de ahora infunde miedo para lograr sus propósitos, diciéndose iluminado de los dioses.

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