Lo tuve a la vista cuando saludaba a quienes asistían a la toma de posesión de un candidato que había ganado unas elecciones. Los rayos del sol picaban implacables en la dermis de los asistentes. La ceremonia, el acto de protesta, demoraba en su inicio. Las sillas de tijera eran incómodas por lo que políticos, que ahí se habían congregado, permanecían de pie. El gobernador, que tomaría posesión de su cargo mediante el ritual acostumbrado, no acababa de llegar. La gente entretenía su ocio en una charla sosa que era salpicada de vez en vez de risotadas o de estentóreos saludos. Flotaba en el ambiente un aire de fiesta, aunque para muchos era de duelo. En efecto, los invitados a las tomas de posesión se parecen a los asistentes a un velorio donde los primeros esconden sus miedos pensando que el nuevo mandatario los mandará a freír espárragos, para hacerle espacio a quienes hicieron méritos en campaña, en tanto los segundos tiemblan de pavor, teniendo enfrente un féretro, ante el gran misterio de la vida que es la muerte. No atino a saber cual será la pérdida mayor, si la nómina o acabar en medio de las llamas de un crematorio.
La primera impresión que causa una persona, hasta entonces desconocida, es la que, por lo común, suele perdurar al paso del tiempo. Es del todo posible que un hombre al que se le haya notado que adolece de ciertos atributos, que le son comunes a la gente simpática, no obstante pueda poseer cualidades histriónicas que afloran cuando considera la conveniencia de que está con sus iguales o con personas a las que desea agradar. Estaba ahí, parado en uno de los improvisados corredores, miraba sin mirar a su alrededor como diciendo soy yo, reconózcanme. Le acompañaba un funcionario local que amablemente pidió me acercara. Después de las presentaciones de rigor, sin que mi circunstante moviera un solo músculo de su cara, había estirado su brazo dándome un tibio apretón de manos. Estaba destinado a pastorear a los integrantes de la Cámara Alta. Él también era alto, sólo de estatura física. De pronto me di cuenta al verlo tan envarado que hubiera muy bien, remangada la camisa, delantal de lona anudado a la espalda, prestar sus servicios detrás de un mostrador de madera, en una tlapalería. Esa cara aguileña la había visto antes. Hace muchos años, en un negocio, a un costado de un mercado, despachaba un cuarto de litro de aguarrás, medio litro de thiner y un cuarto de mastique.
Acabo de leer que calificó de pataleta la decisión que tomó Roberto Madrazo, líder del PRI, de no asistir a la ceremonia de toma de protesta de un candidato a gobernador. Le dice inmaduro, poco serio, irresponsable, caprichoso, egocéntrico y berrinchudo. Lo que no dijo es que esos mismos adjetivos les quedan como anillo a los dedos de varios de los gobernadores y ex gobernadores que junto a él conforman el grupo Todos Unidos Contra Madrazo, llamado de Unidad Democrática. Esos mandatarios son sumamente conocidos en sus ínsulas destacándose más que por su labor en pro de la ciudadanía por su intemperancia, como el Pato Donald, magistral creación de Walt Disney (1910-1966), que se caracterizaba por sus constantes rabietas en las que lanzaba peroratas que nadie entendía pues utilizaba un tono disonante al oído. Pero, analicemos: inmaduro, que no es prudente, ni juicioso, ni sesudo; poco serio, que no es real, verdadero ni sincero, muy dado al engaño y es experto en dobleces; irresponsable: persona que adopta decisiones importantes sin la debida meditación; caprichoso: el que toma una determinación arbitrariamente, inspirada por un antojo, por humor o por deleite en lo extravagante y original; egocéntrico: exagerada exaltación de la propia personalidad y por último, berrinchudo: que se encorajina o enoja con frecuencia. Si es así, señor senador, ¿qué hace usted militando en ese partido? Por aquello de dime con quién andas y te diré quién eres.
Es justo que quien observa desde las tribunas un encuentro le endilgue al árbitro que dirige un partido los epítetos que su humor le indique. Después de todo es espectador que no tiene más interés que disfrutar de un buen espectáculo. Lo que no se vale es que quien compite para ocupar el lugar del silbante se meta al campo de batalla y aprovechando su descuido le meta una zancadilla censurando su actuación. ¿Qué pasó con ese respeto institucional? La crítica que hace el senador Jackson, aspirante, al igual que Madrazo, a figurar como candidato del PRI a la Presidencia de la República, es inmoderada, a mayor razón si lo que pretendía era echar una tina de agua fría a los disputantes, dejando ver que su pretensión no era calmar los ánimos si no ponerse del lado de uno de los contendientes aparentando imparcialidad, dando la falsa apariencia de preocuparse por que su partido político no se divida cuando sus actos demuestran lo contrario. En fin, todo hace parecer que, de aquí en adelante, la insolencia y el desdén van a estar a la orden del día.