Ya hace muchos años, en la Comarca Lagunera se conoció de la inventiva y creatividad de los rateros profesionales que, disfrazados de policías, timaban en los centro comerciales de la ciudades hermanas, especialmente a comerciantes a quienes primero “engatusaban” y luego extorsionaban con el truco del “bote de manteca”.
La trampa requería especial ingenio y cinismo. Los policías de ese entonces, cuando sus ingresos estaban mermados por las razones que fueran, recurrían a la detención de algunos de los raterillos que les eran harto conocidos, algunos hasta trabajadores propios.
Previamente, obtenían de alguna forma, por préstamo o medio ilícito, un bote de manteca de cerdo, esa que era especialmente buscada por las amas de casa que aún no se acostumbraban al uso de los aceites comestibles de semillas vegetales.
Con los raterillos aleccionados y el bote de manteca a mano, acudían a las cercanías de alguno de los comercios establecidos, fueran de abarrotes o de otros giros; lo importante, que los aparentemente ignorantes jovenzuelos les ofrecieran el pingüe negocio de la compra a un muy bajo precio. Desde luego que pocos se resistían a la tentación del dinero fácil.
Luego de cerrado el trato, los vendedores se retiraban con su mínima ganancia, misma que habían de compartir con los ladrones mayores que se apostaban a “la vuelta de la esquina”. Así, la trampa estaba puesta, ya que minutos después, aún antes de que la citada mercancía fuera guardada en el interior del establecimiento, aparecían los “señores policías” que exigían la factura o nota que amparaba la compra del bote de manteca. Claro que al no existir el documento, amenazaban al comprador –denominado “aparachueco”– con cerrarle el establecimiento, detenerlo y hacerle tantos y graves cargos, que veía peligrar su poco o mucho patrimonio comercial y hasta la libertad.
El paso para que apareciera la “transa” se presentaba espontáneamente y aún algunos de esos “representantes de la Ley y el orden” se daban el lujo de mostrarse ofendidos y hasta indignados por el intento de cohecho del comerciante sorprendido. Había verdaderos artistas en el arte del chantaje, que sabían el momento preciso de cambiar su actitud de gran dignidad por la de sobornados.
Finalmente, el éxito lo festejaban con ruidosas carcajadas, acompañadas de cervezas y tacos, no sin antes reservar la parte correspondiente a la “autoridad superior”.
Aquellos eran tiempos en que La Laguna sufría la corrupción policíaca, nada desconocida hoy en día, aunque sí habría que descargar a favor de aquellos que al menos no eran tan descarados y cínicos, que mostraban algo de ingenio y creatividad.
Le comento lo anterior porque los centros de las ciudades de la Región Lagunera continúan siendo áreas de caos y desorden, donde ante la corrupción y desvergüenza de las autoridades, los ladrones ejercen libremente su oficio y hasta hacen gala de su impunidad; y la corrupción, negligencia e ineficiencia de los vigilantes que llega a ser sorprendente. Le invito a reflexionar con algunos claros ejemplos:
En el centro comercial de Torreón, han instalado estacionómetros que frecuentemente están descompuestos, por falta de mantenimiento o por vandalismo, que se prestan a ser usados como los nuevos “botes de manteca”. ¿El procedimiento?, muy simple: esperar a que los incautos estacionen sus vehículos frente a los artefactos con fallas mecánicas, para que más tarde aparezca personal que retira el dinero acumulado de las alcancías y de paso asegure su correcto, aunque temporal funcionamiento, para que atrás, a una distancia prudente, vengan los responsables de supervisar el cumplimiento de la Ley, levantando infracciones a todos aquellos ingenuos que se fueron de compras.
En el negocio todos ganan: los infraccionadores que cubren su cuota de boletas expedidas y las autoridades que reciben beneficios extra. De paso, los “cuida-coches” quedan libres de depositar o no monedas el resto del día, aunque sí les cobren a los siguientes estacionados. Lo lógico es pensar que ellos participan de sus pingües ganancias a terceros… ¿o no? Haga sus cuentas y descubrirá que si tan sólo se levantaran 100 infracciones por día, sumarían 2,400 al mes; si el multado paga en un plazo menor a las 24 horas, serán $66.00 pesos de multa, sumando la nada despreciable cantidad de $158,000.00. Claro que esa no es la realidad, si contabilizamos el costo total de la sanción, $132.00, el Municipio habrá recibido $316,000.00 extra, casi $4’000,000.00 al año, el más productivo negocio del centro comercial. ¿Qué le parece?
Otro negocio interesante es el de los vendedores ambulantes, que curiosamente están imposibilitados a pagar impuestos por no tener asentamiento o domicilio legal, pero que sí se cooperan con sendas cuotas ante Plazas y Mercados; no me pregunte cómo es que se da la contradicción, pero así es.
La competencia desleal no tiene oposición posible del trabajo honesto y el desgaste a la economía regional se da por distintos ángulos: contra los comerciantes legalmente establecidos que deben acatar las leyes y con la venta de mercancía, producto de la piratería, que no cubre cargos hacendarios; por si fuera poco, favorecen a los ilegales que la introducen por nuestras aduanas en otro acto de complicidad antipatriota y dañina corrupción.
¿La Policía?… sólo observa o da cortos paseos en bicicleta, en los ratos que suspenden el consumo de gorditas, frutas, aguas frescas y todo aquello que adquieren de distintas maneras, a veces con dinero.
Ya entrada la noche aparece la prostitución, entre todas la más lacerante, la de menores. Las mujeres se exhiben como “mercancía sobre el mostrador” en las afueras de los pequeños hoteles, ante la permisividad mostrada por “la autoridad”. No pocas veces los podemos observar en sus patrullas, con todo y torretas encendidas, en doble fila, saludando –¿extorsionando?– a las damas, coqueteándoles con las mejores poses permitidas por las barrigas fajadas con gruesos cinturones. Verlos es en sí un espectáculo denigrante.
En Gómez Palacio “las mordidas” dadas por los agentes de Tránsito, han llegado al extremo de hacer intervenir al propio presidente municipal. El Centro Comercial está infestado de cervecerías y cantinas disfrazadas de restaurantes que reciben “extra” por la prostitución imperante, también con menores de edad.
Mucho es el esfuerzo de los comerciantes, al tratar de rescatar sus negocios y pocos los intentos de las autoridades por mejorar los centros comerciales, aunque habrá que abonar algunos éxitos, como el rescate del Canal de la Perla en Torreón, alternativa de diversión para algunos. Los más afortunados, podrán comprar alguna fritanga de las muchas que venden en las plazas y parques, otros ambulantes que igualmente violan la Ley y rompen el orden social, invadiendo los andadores por los que debieran circular libremente las familias. Es cierto que algunos funcionarios municipales tratan de ganarse honestamente su sueldo, pero hay otros que no ayudan y mucho estorban, destruyendo la poca buena imagen de los que trabajan. ¿Y las máximas autoridades?... bien, gracias, buscando el camino para el próximo “hueso”.
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