La violencia sacude de nuevo. En esta ocasión ya no se trata sólo de guerras, terrorismo o delincuencia organizada, sino de hechos domésticos, callejeros, sin una aparente razón de fondo.
Hace diez días en Atlanta un hombre acusado por violación se destrampó durante un juicio para matar a varias personas, entre ellas a un juez de la Corte Suprema quien jamás imaginó terminar su destacada carrera judicial acribillado al interior de un tribunal.
En otro punto de Estados Unidos, Dennos Rader, un hombre de 59 años allegado a la iglesia Luterana y que fue dirigente de los Boys Scouts, fue acusado de haber cometido diez homicidios que aterrorizaron a su comunidad durante las últimas tres décadas.
El pasado lunes en un poblado de Minnesota, un joven de secundaria enloqueció y mató a nueve personas para después quitarse la vida. La masacre inició con sus dos abuelos y continuó en su escuela en donde disparó a diestra y siniestra, con una abierta sonrisa, para ultimar a siete personas, entre ellas una maestra y varios de sus compañeros de aulas.
En nuestro México la violencia no ocurre a ese grado en las escuelas, tribunales o iglesias, pero sí en las barriadas, las zonas rurales y en las mismas ciudades.
Las matanzas entre narcos son comunes y lo peor del caso son cada vez más sádicas y brutales.
Antes se respetaban ciertos códigos, por ejemplo no se agredía a las mujeres, los niños y familiares cercanos.
Ahora es todo lo contrario, se ejecutan venganzas impresionantes sin la menor misericordia y consideración para los familiares y menos para las víctimas.
¿Qué hay detrás de toda esta ola de violencia que año con año se recrudece y que impacta por igual a jóvenes, niños y adultos?
Recuerdo que en mi infancia vivimos impresionados en mi pueblo durante muchos meses porque un ladrón dio muerte al jefe de la Policía local, quien al escuchar los pasos del sujeto se levantó de su cama para repelerlo. Asustado el delincuente disparó dos tiros mortales y huyó despavorido.
Meses después fue atrapado el sujeto, quien resultó ser un joven inexperto, pero para nuestra comunidad ese crimen fue por mucho tiempo el tema central en el café y las sobremesas.
Ahora los asesinatos se cometen a granel, casi como si fueran programas seriados de televisión. Y se olvidan a las horas porque viene un suceso más grave y desgarrador que supera al anterior.
¿Quién se acuerda en estos momentos de las muertes del tsunami en Asia, o de la matanza de hace semanas en Sinaloa? ¿O de tantos policías y abogados ejecutados en la frontera de Baja California?
Ha llegado el tiempo de que todos pongamos más atención y exploremos soluciones drásticas y concretas para frenar esta ola de violencia que muchos han dado por llamar la cultura de la muerte.
Sabemos que los medios de comunicación, en especial el cine y la televisión, contribuyen a este mal. Sabemos también que los juegos infantiles y en especial los videojuegos son otro detonante para la violencia.
Las drogas y el alcohol son otro serio agraviante así como la fabricación y venta indiscriminada de armas y objetos bélicos.
Hoy en día los juegos infantiles más divertidos tienen que ver con armas ya sea el paintball o las pistolas con balas de goma que si bien son inofensivas promueven la cultura de la agresividad.
Así como existen prohibiciones para el cigarro, el alcohol, las drogas e incluso campañas contra males como el Sida o el cáncer, ya es tiempo que autoridades y sociedad pongamos un “Hasta aquí”, a todos los elementos que provocan que la violencia crezca día con día.
¿Cuántas masacres más tendremos que esperar para actuar?
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