Al término del proceso para elegir candidato del Partido Revolucionario Institucional a la gubernatura de Coahuila, el profesor Humberto Moreira Valdés emerge como abanderado de dicha organización política.
A contracorriente de los deseos de Enrique Martínez y Martínez, Moreira llega al final del camino como sobreviviente del régimen de Rogelio Montemayor, de la mano del diputado federal Óscar Pimentel, preceptor político y precursor del hoy candidato, tanto en la Dirección de Educación Pública del Estado como en el Ayuntamiento de Saltillo.
Moreira superó los obstáculos operados desde la Secretaria de Gobierno y la Procuraduría de Coahuila, que durante meses se concretaron en acusaciones sobre desvío de fondos en sus tiempos de Secretario de Educación y más recientemente, en virtud de los excesivos gastos de promoción de su imagen como alcalde de Saltillo.
A las denuncias presentadas y a la falta de aprobación de la cuenta pública del Ayuntamiento a su cargo, se sumó la aparición de diversos precandidatos emanados del círculo íntimo del gobernador Martínez, que pese al impulso de éste no lograron posicionarse.
La intervención de Raúl Sifuentes y su dispendiosa campaña del Monstruo Verde, fueron un último y arrebatado intento de Enrique Martínez por mantener el control del proceso por medio de un litigio judicial sustentado en la propia Ley Electoral local y en un precedente del Tribunal Estatal Electoral, ambos instrumentos creados por el actual Gobierno del Estado.
La estrategia buscaba meter y posicionar a Sifuentes en la competencia y en la alternativa del fracaso amenazaba descarrilar el proceso en aras de un candidato de unidad. Roberto Madrazo no se tragó la píldora; introdujo a Heriberto Ramos en la jugada y a través de Eliseo Mendoza Berrueto advirtió que en caso de que la elección interna reventara con una segunda resolución del Tribunal Estatal Electoral adverso a los candados priistas, el CEN del PRI haría la designación del candidato.
Moreira salió avante porque el magisterio le ofreció una base de sustentación independiente de la estructura del poder enriquista, a la que se agregaron los priistas inconformes con el estilo autoritario y excluyente de Martínez y Martínez.
Lo anterior sea dicho sin perjuicio de conceder al hoy candidato el beneficio de la duda sobre las cualidades personales o profesionales que posea y que hayan visto en él sus compañeros de partido, más allá del difuso perfil, populista y cumbianchero, que hoy por hoy refleja su imagen.
La maquinaria priista de acarreo sale fortalecida y la candidatura de Moreira rompe la expectativa ominosa de lo que habría sido un lamentable continuismo.
Falta saber si Humberto Moreira podrá justificar el destino de los recursos cuyo desvío se le atribuye y si estará a la altura de las circunstancias como candidato, frente a una sociedad electora que se supone será más exigente en cuanto a perfil, trayectoria y desempeño.
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