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El candidato incómodo

Jorge Zepeda Patterson

Estoy convencido que Vicente Fox es una persona “decente”, tanto o más que cualquier buen mexicano, pero eso no lo ha convertido en un buen presidente. Hace una semana escribí justamente esa frase, a propósito del cuestionable comportamiento de Santiago Creel con relación a las concesiones de casas de apuestas. Los “decentes”, como Fox o Creel, han hecho un esfuerzo por establecer las bases de un buen Gobierno a lo largo de este sexenio de alternancia, pero los resultados por alguna razón no han sido los esperados. Con frecuencia ellos mismos han actuado a favor de los viejos procedimientos que esperaban erradicar.

El deseo de Vicente Fox de participar en actos de campaña para buscar el triunfo del PAN es un error monumental. El presidente termina confirmando una de las prácticas más insanas del viejo régimen: el uso del poder del Ejecutivo para conservar el poder. El mismo Fox hace seis años exigió a Zedillo eximirse de participar en el proceso electoral. ¿Por qué ahora Fox se desdice y termina haciendo lo que tanto tiempo combatió? ¿Qué pasa con estos supuestos ciudadanos decentes que acaban repitiendo las infamias de sus predecesores?

A mi juicio, las respuestas son varias. Desde luego que hay algunos panistas, como el gobernador de Morelos, Sergio Estrada Cajigal, que simplemente no resisten la tentación del dinero y el poder. Terminan imitando a los viejos priistas, con los que ni siquiera tienen el oficio de éstos.

Pero no me parece que sea el caso de Fox. Es cierto que ha carecido de la voluntad para someter los excesos de su consorte, muy proclive a disfrutar de los reflectores y el oropel de Los Pinos. Pero Fox no es alguien a quien las fortunas o el poder mismo le resulten apetecibles. Exhibió una enorme habilidad para buscar la silla presidencial, pero una vez instalado no ha sabido muy bien qué hacer con ella.

La mayoría de los mandatarios han querido gobernar hasta el último segundo de su sexenio; Fox en cambio se está despidiendo desde hace rato, y una y otra vez describe los goces que le deparará su esperado retiro al rancho.

¿Por qué entonces este afán de comprometer la legitimidad de su Gobierno haciendo trabajo partidista? Los riesgos están a la vista. Por un lado, la actitud del presidente provocará que los gobernadores actúen de igual forma, con lo cual se da patente de corso a los excesos regionales.

Con ello se está abriendo una caja de Pandora de efectos incalculables. Por otro lado, Fox se expone al peor de los escenarios posibles: en el caso de una derrota de la oposición por estrecho margen en 2006, corremos el riesgo de derivar en un interminable conflicto poselectoral si se comprueba el uso de recursos presidenciales a favor del candidato oficial (para lo cual basta un viaje de Fox a un mitin; o que un colaborador de Los Pinos participe en la organización de un acto de campaña usando papelería de su oficina).

La Coparmex, el Congreso y los otros partidos le han hecho ver a Fox los riesgos de su decisión y lo han exhortado a que se comporte como presidente de todos los mexicanos y no sólo como líder de los panistas. Más aún, no está claro si tal medida beneficia o perjudica al PAN. Si bien es cierto que Fox puede aportar su carisma, también es cierto que eso permitirá señalar que el Gobierno del PAN y el del PRI terminaron siendo la misma cosa.

En toda esta necedad me parece que hay más insensatez que mala leche. Recuerdo un presidente municipal de Zapopan, empresario recién llegado a la política, cuyo primer acto de Gobierno consistió en comprar las patrullas para la Policía a un concesionario que era su compadre y socio. Al ser criticado se defendió indignado argumentando que las normas para la adquisición de bienes públicos se habían hecho para defenderse de los priistas corruptos, pero que él era un ciudadano honesto y ahora que era gobernante había que ser práctico: había ido a comprar las patrullas a donde se las daban más baratas. Sólo duró en el puesto algunos meses luego de irregularidades similares. Y sin embargo, era sincero.

Algo parecido le sucede a Fox. Él cree que puede hacer lo mismo que los priistas porque él no lo hará de manera incorrecta. No desviará recursos de la Presidencia a la campaña, ni utilizará tráfico de influencias para presionar el voto. O eso cree él. En realidad no hay manera correcta de hacer lo que pretende. Sus subordinados terminarán cometiendo exactamente las mismas rapacerías. Si el presidente se mete a hacer actos de campaña, la Presidencia tarde o temprano estará haciendo actos de campaña. Si bien es cierto que no hay ilegalidad en el comportamiento del presidente, también es cierto que su acto prohijará ilegalidades muy previsibles por parte de otros.

Pero más allá de saber si es legal o no, el asunto es que se trata de un acto éticamente reprobable. El presidente deja de lado sus responsabilidades como jefe de Estado para beneficiar los intereses de facción. ¿Con que autoridad moral puede pedir Fox a los partidos de oposición que dejen a un lado sus actitudes partidarias y voten a favor de sus reformas en el Congreso?

Da la impresión que estos ciudadanos metidos a políticos creen que están por encima de las normas y el sentido común, porque su supuesta “decencia” los hace invulnerables a la corrupción. Harían un trabajo más honesto si estuvieran menos encandilados por la soberbia moral y más apegados a sus responsabilidades políticas. Fox quiere regresar a campaña: fue un buen candidato y un mal presidente y se quiere quitar el mal sabor. Pero los mexicanos preferiríamos tener el recuerdo de un presidente responsable que simplemente el de un panista esforzado.

(jzepeda52@aol.com)

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